Julio Cortázar participó como miembro en el Tribunal Russell II, que había sido convocado por el profesor universitario Lelio Basso, con la finalidad de investigar las violaciones de los derechos humanos que se cometieron en Chile, Brasil, Argentina, entre otros países de Latinoamérica. Años atrás, este tribunal moral se había constituido, bajo los liderazgos de los filósofos y escritores Bertrand Russell y Jean Paul Sartre, para indagar y evaluar la actuación militar de Estados Unidos en Vietnam.
El hombre de los cronopios no sería el único latinoamericano en trabajar para este segundo tribunal: también lo harían el premio nobel de literatura Gabriel García Márquez como su vicepresidente, el poeta chileno Armando Uribe y el escritor dominicano Juan Bosch como sus miembros. Ellos conformaron una comisión a pedido del senador italiano Lelio Basso, entonces presidente del tribunal, y asistieron a las tres sesiones celebradas en Europa, entre 1974 y 1976.
Los miembros del tribunal comprobaron que, efectivamente, en ciertos países del nuevo continente se habían atropellado las libertades de mujeres y de hombres, y perpetrado otras tropelías típicas de gobiernos dictatoriales. El trabajo del tribunal resultó impecable y respondió a la consigna de su creador, el matemático inglés Bertrand Russell, de “despertar conciencia con el fin de posibilitar la resistencia”.
Cortázar quedó insatisfecho con la repercusión que tuvo en América Latina la sentencia final del tribunal. En el diario “El País” escribió sobre ello: “Puedo afirmar en la medida en que, después de participar durante varios años en las deliberaciones y las sentencias del Tribunal Bertrand Russell II, me fue dado verificar personalmente el muro de silencio levantado en casi todos nuestros países y la ignorancia de sus pueblos sobre la acción del tribunal”.
Casi un año antes de la última reunión del tribunal, en 1975, el guionista Gonzalo Martré y el dibujante Víctor Cruz publicaron, en México, una historieta llamada “La inteligencia en llamas” (Editorial Novaro), cuyo protagonista es un personaje llamado Fantomas, de origen francés. Esta publicación cuenta la desaparición de libros en algunas ciudades de Europa como París, Londres y Roma. Luego; este atentado cultural se traslada a Asia y, posteriormente, a Latinoamérica donde se empiezan a agraviar a unos cuantos escritores y a quemarse libros, como en “Fahrenheit 451”, de Ray Bradbury.
Luis Guillermo Piazza le envió un ejemplar de “Fantomas” a Cortázar, quien continuaba “exilado” en París. Mientras los libros de Carlos Fuentes, Juan Rulfo y Juan José Arreola desaparecían dentro de la historieta, Cortázar se veía a sí mismo, a Octavio Paz, Susan Sontag y Alberto Moravia, “telefoneándole a Fantomas” para acabar con este villano. Fantomas, el superhéroe del antifaz, acude al llamado de los intelectuales. Así, los libros, de nuevo, reposan en los estantes de las librerías del mundo.
A Cortázar le agradó mucho aparecer en la historieta porque, según Piazza, eso significaba ser “una celebridad mundial”, y, al mismo tiempo, se disgustó porque no le pidieron permiso para usar su imagen. Sin embargo, halló el pretexto ideal para incursionar en el mundo de las historietas, experimentar la hibridez entre el relato escrito y el relato audiovisual y, de paso, para difundir la sentencia del Tribunal Russel.
Fantomas, esta vez, ya no se enfrentaba a un loco obsesionado por destruir libros, sino caía en “la obra de todo un sistema imperialista norteamericano” que, en palabras de Cortázar, era el responsable de ese genocidio cultural. El escritor argentino se deshizo de las viñetas que no le eran útiles, deconstruyó algunos elementos narrativos, le dio otro enfoque e incluyó la sentencia del tribunal tal como se redactó sin sufrir ningún cambio sintáctico en el apartado “Apéndice”.
Apenas terminado el cómic (palabra que su autor evitaba usar), Cortázar se puso en contacto con Piazza para su publicación. Su compinche colaboraba por aquellos años en el periódico “Excélsior”. Allí consiguió que se editase la historieta con el nombre de “Fantomas contra los vampiros multinacionales. Una utopía realizable”, cuya extensión alcanzó las 77 páginas con algunas ilustraciones tomadas de “La inteligencia en llamas”.
El primer tiraje de treinta mil ejemplares, que se vendió únicamente en quioscos por pedido del argentino, se agotó rápidamente apenas apareció. En 1977, en una entrevista, en el programa español “A fondo”, Cortázar dijo que la publicación de la historieta era una respuesta al “bloqueo informativo en América Latina, [que] perfectamente manipulado como lo está, hizo que inmensas masas de población no tuvieran la menor noticia; es decir, no se enteraran de lo que el Tribunal Russell había hecho en ese plano”.
Aunque sabía que sus conclusiones no tenían ninguna validez jurídica, el Tribunal Russell asumió la responsabilidad moral de pronunciarse sobre los crímenes de lesa humanidad. El autor de “Rayuela” decía que la sentencia del tribunal “no tiene desgraciadamente ningún valor práctico, pero sí un valor moral”, que impedía el crimen del silencio.
En una conferencia en Berkeley, Cortázar aseguró que la “tarea de los escritores latinoamericanos puede ir a veces más allá de escribir cuentos y novelas, aunque también es importante escribir cuentos y novelas”. Ante los posibles cuestionamientos por esta postura, escribió que su “obra literaria nada tiene que ver con el proselitismo o los mensajes políticos que tantas veces se exige a los escritores […] en todo caso, sé que puedo seguir escribiendo mis ficciones más literarias sin que aquellos que me leen me acusen de escapista; desde luego, esto no acaba ni acabará con mi mala conciencia, porque lo que podemos hacer los escritores es nimio frente al panorama de horror y de opresión que presenta hoy el Cono Sur; y, sin embargo, debemos hacerlo y buscar infatigablemente nuevos medios de combate intelectual”.
De acuerdo con un sondeo del editor, mucha gente compró la historieta “creyendo que era una aventura de Fantomas de las otras y cuando se metió a leerlo se interesó y lo leyó hasta el final y se enteraron de montones de cosas de las que realmente no habían tenido ninguna idea”. Luego de haber sido leído por “sesenta mil mexicanos en dos meses y de distribuirse, hasta donde se podía distribuir, en América Latina”, Cortázar dejó los derechos de autor de “Fantomas contra los vampiros multinacionales” al Tribunal Russell.