El recorrido por el Perú de sur a norte y de este a oeste a través de sus carreteras, permite observar la multiforme geografía donde la minería formal e informal ha dejado huellas inequívocas y repugnantes que no cesan. El geógrafo y profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos Javier Pulgar Vidal, en sus memorables excursiones entre Lima y Ticlio en compañía de sus alumnos, se detenía en cada tramo para hacer referencia a las peculiaridades de los pisos ecológicos y los indelebles rastros de los depredadores.
Carlos Araníbar y Pablo Macera, dos eminencias y dos estilos de hacer historia, mostraron en sus libros y en sus clases con destreza incomparable el perfil del Perú minero. Una riqueza natural que es al mismo tiempo el origen de nuestra dramática historia y la promesa incumplida tantas veces. No hay mejor legado que Nueva crónica y buen gobierno de Huamán Poma de Ayala para juzgar desde su raíz y analizar el proceso del crecimiento asimétrico creado. Se describe en el libro de historia más importante escrito en el Perú: “en todas las demás minas de potoci de plata y de chocllococha de plata y de carauaya de oro y minas de otras partes!”. En un castellano de la época que hoy se puede leer si se quitan los prejuicios cultivados y sedimentados.
Los medios interesados, los inversionistas y los beneficiarios inmediatistas propalan a los cuatro vientos la creación y multiplicación del empleo, es más, que generará desarrollo. Ingenuidad tozuda. Sin pensar por un instante en la relación asimétrica entre la calidad de vida y el trabajo minero que se expresan en la salud y el promedio de vida útil que les depara.
Resumido en un enunciado simple: La multitudinaria protesta de los días 6 y 7 de agosto en Huamanga es un clamor general y unánime. Tan potente como aquel que hizo suyo un expresidente apodado “Cosito” para luego olvidar una vez instalado en palacio. Las precauciones de los agricultores son legítimas y realistas porque temen la contaminación y desaparición de la flora y la fauna esencial. La fruta, la verdura, las menestras y todos los alimentos cuya obtención es cada vez más costosa para sostener la vida saludable y resistir el cambio climático.
“La minería traerá desarrollo” es una proclama vacía que esconde el carácter de la minería en un país como Perú y, cómo no, el falseamiento de los que significa desarrollo. Provoca hacerles preguntas de verdad aclaratorias a los predicadores y pontífices para que exhiban datos fiables de países desarrollados en base a la minería y que la minería ha hecho posible el incremento de la calidad del empleo y de la salud y la educación.
Los derechos fundamentales de los individuos y de las comunidades son bienes supremos que preservar y valores que comprometen acción multisectorial. Las luchas por el acceso a la justicia, a la salud y a la educación están marcadas en las batallas indoblegables de los trabajadores, sin duda de los trabajadores mineros. De las comunidades andinas y su largo camino a Lima para desfallecer durante generaciones en las antesalas de los tribunales en busca del acceso a la justicia. Aunque el posmodernismo busque sin hallarlas las tan mentadas verdades “consensuadas”.
Dirán los mal hablados que se trata de un discurso político para convencer. Veamos los datos de la biología, la neurociencia y la medicina por si tienen algún interés. Partamos de la generosa suposición de que al más recalcitrante publicista antiminero y conservador le interesa la salud cerebral de sus conciudadanos, al menos la de sus parientes e hijos, por qué no. No consiste en pedirles que piensen contra la minería, no.
Se trata de verdades probadas en los laboratorios más acreditados y ocultarlas en pro de las ganancias constituye por lo menos inmoralidad. Existen inocultables relaciones entre la salud cognitiva y los residuos mineros que se filtran de muchas maneras en las aguas que beben las comunidades. Desde el mercurio hasta el plomo que son directamente dañinos para el cerebro y el desarrollo cognitivo de los niños. Llenar páginas sobre las pruebas PISA y buscar escapes es una costumbre cultivada por la “élite” dirigencial que padecemos.