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Este artículo es de hace 3 años

Lima, ciudad sin un mapa libresco

Lectoras y lectores acuden a tres puntos de encuentro con los libros: Amazonas, Quilca y Camaná. Sin embargo, urge mapear a las librerías y los libreros que luchan por democratizar la lectura.
Stefanno Placencia
Por
Stefanno Placencia
Redactor de cultura en EL PERFIL.

En los últimos días se ha hablado del riesgo que corren los libros, los libreros y las librerías, a raíz del incidente ocurrido en Book Vivant. De hecho, todos los agentes que intervienen en el ecosistema del libro y la cultura reciben, constantemente, las invectivas que les lanzan sectores que desprecian la tolerancia.

Ahí va La resistencia, el grupo de extrema derecha, tratando de sabotear presentaciones de obras. Solo falta que se vuelvan a quemar títulos, o que se impidan su ingreso al país, tal como ocurrió en el primer gobierno de Fernando Belaúnde Terry. Este episodio, por cierto, está muy bien documentado en “Quema de libros. Perú 1967”, que publicó Juan Mejía Baca, uno de los libreros peruanos más reconocidos, en 1980.

Estas acciones no han impedido que surjan librerías, unas en locales y otras, por el avance tecnológico, en el océano digital. Pero, también se mantienen los libreros, quienes no renuncian a su oficio, a pesar del poco reconocimiento que se les da. A fin de cuentas, se pueden encontrar libros en algunos sitios, no en todos, porque la democratización de la lectura es un capítulo que no llega a escribirse como los lectores lo demandan. Sin más, me centraré en tres puntos, o espacios, donde convergen libreros y libros.

La Cámara Popular de Libreros de Amazonas, bautizada por Mario Vargas Llosa como “el paraíso de los libros”, es uno de ellos. Esta galería, que agrupa a más de doscientos comerciantes, tiene sus puertas abiertas todos los días. A ella acuden colegiales, estudiantes, profesores y lectores de todas las estirpes, motivados por varias razones, entre las que destacan: títulos descatalogados y generosos descuentos. Algo más: las charlas con libreros o libreras son inolvidables.

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Tienda del señor Luna. Foto: Stefanno Placencia

Similares características comparten los jirones Quilca y Camaná. En estas calles también se encuentran galerías o puestos que, además de ofrecer libros, venden antigüedades y revistas históricas. Allí, como prueba, en la galería del jirón Camaná 995, frente a la plaza Francia, están las dos tiendas de Pónganse a leer, librería fundada por don Lito, quien guía a todos los que visitan sus dominios.

 

“Aquí el lector puede venir y cambiar algún libro suyo por otro del mismo valor”, dice para esta publicación Víctor Raúl Mendoza, el nombre verdadero de Lito. En ese mismo aposento cultural, casi llegando al fondo, está la tienda n.º 140 que le pertenece al señor Luna, quien remata mucho de sus libros a un sol, dos o cinco soles, al igual que su colega Saúl, dueño de la Librería Mundo Esotérico.

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Tienda del señor Saúl: libros a 5 soles. Foto: Stefanno Placencia

En esa misma calle está el puesto de la señora Irma Palpa, quien nunca sabe decir “no” cada vez que le piden algún descuento por alguno de sus libros. Si alguien está bajo de fichas (sin tantas monedas), puede visitar la librería del señor Kike Castro, cuyo negocio oferta cientos de libros a cinco lucas, además de libros usados en buen estado, en la galería del jirón Camaná n.º 916.

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Tienda de Don Kike. Foto: Stefanno Placencia

En un puesto de esa misma galería reposan en anaqueles de fierro los libros de viejo de Cristian, quien se dedica a la venta, únicamente, de este tipo de obras. Más allacito, se erige La librería de Lima, que dirige Gean Paul Salazar, cuya madre también tiene un puesto en el jirón Camaná. Ambos venden libros de todas las especialidades. Esta calle también alberga a Solo para fumadores, librería que nació el año pasado, cuyo dueño, Cristopher García, es especialista en la venta de títulos de historia.

En agosto pasado, la Librería del Centro, de Mabel Cueva, se mudó a un local más amplio, en la esquina del jirón Quilca (frente al bar Queirolo). Esta librería es el punto de encuentro entre las novedades editoriales y las ediciones inhallables, cuyos costos, a mi juicio y en contraste con todo lo que veo en la internet y he preguntado en otras tiendas, me parecen razonables.

En la misma recta se ubica el negocio que le perteneció a don Mario Cullanco, y quien falleció a inicios de año a causa del covid-19 y sigue siendo uno de los libreros más respetados de la zona, según su colega Jesús Clemente. Hoy esta librería que se llamaba Politzer pasó a llamarse Don Mario en honor a su fundador y es administrada por su hijo Alexander.

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Tienda de la señora Mabel en la esquina de Quilca con Camaná. Foto: Stefanno Placencia.

El exalcalde de Lima Alberto Andrade reubicó a los libreros de viejo que ocupaban la avenida Grau en todo el terreno que hoy comprende Amazonas. Este recinto no solo alberga miles de libros, sino que ha servido también como espacio para presentar libros o celebrar recitales y tertulias. Aquí, en el 2003, el premio nobel de literatura Mario Vargas Llosa presentó su novela “El paraíso en la otra esquina”.

Juan Díaz, dueño de la librería Exlibris, resalta que en Amazonas solo unos cuantos son libreros y que la mayoría son vendedores de libros. La misma lectura tiene el señor Carbajal, cuya librería se afinca en el puesto número 31 del pasaje C. Ambos son referentes en cuestiones del libro de viejo y de la historia de Amazonas.  En esta lista no se puede dejar de lado a los señores Juan Gervacio y Pedro Villegas, también provenientes de la mítica avenida Grau.

En los últimos años, la piratería ha invadido Amazonas, Quilca y Camaná. Esto, sin embargo, no impide que muchos libreros mueran en su ley. El librero Abelardo, de la librería Los Primordiales, en Amazonas, dice que él no vende réplicas. Enfatiza: “Todo aquí es original”. El sociólogo Rodrigo José Canelo explica este fenómeno: “Aquellos que tienen una orientación ‘cultural’ suelen rechazar la venta de las copias piratas y aquellos que tienen una orientación más comercial no tienen problemas en hacerlo”.

En este artículo hay omisiones involuntarias respecto a los libreros y las libreras que les dan brillo a los jirones Quilca y Camaná y a la galería Amazonas. Ahí no queda el asunto: también están las librerías independientes —que han entrado con fuerza a un mercado aún incipiente como el nuestro—, los libreros de la calle Malambito y los que habitan, en la noche, la avenida Alfonso Ugarte, las cachinas en los conos o las incontables ferias de libros, donde a veces participan quienes poseen innumerables títulos, pero que no cuentan con una librería física o virtual.

El mapa es grande al igual que las ganas de ubicar a todos los agentes del libro o embajadores de la cultura que figuran en él, y que no se les reconoce. La tarea sigue pendiente, sobre todo sin ignorar lo que se cocina afuera de Lima. De todo eso hablaremos muy pronto.

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