En 1960, Marco Antonio Corcuera organizó en Trujillo el concurso “El poeta joven del Perú”, un evento que estaba destinado a premiar y editar a los vates peruanos menores de treinta años.
César Calvo y Javier Heraud compartieron el primer puesto, y por eso fue que nos conocimos.
Lo estoy contando porque Elena Zurrón me ha pedido un prólogo a su monumental trabajo “Poetas peruanos de la generación del sesenta” que acaba de aparecer.
La conocida profesora española me propuso que hiciera de testigo de esa generación y de los acontecimientos que se vivieron en el Perú y el mundo desde ese tiempo. Adujo que soy un narrador formado en esa época, coetáneo y amigo de la mayoría de esos poetas y, por fin actor en los acontecimientos sociales y políticos de la época. Y me dijo que todo lo que quería saber es cómo se vivía y se pensaba en esa época “cuando eras muy joven y querías escribir poesía”. Me convenció.
El 59 y el 60 la Revolución Cubana pareció operarse no solamente en la isla sino en toda América Latina.
En el Perú, nuestros pasaportes estaban marcados con un sello que prohibía viajar a la Unión Soviética, al resto de los países socialistas incluyendo China, y a Cuba por supuesto. Colocados sobre un mapa hacían casi la mitad del mundo.
En ese Perú, además, quienes queríamos enterarnos de lo que estaba pasando en Cuba no podíamos prender Radio Habana porque eso era ilegal. Teníamos que escucharla a partir de la cuatro de la mañana. Por fin, había películas y hasta canciones que también hacían peligrosas las vidas de aquellos que las vieran o las cantaran. “Natalíe” por ejemplo.
Algunos hitos de la década son: (1) el golpe de estado de 1962-63; (2) el triunfo de Fernando Belaúnde Terry (1963-68); (3) la caída y muerte de Javier Heraud en Puerto Maldonado en 1963; (4) Luis de la Puente Uceda y el surgimiento del Movimiento de Izquierda Revolucionaria en 1965 y, por fin (5) el gobierno revolucionario del general Juan Velasco Alvarado.
Una guerra que ocurrió antes de que naciéramos continuó influyendo sobre nosotros. Fue la Guerra Civil Española. No sé si fue Juan Paredes Carbonell o Reynaldo Naranjo quien escribió un poema de amor que decía: “Si te engañé una vez, fue con España.”
Con la exploración de la Luna, los poetas del 60 sintieron que se había clausurado la viejísima alusión del satélite para expresar sus afectos o desgracias. “¿Ahora que no tenemos la Luna qué hacemos?” recuerdo que dijo Arturo Corcuera en una conversación en que estábamos junto con Alejandro Romualdo y Paco Bendezú. “-Inventémosla.”- contestó Paco.
Arturo Corcuera y César Calvo fueron mis guías en Lima. Cuando les conté que estaba por publicar un libro de relatos (el primero de todos), Arturo me hizo subir a su carro, un destartalado Ford de color rojo al que no sé por qué le llamaba Platero —nunca he oído hablar de burros rojos— y me llevó a Chaclacayo para que conociera a Javier Sologuren quien le puso un generoso prólogo.
Conocí en esos años a todos los poetas que habían figurado en los concursos de Cuadernos Semestrales, entre ellos Carmen Luz Bejarano, Antonio Cisneros, Marco Martos, Rodolfo Hinostroza, Winston Orrillo e Hildebrando Pérez Grande.
Pocas mujeres escribían, o más bien, pocas publicaban. Cuando se atrevió a hacerlo en Trujillo, mi amiga del grupo “Trilce” Mercedes Ibañez Rosazza, el periódico local dio la noticia con el titular: “Mujer publica libro”, que se parecía en lo extraño a gata da a luz perritos.
No recuerdo haber tenido en Lima amigos narradores. Un par de veces me asomé por un café del centro, pero me dieron la flaca impresión de ser un club de odiadores de Vargas Llosa. Y no tenían pretexto político para ello porque Vargas Llosa no había dejado todavía sus convicciones ideológicas iniciales.
Muestra Zurrón en este libro los elementos que caracterizaron a esa generación y los acontecimientos históricos que la hicieron nacer. La cotidianeidad, el coloquialismo, el humor y la ironía aparte del viejo conflicto entre poesía pura y poesía social fueron sus características más saltantes a las que debe añadirse una reflexión sobre la naturaleza de nuestra historia.
“Mi infancia fue una mano donde cabía el mar, donde los astros cabían, como hoy caben mis ojos en el llanto”, decía César Calvo. Me quedo con ese recuerdo y con el de Javier Heraud muriendo y viviendo en un río para siempre.