En este diálogo publicado, por primera vez, en el libro Miscelánea Humanística del 2010, el recordado Marco Aurelio Denegri analiza el grave problema de la falta de lectura en el país. Es una entrevista vigente porque el problema se agrava en estos tiempos del mundo digitalizado.
—Doctor Denegri, le agradezco que me haya concedido esta entrevista. Usted ha sido testigo cultural de la última parte del siglo XX y es un testigo directo de cómo se asoma este siglo XXI. ¿Cuál es su breve balance sobre la relación de los peruanos con los libros y la lectura?
—En 1996, Juan Mejía Baca publicó una excelente colección titulada Perú vivo. Reunía a algunos de nuestros autores más representativos, con una selección de sus textos esenciales y la inclusión de un disco de 33 r.p.m., en que el mismo autor leía algunos pasajes significativos de su obra. El precio de la colección era módico y la presentación inmejorable. Yo creí que en breve lapso —digamos, dos meses— Mejía Baca tendría que publicar una nueva edición, puesto que la primera de solo mil ejemplares, se agotaría rápidamente. Me equivoqué de medio a medio, enteramente. Tanto así que diez años después de la publicación de Perú vivo, cuando entrevisté a Juan Mejía Baca en mi programa Comunicación, del canal 7, me dijo que a pesar de que el precio de la colección había permanecido igual desde 1966, ni siquiera así la gente mostraba interés de adquirir la obra. Ello me pareció un síntoma muy negativo. Yo diría que desde que llegó la televisión al Perú, hace más de cincuenta años, comenzó a decaer la lectura entre nosotros. No digo que sea la única causa; pero, evidentemente, se trata de un factor adverso concreto y preciso. El segundo golpazo que sufrió la lectura provino de la computadora y el tercero de la Internet. Desde luego hay otras causas más generales y muy importantes en relación con el decaimiento de la lectura.
—¿Cuáles, por ejemplo?
—Antes de contestarle, permítame añadir otro caso similar al de Perú vivo. Me refiero a la Biblioteca Peruana, que comenzó a publicarse —lo hizo Peisa— en 1973, con el auspicio del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada. Iba a ser una colección de cien volúmenes, cada uno de los cuales costaría cinco soles. Se publicarían semanalmente, de modo que la colección se completaría en un par de años aproximadamente. Solo se llegaron a publicarse sesenta y cinco, a pesar de que el precio inicial se mantuvo invariable. El último se publicó en 1982 y tuvo escasísimos compradores (yo fui uno de ellos). Los treinta y cinco restantes nunca se publicaron. Este fracaso fue para mí la evidenciación de que a la gente ya no le gustaba leer, ni culturizarse, ni pensar.
Veamos ahora las otras causas del desinterés por la cultura, en general, y por la lectura, en particular.
Bien sabe usted que las substancias fijadoras de los colores en las telas se llaman mordientes. Don Santiago Ramón y Cajal decía que los tres mordientes de la memoria son el interés, la emoción y la atención obstinada; es decir, no la simple atención sino la atención perseverante y tenaz.
Estos tres mordientes son también los del estudio y el aprendizaje. Mediante aquellos pueden estos desenvolverse adecuadamente y ser realmente productivos. Los tres mordientes me permitirán concentrarme, reflexionar profundamente y tomar plena conciencia de las cosas, o lo que es lo mismo, me permitirán ser consciente, y, en consecuencia, podré sentir, pensar, querer y obrar sabiendo verdaderamente lo que estoy haciendo.
Sin embargo, la concentración y el estar uno alerta no son estados normales o habituales del cerebro, no son solencias cerebrales, sino insolencias, y sea esto dicho usando el vocablo insolencia en su antiguo sentido de infrecuente, inhabitual, raro o desacostumbrado.
La concentración y el estado de alerta son ocurrencias cerebrales raras. El cerebro tiende más a la dispersión y busca siempre estímulos para entretenerse, distraerse y complacerse, pero no para concentrarse ni percatarse. La concentración y la percatación no son solencias cerebrales, sino rarezas cerebrales. Y hoy lo son más que la extraordinaria multiplicación de estímulos que rigen las sociedades presuntamente civilizadas. Proliferan incontenibles la mar de estímulos y la mayoría de las personas ya no sabrían vivir sin ellos.
Llego pues a la inevitable conclusión de que hoy es mucho más difícil leer, estudiar y aprender, porque actualmente la gente se concentra y se percatan menos que antes. Hoy no somos más humanos, sino menos, porque la videocracia no humaniza, sino animaliza. Esto lo ha demostrado cumplidamente Sartori y sería inútil insistir en ello.
—¿Quedan algunos libros de autores peruanos del siglo XX que aún debemos leer, cuáles y por qué?
—El 15 de noviembre del 2000, Hugo Neira tuvo la gentileza de obsequiarme una obra titulada los 50 libros que todo peruano culto debe leer. Los compiladores eran Max Hernández, Francisco Sagasti y Cristóbal Aljovín. Ya sería bastante que los jóvenes de hoy le lean esos 50 libros. Que los lean, en primer lugar, por amor al saber, y, en segundo lugar, para conocer mejor y alquilatar debidamente apoyando como se debe esa gran causa y esa pasión que es el Perú.
