El martes 23 de noviembre, un mensaje de Juan Acevedo me comunicó que Jorge Flores Lamas había fallecido a los 78 años. Hoy quisiera ofrecer unas líneas inacabadas a su memoria. Jorge fue el gestor del ya mítico semanario peruano “Marka”, que reunió a periodistas de izquierda y del que emergieron “El Diario de Marka” y su suplemento dominical “El Caballo Rojo”, dirigido por el poeta Antonio Cisneros.
Esas publicaciones significaron mucho en la historia del Perú desde 1975 hasta mediados de los años 80, cuando el diario fue usurpado por la mafia terrorista de Sendero Luminoso, asesinos de gente y del idioma.
Habrá quienes redacten las historias de aquellas aventuras, que iban y venían entre el teclear nervioso de las máquinas de escribir (las mecánicas y los mismos periodistas), los sustos debidos a las amenazas (de ambos terrorismos), las muertes de compañeros asesinados en Uchuraccay, las clausuras militares, las palabrosas asambleas de las tardes… Eso sí, la revista y el diario tuvieron solo dos líneas: la política y la del teléfono.
Por ahora, únicamente quisiera fijar algunos recuerdos de Jorge Flores Lamas. En su Facebook, su paisano y coetáneo Eduardo González Viaña ha contado ya, y bien, anécdotas de Jorge. Para que no se pierdan en el invierno del olvido, recordaré algunas otras.
Antes de entrar en el mundo de la prensa, Jorge Flores ya era un gerente exitoso en la empresa privada, mas dejó esta ruta y escogió el camino incierto de editar una revista y un diario de izquierda durante un gobierno militar poco dado a la lectura, excepto de los comunicados oficiales.
Entonces ya había publicaciones similares, pero eran órganos de partidos, generalmente breves (los órganos y los partidos), y ninguno alcanzó la importancia de “Marka” y de “El Diario de Marka”. Sin el empuje de Jorge Flores Lamas, ambos nunca hubieran existido.
De talla más que mediana, Jorge Flores era fuerte, rubio, y portaba lentes de astigmático. No tenía la paciencia de un santo, sino de un santoral, y había que tenerla para lidiar la lidia de becerros y de toros chúcaros de los grupos de izquierda, que no se amaban tal vez porque se parecían demasiado. Muchos volvían realidad una sentencia de Carlos Urrutia Boloña (otro iniciador de “Marka”): “¡Solo predican la unidad los incapaces de dividirse!”.
Jorge Flores no era periodista profesional, sino ingeniero y economista con posgrados en Alemania e Inglaterra. Escribía con soltura y claridad: la “cortesía del filósofo”, según José Ortega y Gasset. Redactaba un artículo para “Marka”, y a veces ninguno pues le agradaba delegar responsabilidades. Nunca se le ocurrió que “competía” con los chicos de la prensa.
Flores aceptaba los talentos que emergían y admiraba la maestría de los grandes, como César Lévano. Siendo director, Jorge elogiaba sinceramente y nunca lo rozó la vanidad. Atendía a todos los de casa, y algunos eran más insistentes que un porfiado de plomo.
¿Jorge Flores en tres palabras? Inteligencia, visión, modestia, naturalidad, energía, buen humor… Sí, son más que tres palabras, pero es que faltarían muchas para dibujar con letras a este amigo, hábil en el manejo de la gente y de su escarabajo hecho Volkswagen.
Jorge supo estar al frente de las dificultades, como las económicas, ayudado por Eduardo Ferrand, gerente-mago de los números. Ni la revista ni el diario fueron negocios, y tampoco se crearon para serlo. Hubo meses en los que no se pagaba, y el personal seguía hacia adelante, con las bajas comprensibles. Laborábamos por convicción política, una forma del amor al arte de ser opositores. Ser de oposición desde un periódico es una delicia que nunca degustarán quienes solo gobiernan: ¡allá ellos!
En julio de 1975 ocurrió la primera clausura de “Marka”, dictada por el general Juan Velasco, irritado por la crítica radical de izquierda del entonces quincenario. El director Humberto Damonte, periodistas y políticos fueron deportados peligrosamente a la Argentina, mangoneada por una dictadura militar. Jorge Flores se salvó entonces porque estaba fuera del Perú.
La clausura siguiente se produjo en enero de 1979, durante la “segunda fase” del gobierno militar, encabezada por Francisco Morales Bermúdez. Para sobrevivir un poco, Jorge y otros periodistas inventaron después “La Calle”, semanario semipolítico de gran formato. Fue una pantalla de papel ya que lo perpetramos los mismos que habíamos hecho “Marka”; es decir, los faltosos de siempre. Bien se sabe: los faltosos nunca faltan.
Como la clausura se prolongaba, en protesta, Jorge y otros periodistas organizaron una huelga de hambre. Duró siete días y la cumplimos en abril de 1979 en el sótano-auditorio de la Federación de Periodistas. Algunos huelguistas, como Enrique Zileri, ya han fallecido; en actividad continúan César Hildebrandt, Juan Acevedo y Ricardo Uceda. Flores encabezó el grupo de “Marka”; el diario aún no se publicaba. Para que suspendiéramos la huelga, el gobierno suspendió la suspensión de los órganos interdictos: ¡victoria!
La noche es joven, pero yo no, así que desearía terminar estos apuntes con recuerdos personales antes de que me vaya del brazo del olvido. Jorge me ayudó muchas veces, y dos en especial. La primera vez ocurrió a principios de 1980, cuando me confió la subdirección de “Marka”, aunque de hecho fue la dirección pues él se dedicó a organizar el diario, que apareció en mayo de aquel año.
La segunda vez que Jorge me ayudó ocurrió en 1989: me contrató para venir a trabajar en Costa Rica, cuando yo me había entregado por completo al trabajo parcial. El pluriempleo es el arte de estar desempleado varias veces a la vez. Entonces, en San José, Jorge dirigía la oficina de la edición latinoamericana de la agencia Inter Press Service, donde se hizo querer por su cordial humanidad. Luego trabajó para las Naciones Unidas con refugiados de la guerra de Kosovo.
Del periodismo conservo la desconfianza, así que intenté recordar cosas buenas y cosas malas de Jorge, pero nada malo vino a mi memoria. Jorge Flores Lamas fue un hombre sano, paciente y emprendedor; por sobre todo, un amigo verdadero, de los que se llevan algo de nuestra felicidad cuando fallecen. Sea lo que esto signifique, deseo que descanse en paz.