Con la chaira desenvainada, el Fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, gana terreno como un chacal a su presa. Ha sitiado al fiscal José Domingo Pérez, desmembrando el equipo especial de Lava Jato que comanda la investigación del Apra y Fuerza Popular; cesó de sus funciones a la fiscal adjunta Érika Delgado Torres sin mayor razón que la intención de impunidad de los aliados. Mientras se inspeccionaba la casa del congresista Rolando Reátegui en Tarapoto – y su familia y hasta empleados de su botica vinculados en la investigación en lo que es una de las grandes operaciones anticorrupción de la historia reciente, ella se enteró de su despido.
No lo supo Domingo Pérez. El golpista en pañales aprovechó que él estaba en una conferencia en México para hacer la jugada donde el Rey se deshace de los alfiles que amenazan la partida, porque la fiscal Delgado Torres se encargaba de las diligencias en la investigación de la campaña de Alan García del 2006. La Fiscalía esgrime “es para fortalecer”, pero, no, no se puede fortalecer cuando se quita la alfombra. La razón es violada por la fuerza. No me queda duda que Chávarry es un tirano encorsetado en piel de camaleón.
Desesperado porque en su descuidó cayó la reina (K) y su puesto vale una K. O dos. Y el Rey AG está en las sombras y dirige la próxima jugada, mientras sus peones mentecatos en el Congreso hacen bulla y se equivocan de leyes (Mulder, Del Castillo, Velasquéz Quesquén, etc).
Por el otro lado, la banda criminal, favorece a su fundador, con la Ley Fujimori, para unir a los fujimoristas (sale Alberto, entonces saquemos a Keiko). Y se rearman. Por la tangente Edwin Oviedo, presidente de la FPF, todopoderoso e intocable. Hinostroza, intocable. Becerril, intocable. En la otra vereda, el peruano de a pie observa. No distingue bien a los fujimoristas, de los Cuellos Blancos; a Chávarry, de Fujimori. No confunden. Ven con claridad: son la misma cosa.