Siento gran aprecio por Carlos Tovar Samanez, el gran “Carlín”, viejo camarada de tiempos casi heroicos. No hace mucho, en su Facebook, Carlín comentó un artículo mío publicado en “La República” en esta dirección.
Mi artículo defiende a Carlos Bruce y niega que él haya sido racista cuando propuso incluir a un provinciano en la lista presidencial de Peruanos por el Kambio. A la inversa, yo creo que Bruce fue y es antirracista pues rechazó la presencia de tres personas blancas en la “plancha”. Si esto es ser “racista”, por favor, que cambien los diccionarios.
En mi artículo también opiné que un error de Bruce y de mucha buena gente es suponer que un provinciano-mestizo-cholo (Martín Vizcarra) representa a todos los provincianos-mestizos-cholos, y que una mujer (Mercedes Aráoz) representa a todas las mujeres. No hay “representaciones horizontales”. De paso, censuré las tonterías de las cuotas y de la paridad, exigidas por feministas verdaderas –confundidas, pero de buena fe–, y por hembristas, odiadoras de los hombres.
Habrá otro momento para explicar cómo el hembrismo es un enemigo mortal del feminismo.
Con este sí, con esta no
Antes de seguir, es bueno notar que el caso de Martín Vizcarra es el mismo que el de Mercedes Aráoz: ambos entraron en la plancha presidencial de Peruanos por el Kambio por “cuotas”: uno porque “representó” a los provincianos no-blancos; otra porque “representó” a las mujeres.
Los engreídos se han escandalizado porque Bruce reveló que pusieron a Vizcarra pues era provinciano-no blanco, pero no se han escandalizado porque igualmente hayan tratado “como una cosa” a una mujer, Aráoz. El “desprecio” contra uno es el mismo “desprecio” contra otra. Habría que preguntarle a Carlín por qué no ha dibujado una caricatura que denuncie la “cosificación” de Aráoz, una mujer.
La respuesta es fácil: Carlín no se atreve a burlarse de la manipulada inscripción de Aráoz pues es devoto de las sagradas “cuotas” femeninas. De esta manera, le parece bello y normal que hayan inscrito a Aráoz por ser mujer, salvo que Carlín demuestre que la pusieron por sus altos méritos intelectuales.
Al burlarse de la inscripción de un mestizo provinciano, Carlín exhibe orejas de racista bajo el gorro del hembrismo, que desprecia a los hombres. Lo dicho: la cuota de una mujer es sagrada; la cuota de un hombre es motivo de sarcasmo.
Explicación bonus-extra
Algo sobre el título. “Hermanitas de la Paridad” se llama un artículo que me publicó “La República” en esta dirección.
“Hermanitas de la Paridad” alude a las mujeres obsesionadas con el mantra de la “paridad”, de modo que intentan aplicarla a las circunstancias más absurdas. Por supuesto, las feministas nunca aplican la paridad a sus organizaciones no gubernamentales, donde los hombres ni siquiera brillan por su ausencia. Las ONG feministas son matriarcados en países, como el Perú, donde existe el machismo, pero donde ya no hay patriarcado. (El tema del patriarcado merecería otro artículo.)
“Hermanas (o Hermanitas) de la Caridad” es el nombre de muchos grupos de religiosas cristianas. “Hermanitas de la Paridad” es un cambio por paronomasia. De todas maneras, yo no fui el primero en inventar este cambio pues una feminista boliviana lo formuló en La Paz (Bolivia) en el año 2008, como se relata en la página 57 de este documento.
Uno ya no puede ser el primero en nada.
Risas soledosas
Volvamos a nuestro asunto. En su Facebook, Carlín escribió lo siguiente.
Gracias a Víctor Hurtado por haberme desternillado de risa, a solas, leyendo su disparatada columna en La República de hoy (AAR lo publica como invitado). La frase final es lo mejor: “Falta saber dónde entrarán los cholos pues las mujeres y los hombres ya se repartieron el 100%”. O sea que, para Hurtado, los cholos, como no son hombres, ni tampoco mujeres, no tendrían cabida en las listas paritarias. ¿Qué les parece?
