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Este artículo es de hace 4 años

Un artista triunfador de adversidades

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Amigas y amigos:

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En una mañana reciente, me sorprendió un mensaje de nuestro amigo Edmundo Cruz: él me proponía hablar en un homenaje que se rendiría a César Lévano, organizado por la Fundación Gustavo Mohme Llona. El cordial pedido me sorprendió pues vivo en Costa Rica desde hace treinta años y estoy descatalogado de la política y de la cultura peruanas; sin embargo, acepté: ¿cómo podría negarme? ¿Cómo no aprovechar el privilegio de hablar en presencia de un héroe, de un modelo de dignidad, sabiduría y modestia? Empero, luego me asusté. ¿Qué podría expresar yo que no se haya dicho ya, y mejor, sobre don César? He pasado muchas horas tratando de hilvanar ideas de otros y de inventar algunas. Sentía que me preparaba para dar un examen, y era verdad: solamente se da examen ante un maestro, y César Lévano es el maestro.

Por todo aquello, os suplico que seáis indulgentes conmigo y que perdonéis mis olvidos y mis yerros. Igual que vosotros, no me gusta oír lecturas de discursos pues la mejor oratoria se improvisa. (En esto se parecen los oradores y los gobernantes: unos y otros improvisan.) Prefiero guiarme por lo escrito. No deseo ser como esos oradores que anuncian: “¡No he venido preparado!”, y lo demuestran. Quisiera no excederme en el tiempo pues, cuando el orador se extiende demasiado, el público no desea que se muera, pero sí ansía que diga sus últimas palabras.

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No me detendré en los datos biográficos de César Lévano para no dilatar esta exposición. Quienes deseen conocer tales datos pueden leer el viandante libro Rebelde sin pausa, de Paco Moreno, admirable discípulo de César, y consultar también los datos que Carlota Burenius, amiga del maestro, ha colocado en el sitio de Internet de la Fundación César Lévano, creada por Carlos Bracamonte, otro fiel discípulo de nuestro amigo. Se verá entonces que este poeta ha tenido una vida de novela.

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Los prólogos de los libros son como las dictaduras: una vez que han comenzado, ansiamos que terminen pronto. En un prólogo casi tan extenso como su propio libro, Historia intelectual de la humanidad, Peter Watson nos reseña la manía de armar tríadas de cosas o de ideas. Así, el filósofo Roger Bacon declaró que la imprenta, la pólvora y la brújula fueron los mayores inventos de la humanidad. Más tarde, el ilustrado Condorcet nos enseñó que la humanidad debía cumplir tres  objetivos: acabar con la desigualdad entre las personas, terminar con la desigualdad entre las naciones y perfeccionar la humanidad. Podríamos seguir citando tríadas, mas quedémonos en un aporte bien peruano: el vals Alma corazón y vida.

Extrañamente, Peter Watson olvidó la más célebre tríada de la filosofía, que Platón formuló en sus diálogos: la confluencia de la bondad, la verdad y la belleza. Algo ingenuamente, para el maestro de Aristóteles, el bien es verdadero y bello, la verdad es buena y bella, y la belleza es buena y verdadera. “Verum, bonum et pulchrum” es la antigua sentencia. Esta tríada reaparece con los siglos, mas pocos creen hoy en ella pues se ha hecho arte con lo feo, como lo demuestra el óleo Las tentaciones de san Antonio Abad, del Bosco, y puede hacerse arte con lo malo, como la visualmente espléndida película pronazi El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl.

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Sin embargo, esta noche seamos más amigos de Platón, cual recomendó el poeta Pedro Cateriano. Volvamos a la tríada platónica del bien, la verdad y la belleza pues son como tres señales en el cielo que nos guiarán hacia la vida y la obra de César Lévano. No será tarea fácil: César es periodista, poeta, compositor, conversador, combatiente por la justicia… Ignoramos qué lo define mejor así como nadie sabe cuál es la verdadera cara de un diamante.

El propio César Lévano nos autoriza a buscar la fraternidad en aquellos tres valores. En la última página de Rebelde sin pausa, Paco Moreno le pregunta: “¿Cuál es la relación entre la verdad y la belleza?”, y César responde: “Ambas se entrelazan. Suscribo la idea de John Keats, el genial poeta inglés: ‘La belleza es verdad, y la verdad es belleza’”.

