Lo primero que sorprendía al ver a Julio Cortázar era su descomedida estatura; lo segundo, que aparentaba tener veinte años menos, como si hubiera firmado un pacto con un ángel; pero no había pacto, y todo emanaba de una juventud esencial que lo hacía crecer buscando los aires más nuevos. A estos se asomaba y luego descendía para contarnos asombros que había visto con sus ojos de buzo. Julio Cortázar murió en 1984 en París; sin embargo, pocas veces la muerte ha quedado tan mal como entonces. Pasando sobre ella con sus zancos inmensos, Cortázar ha publicado ―editores mediante― dos novelas y nos ofrece los tres volúmenes de su Obra crítica. Digamos de Cortázar lo que él escribió de Leopoldo Lugones: “Todavía lo vemos como un enorme árbol aislado en plena llanura, de donde salen alternadamente los pájaros y los huracanes”.
El primer volumen de la Obra crítica contiene “Teoría del túnel”, denso ensayo inédito. Para Cortázar (apasionado del boxeo), este fue su primer asalto en defensa del surrealismo, del existencialismo y de la imaginación más libre en la creación artística. El segundo volumen reúne ensayos y recensiones escritos entre 1941 y 1963. Aquí viven ejemplos perfectos de crítica y tres viajes profundos al corazón de la literatura: “Notas sobre la novela contemporánea”, “Situación de la novela” y “Algunos aspectos del cuento”. Este volumen expone una tesis crucial de la estética de Cortázar: el artista debe estar atento a las tormentas del subconsciente; a esa otra realidad que el extremo racionalismo se empeña en sumergir como se afana un bote en hundir al mar sobre el que flota. El volumen prodiga la metralla de luz que lanzan las sentencias felices: “[…] los escritores “duros”, criados en la escuela de Hemingway (alguien podría decir que, más que escuela, eso fue un reformatorio)”.
En el tercer volumen (1967-1983), Cortázar recuerda al salvadoreño Roque Dalton, al argentino Roberto Arlt y ―en un ardiente responso― a Pablo Neruda, un inventor de América. Sin embargo, ahora, la presencia ―casi la angustia― del “compromiso del escritor” sube a la escena y domina las páginas. La definición de Cortázar por el socialismo es explícita; sin embargo, en lo más tenso de su voz alzada, él reafirma su segunda tesis esencial: ningún compromiso político debe impedir que el artista se abra al llamado que le nace desde el centro de su ser. Dice de la “responsabilidad profesional” del escritor: “Yo la definiría en una sola frase: no retroceder jamás, por motivos de cualquier orden, en el camino de la creación. Hay que buscar encarnizadamente las nuevas rutas de la creación y la palabra; hay que lanzarse a lo nuevo, a lo inexplorado, a lo más vertiginoso de la realidad del hombre. Toda simplificación en procura de un público más vasto, es una traición a nuestros pueblos”.
Julio Cortázar fue un viaje a la claridad, a la liberación de manierismos que obscurecían la literatura en la Ciudad Luz; fue un adiós a una obsesión atormentada y hermética como cueva existencialista de junto al Sena. Tocar sus libros es hacer sonar el cristal de la literatura. Colegas de Julio Cortázar notaron la tentación de claridad que brinda el gran esfuerzo de nuestro autor. Lo notó Jorge Luis Borges: “El estilo no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida” (Biblioteca personal); así lo celebró Augusto Monterroso: “Detrás de la aparente facilidad de la escritura de Cortázar había años de ejercicio literario” (Pájaros de Hispanoamérica); lo resaltó Mario Vargas Llosa: “La lengua de Cortázar es tan eficaz que parecía natural” (prólogo de Cuentos completos de Cortázar). Sí; hay que pensar mucho antes de escribir, tan sencillamente, “su repetida sorpresa” (cuento “Las puertas del cielo”, del libro Bestiario). La claridad ―la perspicuitas de los viejos rétores― es un manifiesto democrático: la confesión de que todos estamos llamados a gozar el arte que hacen unos pocos.
El primer volumen de la Obra crítica es arduo; el segundo, espléndido; el tercero, conmovedor. Pocas veces, unos libros dicen tan bien cómo es el padre de sus páginas. “Citar es citarse”, escribió Cortázar sin saber que él mismo terminaría esta nota: “Es siempre tan difícil escribir sobre los muertos que uno ha querido; es casi como decir algo de una música; en realidad, se está hablando de otra cosa”.
Julio Cortázar: Obra crítica. Editorial Alfaguara, México, 1995.