Me alegra la alegría de Carlín, pero no me parece justo nuestro intercambio de sonrisas pues yo casi no escribo, lo que le da pocas ocasiones de reírse; en cambio, me da risa lo que Carlín hace todos los días. Este largo artículo pretende refutar ciertas opiniones de Carlín, y trataré de hacerlo con algo de buen humor ya que Carlín lo aprecia mucho –si no, ¿para qué están los amigos?–.
Uno más dos no son tres
Pasemos ahora a examinar las objeciones de Carlín y, en general, su capitulación ante la mitología reaccionaria de las cuotas y la paridad.
Yo creo que debe haber cuotas en estudios y en empleos para personas que posean alguna discapacidad física o mental; mas, aparte de ellas, no debe haber cuotas ni paridad temporales ni permanentes para mujeres y hombres adultos y sanos, nunca, jamás. Veamos la paridad mujeres-hombres, que tanto le gusta al buen Carlín.
El mecanismo de esa tontería es simple: 1) las mujeres han estado y están excluidas de los cargos de poder político y privado; 2) las mujeres forman la mitad de la población; 3) por tanto, las mujeres merecen la mitad de los cargos de poder político y privado. Ignoro quién haya inventado ese “silogismo” tan idiota, pero estoy seguro de que su profesor de lógica ya ha saltado por una ventana.
Las tesis 1 y 2 son ciertas (la 1, hoy bastante menos), pero la tesis 3 (la “conclusión”) es disparatada, como bien diría Carlín. En resumen: no hay persona, ángel ni dios que, de 1 y 2, pueda deducir 3. Intentar hacerlo es incurrir en pensamiento mágico.
Retromoderno preilustrado
Puedo estar equivocado; por esto, desafío a Carlín y a cualquier persona a demostrar que, en un Estado democrático, el sexo de la mitad de la población ha de determinar el sexo de la mitad de las personas que ejercen el poder. Así, por ejemplo, como hay 50 % de mujeres, debe (?) haber 50 % de ministras. Vamos, Carlín demuestra que tienes razón y que la paridad es lógica.
En un Estado ilustrado, democrático y liberal –como el que deseamos–, se accede al poder mediante elecciones o por nombramiento (ministros), no por el número de las personas que forman los grupos naturales. Los grupos naturales no crean derechos políticos, Carlín, salvo en las sociedades preilustradas, medievales, cuando la gente tenía (o no tenía) derechos si era blanca o negra, aristócrata o plebeya: así se nacía y así se moría. Tan moderno como es, Carlín habita en la Edad Media pues cree que la biología (el sexo) determina la “cuota” del acceso a la política.
Si Carlín arguyese que hay una “deuda milenaria” con las mujeres, habría que responderle que, sí, las mujeres (los negros, los indígenas, los homosexuales, etc.) han sufrido mucho durante siglos. El problema para Carlín es que aquellas personas que sufrieron tanto, ya están muertas. Debemos rendirles homenajes, pero el Estado no tiene deudas con los muertos, sino con las personas vivas y con las que nacerán. Así pues, el argumento sentimental de la “deuda histórica” es inútil, excepto para no repetir abusos y errores.
Esa mitad es un completo problema
Carlín es un entusiasta de un lema muy curioso: “Somos la mitad: queremos paridad”, que predican algunas feministas. Un Facebook se llama precisamente así y añade: “Paridad en todo” (¿en todo: también en las muertes en accidentes de trabajo, cuyo 90 % corresponde a hombres?).
Malas noticias, Carlín: tu lema “Somos la mitad: queremos paridad” acaba de ponerte una soga de corbata. Veamos… “Somos la mitad” significa que un porcentaje de personas (50 %) determina el “derecho” a acceder a 50 % de los cargos de poder político y privado (ahora también exigen la paridad en las gerencias de las empresas privadas). Aquí comienza Carlín a padecer.
