Entre la maraña de publicaciones periodísticas y el maremágnum de las redes sociales y las encuestas de opinión existe algunos indicios claros de lo que quiere y no quiere el soberano: la población mayoritaria. La gran mayoría, si no todos, está por el combate sin tregua de la corrupción. Los cuestionamientos a los fiscales recurriendo a falacias y medias verdades no han encontrado un ápice de apoyo. Aquellas diatribas de políticos pasadistas con posturas de estadistas han sido codificadas y en las próximas elecciones no pasarán.
El enorme despliegue de amenazas, escudriñamientos y trabas a los procuradores, fiscales y jueces ha sido frenado. ¿Por qué? Porque cuenta con el respaldo mayoritario y porque los fiscales han empleado una estrategia general y táctica eficientes, para cada caso, y sin que les falle el pulso están dictando medidas compatibles con las circunstancias históricas.
Se escuchan voces que reclaman “la presunción de inocencia” como principio de garantía del debido proceso, que estamos en una dictadura fiscal y que este “empoderamientos” no es bueno, etc. Es verdad, no es bueno para los que le han robado al país, para los que se han enriquecido a costas de las coimas institucionalizadas desde la más alta magistratura del Estado. También hay envidia y desazón que solo algunos periodistas y algunos magistrados hayan puesto el hombro y el cerebro para hacer lo que saben hacer. Por ahora son pocos y existe la hipótesis plausible que se pueda fortalecer los aportes jurídicos, periodísticos, políticos y culturales para extirpar la corrupción. Todavía no se ha carburado, meditado y evaluado la afrenta intelectual y moral de proporciones de la expresión “demuéstrenlo pues imbéciles”. Tocó, toca y seguirá tocando el amor propio, la autoestima intelectual y ética de los investigadores en procura de la verdad contundente que marcará una nueva etapa en la vida peruana.
Se observa el incremento la propaganda ideológica, más que la reflexión teórica, por escribir la historia de la corrupción. Muchos no advierten que la historia que se escribe (relato dicen algunos) coincide con los hechos irrepetibles que son la materia de esta historia, es cuando vence la verdad histórica frente a las falsificaciones de quienes quieren torcerla.
Sobre quienes se han enriquecido y cómo lo han hecho, existen preguntas de tal simplicidad que se olvidan y ocultan. Un magistrado, un político, un funcionario del Estado con un sueldo promedio de 15 mil soles ¿puede comprarse, vehículos, casas, departamentos, joyas y hacer inversiones millonarias? Existen afortunados que de la noche a la mañana aparecen con grandes propiedades y quizá universidades ¿por obra del milagro? ¿Estamos todos tan embrutecidos y faltos de razón que digerimos ese camelo sin asombrarnos? Es lo que le pasa a la inmensa mayoría de peruanos que trabaja toda una vida para sobrellevarla, que se les hace sentir unos fracasados porque apenas pueden comprarse un auto de segunda y nuca una casa. Por este camino los jóvenes que trabajan 12 horas diarias llegan a la conclusión de que son unos perdedores e idiotas porque con su sueldo no pueden comprase edificios, empresas, universidades. De donde se desprende que la corrupción no solo carcome el desarrollo de la sociedad sino la autoestima sobre todo de los jóvenes. Y deja otro mensaje nefasto: que para hacer fortuna no se requiere trabajar, ni estudiar, ni esforzarse “porque la plata llega sola”.
Pese a todo hay una pequeña luz en el horizonte: la indiferencia se está tornando en adhesión a las causas nobles. No queda otro camino si se quiere progreso y desarrollo. Las lecciones que se están sacando con los días gracias al esclarecimiento de algunos intelectuales y al trabajo honesto de los más, seguiremos forjando ideas de recambio y políticas que fortalezcan la democracia y la igualdad de oportunidades. Que las facultades de derechos de nuestras universidades formen promuevan a fiscales como Domingo Pérez y jueces como Richard Concepción y las facultades de periodismo a investigadores como como Gustavo Gorriti.