Leía, en un interesante artículo de la prensa del Brasil, que la buena performance de Bolsonaro no se debía a que el pueblo de ese país fuese racista, homofóbico, misógino o partidario de la tortura o del gatillo fácil, sino a errores del PT (Partido de los Trabajadores) encabezado por Lula.
Conozco bien el Brasil, he trabajado allí en temas de capacitación, y no recuerdo haberme cruzado con personas que tuviesen las características que el propio Bolsonaro enarbola casi como virtudes. Es un país mestizo, como otros muchos, donde, por lo general, se respira un clima de convivencia que lejos de ser el ideal, si nos atenemos a los indicadores económicos y a algunas conductas de los sectores privilegiados, era tolerable y en el día a día uno llegaba a sentir admiración por la armonía étnica de lo cotidiano y por la tolerancia hacia quienes eran diferentes a las mayorías en sus inclinaciones sexuales.
Entiendo que el PT ha cometido errores, lo que no entiendo es cómo esos errores le permitían a Lula, líder indiscutido del Partido de los Trabajadores, tener una preferencia de la ciudadanía que lo hubiese llevado a la presidencia en la primera vuelta y de repente los aciertos sobre los que se apoyaba esa preferencia, desaparecen y la población vota mayoritariamente por una persona que está en las antípodas del líder preso y no por la persona que él nombra como su sucesor. Y no solamente está en las antípodas de Lula, está en las antípodas de cualquier comportamiento que pueda considerarse democrático.
En las antípodas mismas del sentido común. Es normal que los candidatos en campaña callen sus verdaderas intenciones, como Macri en la Argentina, pero que las expresen y que estas estén más allá de cualquier límite moral admisible (como el racismo, la misoginia, la homofobia, la defensa de la tortura, etc.) y aun así sean votados, es sorprendente. ¿Qué tamaño han tenido los errores del PT para que Lula sea aceptado y su sucesor no? No hay lógica alguna, ni siquiera la de atribuir los odios de Bolsonaro a la vida como propios del pueblo brasilero. Me queda una interrogante que quizás esté en la base de una explicación comprensible:
¿Qué papel han jugado las iglesias evangélicas (muy poderosas en Brasil) en todo esto? Ellas operan en el campo de lo mágico y de lo absurdo y podrían (mi condicional es generoso) haber jugado un rol decisivo en el lavado de cerebro que se manifestó en la primera vuelta. Casualmente ayer, en Argentina, la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, acaba de convocar a los líderes evangélicos de ese país. Si fueron funcionales a los intereses de los poderosos en Brasil, por qué no en Argentina.