En la sociedad hay muchos grupos postergados y maltratados que, además de ser de hombres o mujeres, están formados por indígenas, mestizos, negros, injertos, cuarterones de mulato, homosexuales, bisexuales, transexuales, etc. De paso, recordemos que los indígenas pueden ser muy distintos entre sí: por ejemplo, los aguarunas “no pueden” representar a los tallanes; de tal modo, el “grupo” de los indígenas explosiona en cientos de grupos menores con iguales derechos a su propia “representación”.
Cada uno de aquellos grupos representa un porcentaje del total de los habitantes, ¿verdad, Carlín? Luego, si son personas postergadas, debemos darles “sus” porcentajes de poder así como se lo dimos a las mujeres: es justo.
Oigamos la voz de las bases, que claman ante ti, Carlín: “¡Exijo mi propia cuota, Carlín, y tú no eres nadie para negármela, salvo que seas racista, homófobo y tránsfobo!”. Así pues, estás en problemas, Carlín, porque debes o 1) repartir las cuotas como tarjetas o 2) convertirte en un mini-Stalin y mandar a callar a las quejosas y a que se formen ante el paredón de tu patriarcal autoridad. No hay quite, Carlín: ó 1 ó 2.
Cuotas de locura
Empero, hete aquí que ya hemos repartido todo el pastel: 50 % para las mujeres y 50 % para los hombres, de modo que no hay cómo darles sus “merecidos” porcentajes de poder a todas las minorías raciales y sexuales, que son cientos. Ya que Carlín es buenista y le encantan las cuotas, debe explicarnos cómo hará para repartir las que merece cada uno de los subgrupos de mujeres (negras, lesbianas, bisexuales, etc.).
Puesto contra las cuerdas, Carlín alegará que no hay que darles cuotas a los “grupos menores” pues, por ejemplo, las lesbianas “ya están incluidas” en el 50 % de las mujeres. No, Carlín: feo error, cruel desplante. Las lesbianas son personas que han sufrido por ser lesbianas –además de por ser mujeres– y merecen su cuota fuera del 50 % de las mujeres, aunque tú no quieras pues se te desbaratarían las cuentas.
Supongamos que las lesbianas son 10 % de la población total; así, gracias al buenismo de Carlín, sus mágicas cuotas llevarán el total a 110 %. A esta locura sumemos las cuotas que merecen los otros subgrupos de mujeres (por razas, digamos), y el total de grupos con “derecho” a acceder al poder llegará a 500 % o más.
Si añadimos los “derechos” de los hombres negros, indígenas, bisexuales, etc., alcanzaremos la esférica cifra de 1.000 % en candidaturas al Congreso, en miembros del gabinete ministerial, en integrantes de los directorios de las empresas privadas, etc. Faltarán sillas, Carlín: ni aunque las dibujes.
Inflación redonda
Para más inri, recordemos que muchas personas sufren varias opresiones. Por ejemplo, una mujer negra y lesbiana sufre tres veces, de modo que forma parte de tres grupos y tiene tres “derechos” a tres cuotas. ¿Qué haremos con esas ubicuas mujeres, Carlín, si ya estamos en el 1.000 %? Ni la inflación de Venezuela llegará al delirio de tus cuotas.
Otro sí: ¿cómo harás, Carlín, para distinguir a una negra de una mulata, a una indígena de una chola, a fin de darles sus respectivas cuotas? Difícil, difícil, salvo que les hagas pruebas de ADN, al mejor estilo de Herr Doktor Mengele, de espantosa recordación.
También: ¿cómo hará Carlín para saber cuántas bisexuales hay en el Perú: irá casa por casa, las mirará con lupa, hará encuestas en los microbuses…? Si Carlín no tiene las cifras exactas, tampoco podrá determinar la cuota que le toca a cada subgrupo de mujeres oprimidas; y, si no les da sus cuotas exactas, Carlín cometerá injusticias dignas del más horrendo sistema patriarcal.
