Pedro Villegas Páucar es uno de los primeros libreros que llegó a la Cámara Popular de Libreros de Amazonas. Trabaja ocho horas diarias, de las cuales cinco destina a la lectura de libros, revistas y periódicos. “Una persona culta debe leer, como mínimo, cinco horas diarias; si no lo hace, será alguien que ignore muchas cosas, y las consecuencias son terribles”, dice en un tono bajo y pausado.
Casi todo su horario de trabajo permanece sentado en una silla roja de plástico y escoltado por cientos de libros de viejo (todos ellos en desorden, de distintas proporciones, idiomas, materiales y ediciones). “La lectura es una poderosa herramienta para vencer la ignorancia”, insiste. Sus más de 50 años como librero lo sitúan como una voz autorizada.
En la actualidad, Pedro Villegas Páucar, de 83 años, se niega a vender los libros que tiene en su puesto. Solo ofrece algunos en una mesa de madera colocada en frente de su negocio (el estand 4 del pasaje E). Los más cómodos cuestan cinco soles; los más costosos, raras veces, llegan a valer media mano (cincuenta soles).
“No estoy aquí por dinero, sino por compartir mis conocimientos, lo que he aprendido con quien tenga la paciencia suficiente para escucharme”, enfatiza sin dejar de cubrirse su oído izquierdo, así logra retener las respuestas de sus interlocutores. A pesar del problema de audición que padece, las tres horas restantes de su jornada las dedica al diálogo con sus amistades, algunos foráneos y buceros provenientes de cachinas.
El cruce de las concurridas avenidas Aviación y 28 de Julio, en La Victoria, es el punto de partida de su historia como librero cuando se preparaba para ingresar a la Escuela Profesional de Filosofía de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Trabajó en la cachina de Tacora hasta inicios de los ochenta.
Luego, se instaló en la cuadra seis de la avenida Grau, la que dejaría a finales de los noventa por una ordenanza de la Municipalidad de Lima. Kike Castro, librero del jirón Camaná, recuerda que, de infante, conoció al señor Villegas en este desaparecido paraíso de los libros. “El maestro es una leyenda, un caballero”, añade. El librero Oscar Carbajal, de Amazonas, reconoce la labor de su colega: “Es uno de los que más sabe en este hermoso pero ninguneado oficio”.
Pedro Villegas lee todas las obras que aparecen en su puesto, y, si no, las hojea: historia, economía, literatura, poesía, sociología y más. Pero su tema de interés es la filosofía. Evoca la figura de Víctor Li-Carrillo, uno de sus profesores: “Él se fue a Alemania y se influenció de Martin Heidegger, de quien fue su alumno”. Cuestiona la existencia de una filosofía peruana y elogia a Augusto Salazar Bondy. “Para ser filósofo, se necesita saber de historia, matemática y lógica”, precisa.
En más de una ocasión, en los pasillos sanmarquinos se cruzó con Marco Aurelio Denegri. “Hacen mucha falta seres como este intelectual”, indica. Gracias a su etapa universitaria, fortaleció su vínculo con los libros, que ha superado el medio siglo. Es uno de los pocos baluartes que dignifica el oficio de librero en una Amazonas donde abundan los comerciantes del pirateo.