Menciono a continuación, y en el orden de presentación que tienen en el libro a los 50 autores:
Luis lumbreras, Franklin Pease, John Murra, María Rostworowski, Waldemar Espinoza, Raúl Porras Barrenechea, Nathan Wachtel, Felipe Barrera Laos, Julio Cotler Hugo Neira, Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez, José Agustín de la Puente, Pablo Macera, Manuel Lorenzo de Vidaurre, Bartolomé Herrera, Francisco de Paula González Vigil, Ricardo Palma, Manuel Pardo, Manuel González Prada, Francisco García Calderón, José de la Riva Agüero, José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre, Víctor Andrés Belaunde, Luis Eduardo Valcárcel, Uriel García, José María Arguedas, Sinesio López, Augusto Salazar Bondy, José Luis Bustamante y Rivero, Fernando Belaunde Terry, Francisco Miró Quesada, Gustavo Gutiérrez, Juan Velasco Alvarado, Carlos Iván Degregori, Alberto Flores Galindo, José Matos Mar, Hernando de Soto, Francisco Morales-Bermúdez Cerruti, Héctor Velarde, Sebastián Salazar Bondy, Carlos Delgado, Aníbal Quijano, Antonio Cornejo Polar, Javier Pulgar Vidal, Richard Webb. Francisco Sagasti, Enrique Mayer y Jürgen Golte.
—Esta pregunta se la formulo al hombre que ha lidiado con la cultura, con los libros y los contextos: ¿Cómo debemos leer?, ¿cómo deben leer los estudiantes?
José Ortega y Gasset, en su ensayo “El estudiar y el estudiante”, demostró que el estudiar —el estudiar del estudiante universitario, sobre todo— es algo constitutivamente contradictorio y falso. El estudiante es, como dice Ortega, una falsificación del hombre. No lo sería si el estudiar obedeciese a una necesidad íntima, endógena, intransferible y auténtica. Ocurre, sin embargo, que esa necesidad no se puede enseñar. Me tiene que ser inherente y consubstancial, pero no me puede ser impuesta. Con el amor ocurre lo mismo, uno no puede amar por imposición ni por mandamiento. Tampoco puede enseñarse el gusto por la lectura, y menos en esta época, porque estamos viviendo el imperio de la imagen, o mejor dicho, estamos sufriendo, estamos en plena videocracia.
Danilo Sánchez Lihón, director del Instituto del Libro y de la Lectura, se pregunta hasta cuándo pretendemos que se puede enseñar a leer a un niño. La lectura, dice Sánchez Lihón, no se enseña, sino que se comparte, se goza y se sufre. La lectura es vivencial. No es aprendizaje, es vivencia, fruición, aventura y comunión.
Ahora bien: hay una serie de factores, en relación con la lectura, que facilitan, aunque ninguno ciertamente crea la necesidad de leer, pero si esta ya existe, entonces ciertas situaciones, condiciones o circunstancias la favorecerán.
Por ejemplo:
- Sí en nuestro hogar hay una biblioteca y si nuestros padres son lectores, o al menos uno de ellos, entonces esta situación favorecerá el hábito de la lectura, siempre y cuando exista en nosotros la necesidad de leer. De lo contrario, de nada nos servirá tener padres lectores y una gran biblioteca en el hogar.
- En segundo lugar, hay que disponer de tiempo libre. Si uno está obligado a trabajar todo el día, por razones de supervivencia, eso no favorecerá en absoluto el hábito de la lectura.
- En tercer lugar, para leer debemos desentendernos del mundo circundante. Tendremos, pues, que recogernos, es decir, retirarnos a algún sitio, apartarnos del trato con la gente. Y una vez recogidos, deberemos, por supuesto, concentrarnos en la lectura, sin ninguna distracción.
- En cuarto lugar, leamos cómodamente. La incomodidad es distractiva y mortificante. Cada lector deberá hallar su propia comodidad. No hay reglas fijas.
—Si hoy tuviéramos que elegir en nuestro medio lo que vamos a leer, ¿cuáles deberían ser nuestras prioridades, ciencias naturales, ciencias sociales, filosofía, literatura o arte?
Hace muchos años, cuando yo era traductor de las compañías de seguros, recuerdo que un día vino a casa el dueño de una de ellas, el señor Dialmo Bisi, excelente persona y todo un caballero, y me pidió que le tradujera inmediatamente un cable que acababa de recibir. En esa época aún no había correo electrónico. Le pregunté si el cable era urgente entonces me dijo: “Amigo Denegri, para mí todo es urgente.”
Pues de la misma manera yo diría que hay que leer de todo: libros sobre ciencias naturales, ciencias sociales, filosofía, literatura y arte. Solo así será posible tener una formación humanística.
—Sabemos que cuando usted escribe lo hace con pasión, plasmando sus mejores bríos. ¿En qué tipo de lectores piensa, en un tipo especial de lectores?
—Hay un distingo orteguiano, que yo hago mío, entre la lectura horizontal y la lectura vertical. La lectura horizontal es un patinar sobre las palabras, es una lectura superficial y rápida. La lectura vertical, en cambio, es inquiriente y escudriñante, y uno se demora pensando y pensando, sopesando cada frase y dando veinte vueltas al asunto. La lectura vertical es, como dice Ortega, un fértil buceo sin escafandra, o sea la inversión en el pequeño abismo que es cada palabra. Como se comprenderá fácilmente la rapidez es ajena a este tipo de lectura. La lectura vertical y la rapidez no van juntamente, no van de consuno. Por otra parte, aunque uno lea con rapidez, hay ciertas cosas que no pueden ser leídas rápidamente, o mejor dicho que no deben serlo, verbigracia; la poesía. Así me lo dijo, y con razón el poeta Washington Delgado.
Los lectores, los verdaderos lectores, escasean, al paso que los no lectores son legión. Para estos últimos, el libro significa lo mismo que para los nativos de Nueva Zelanda, para los neozelandeses, lo más importante, lo característico y principal de un libro es que se abre y que se cierra. Por eso lo llaman almeja.