Para Cortázar, la muerte era un escándalo. El gran escándalo. El verdadero escándalo. “Yo creo que no debemos morir y que la única ventaja que tienen los animales sobre nosotros es que ellos ignoran la muerte”, dijo alguna vez.
En agosto de 1981, el escritor argentino sufrió una hemorragia estomacal que lo llevó a ser hospitalizado y recibir una transfusión de sangre. “Me he convertido en un vampiro de verdad porque me han tenido que cambiar la sangre y la pobrecita Carol me tuvo que llevar al hospital más cercano”, rezaba una de sus cartas.
Según Cristina Peri Rossi, escritora y periodista argentina, amiga de Cortázar desde 1973, la sangre que recibió Julio estaba contaminada. Hay quienes no confían en esta versión. En la década de 1980, el sistema de salud pública de Francia se vio envuelto en un gran escándalo cuando se descubrió que la sangre donada no se limpiaba, lo que produjo muertes y la destitución del ministro de salud pública de Francia.
Cortázar, enfermo y con un libro en proceso, tuvo que soportar la pérdida de su esposa, la fotógrafa Carol Dunlop. Con una salud más endeble, producto de la extracción de un riñón varios años atrás, Dunlop fue debilitándose progresivamente hasta sucumbir en 1982.
Conmovido por la pérdida de su esposa, el escritor envió una carta al pintor y escultor francés Julio Silva, afirmando que la cena en su casa le hizo sentir “por una vez mucho menos solo”.
La lápida de Dunlop originalmente rezaría “’épouse Cortázar” (esposa de Cortázar). “Después de pensarlo bien, encontré que ‘épouse Cortázar’ era horrible, y lo suprimí. Pienso que Carol valía por sí misma, por lo que ella era. Y, además, Cortázar llegará en su día a agregar su nombre al lado del suyo, de modo que no tiene sentido poner eso”, le escribió a Silva.
La pareja había estado trabajando en el libro-almanaque “Los autonautas de la cosmopista”. El último aliento de Dunlop. Las últimas fuerzas de Cortázar. Dunlop nunca pudo verlo terminado. Lo que empezó como una empresa marital se convirtió en una labor deletérea que se llevó primero a Dunlop.
“Me tranquiliza, pues, saber que a mi regreso podré dedicarme a montar el libro con la ayuda de Julio Silva… Este será un libro de muchos amigos juntos, y eso le hubiera encantado a Carol que tanto los quiso a ustedes…”, le escribió Cortázar a su amiga la traductora Laure Bataillon. El libro vio la luz en noviembre de 1983, tras una pugna entre las posibles editoriales que lo publicarían.
Como si aquel libro fuese la última tarea que la Historia le encomendaba, Cortázar falleció pocos meses después, el 12 de febrero de 1984, y fue enterrado junto a su esposa en 3a división, 2a sección, 17 oeste, cementerio de Montparnasse, París. Sobre su lápida reposa la escultura de un cronopio.