¿Qué le damos a la minimicrosubministra?
Pasemos a más estadísticas idiotas. Supongamos que hay 20 ministerios y que 10 “deben” corresponderles a las mujeres. ¿Cuántos les tocan a las heterosexuales? Respondamos que 6 ministerios. A Carlín le quedan 4 ministerios para repartir entre mujeres indígenas, negras, mulatas, quinteronas de mulata, injertas, lesbianas, bisexuales, transexuales, mulatas que son lesbianas, cuarteronas que son bisexuales, etc., etc., etc. ¿Cómo harás, eh, Carlín? No puedes; no hay ministerios suficientes…
Además, no hay cómo definir a una mestiza o una mulata (¿otros exámenes de sangre al Doktor Mengele modo, Carlín?). Más idioteces: ya que existen pocas transexuales, a su “representante” le tocaría ejercer 0,00002 % de un ministerio. ¿Cómo se puede ser 0,00002 % ministra, eh, Carlín? No puedes responder, pero defiendes las tonteras de las cuotas y la paridad, que solo te llevarán al ridículo.
Moraleja: Una vez que uno acepta la idiotez de las cuotas, ya no puede parar; uno resbala sobre un tobogán con las manos en los bolsillos; la sociedad se va dividiendo en grupos cada vez menores, más y más estrechos, y se llega así a la fisión social del átomo.
Lo grotesco es que Carlín no puede negarles cuotas a los miles de subminigrupos de mujeres que vayan emergiendo, pues él defiende el “principio” de la cantidad: “Somos la mitad; queremos paridad”, “Somos 0,00000021 % de las mujeres, y exigimos nuestra propia cuota”. ¡Ah, Carlín, en mal momento…!
Retorno a la Edad Media
Otro problema de Carlín es que, aunque es un hombre de izquierda y un gran artista de la ilustración, es un preilustrado: vive en el siglo XV. La Ilustración nos enseña que, para la ley y el Estado democrático, no hay razas ni identidades sexuales: todas las personas tienen los mismos derechos. La democracia no te pregunta si eres mujer o zambo; la democracia sirve café a todos.
Así, “mismos derechos” significa que el acceso al poder no reconoce cuotas por diferencias naturales (razas, sexos, etc.), sino por cuotas logradas en elecciones. “Mismo = igual”, Carlín. De nuevo: los grupos naturales no crean derechos políticos.
Basadas en condiciones naturales e involuntarias, como la raza y el sexo, la estupidez de las “cuotas” es una idea reaccionaria, medieval, ajena por completo al principio de igualdad ante la ley. Hay muchas injusticias, por supuesto; pero el Estado da las mismas reglas a todos para que cada clase o grupo social luche por la realización de sus derechos, mas sin hacer trampitas llamadas “cuotas” y “paridad”. Nadie comienza el partido con goles a su favor, Carlín.
La ciudadanía es única
Así pues, para impedir las necedades reaccionarias de las cuotas y la paridad, el Estado democrático e ilustrado inventó la ciudadanía única, que no reconoce diferencias naturales ni sexuales. No hay “ciudadanías” especiales de mujeres, de hombres, de negros, de bisexuales… Si no estás en esto, no estás en nada, Carlín.
Las personas de izquierda tenemos el derecho a equivocarnos, pero también las obligaciones de oír críticas; de corregirnos y autocorregirnos siguiendo los principios irrenunciables de la civilización ilustrada; y uno de estos es que nadie es legalmente más o menos por ser rico o pobre, hombre o mujer, homosexual o bisexual, etc.
El feminismo (no el androfóbico hembrismo) es necesario; tiene importantes tareas pendientes, como lograr el derecho al aborto según la ley francesa; pero una de aquellas tareas no es postular tesis irracionales y retrógradas, como las cuotas y la paridad, que avergüenzan por su primitivismo y su juego sucio.
Te aprecio mucho, Carlín. Tus dibujos son excelentes, pero tus argumentos no pintan bien.