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El periodismo debe ser la religión laica que rinde culto a la verdad: la que nos gusta y también la que nos hiere. En el prólogo de Rebelde sin pausa, Ángel Páez, discípulo de César, recuerda este consejo de su profesor: “Nunca engañes a los lectores. Escribe solamente de lo que sabes”. Quienes trabajamos con César Lévano en la revista “Marka” y en los mejores años de “El Diario” de “Marka”, recordamos la autoexigencia del maestro en la búsqueda de una información, de un dato esquivo que podría confirmar o descartar una idea: de no encontrarlos, César prefería omitir una línea, e incluso un artículo, antes que “imaginar” el dato requerido. En César Lévano, el respeto por la verdad excede la ética profesional: es propio del hombre mismo, incapaz de una mentira. Tal decencia profunda es un legado de su abuelo y de su padre, santos anarquistas que no proferían una mentira ni traicionaban una verdad ni bajo tortura.

Volvamos a los salones de la Academia, donde Platón sigue enseñando que otro valor de la vida es la belleza, juicio que halló eco en un lejano discípulo del ateniense: José Carlos Mariátegui, quien nos convocó “no solo a la conquista del pan, sino también a la conquista de la belleza”. Una vida ética es una vida estética.

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César Lévano es un artista: un poeta de la música, un músico de la poesía. A Paco Moreno confesó: “Crecí con música. En mi casa solariega [su ironía por “callejón”] casi siempre había serenatas y bailes. Vivía en medio de la música, vivo en medio de la música”. Junto con sus amigos del alma popular Víctor Merino, Manuel Acosta Ojeda y Carlos Hayre, César compuso temas criollos y andinos que no se grabaron por falta de dinero. La “otra” música también es suya, y así lo apasiona la Tocata y fuga en re menor, de Bach.

Por supuesto, César Lévano es un señor de la palabra, y lo prueban sus libros de poemas, felizmente hoy recuperados. El maestro conversa con la palabra para enseñarle cuanto ella le ha enseñado. Como los grandes prosistas, sabe que escribir prosa literaria implica bajar los vuelos de la poesía al llano de la prosa. César Lévano es uno de los mayores prosistas de la literatura peruana: de aquellos seres extraños que hacen fina literatura sin escribir cuentos ni novelas. Hay, pues, una estirpe que hermana a César con Manuel González Prada, Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez y Jorge Basadre –por citar solo cinco artistas que ya no están con nosotros–.

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Servirse la prosa de César Lévano es como gozar de un banquete bajo el sol. Oigamos: al referirse a los detractores de Pablo Neruda, Lévano escribe: “Todos añadieron algo de pesar al océano sentimental del poeta. Pocos lograron encresparlo”. Cuando alude a su pasión correspondida por los libros antiguos, expresa: “Nací a dos cuadras del parque Universitario, en cuyo entorno florecían las hojas de segunda mano”.

Lévano recuerda así a su amigo César Calvo: “Para que Javier Heraud nunca muriera, César hablaba con él”. Luego celebra la risa de César Calvo: “Risa enorme, asombro matinal de su alegría”. A otro poeta, Martín Adán, César Lévano lo define así: “Con el rayo de la belleza y la ironía defiende el agobiado recinto de su soledad”.

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¿Dijo alguien “ironía”? Bien: de este ejercicio breve de la esgrima sabe mucho César Lévano. En una semblanza dedicada al escritor mexicano Carlos Monsiváis, nuestro amigo le resalta “su amor a prueba de bilis” y luego evoca una “lista negra lista para el desempleo”. En un comentario sobre un triunfo de la selección peruana de fútbol, Lévano estampa que así deben actuar los peruanos: “Como un solo hombre, para defender al Perú de la acometida autoritaria e inmoral del fujimorismo en el estadio de la historia”.

Sorprende que aún no se haya analizado el estilo de César Lévano por el “lado” de la retórica –la ingeniería de la literatura–. Veamos solamente un caso: cuando alude a Juan Gonzalo Rose, Lévano construye un quiasmo, la figura de transposición que equivale a “1-2, 2-1”: “poeta vivo, viviente cantor”. Quien desee aprender gozando estos juegos milenarios –que ya Aristóteles archivó en su Retórica–, debería leer el prólogo que César Lévano escribió para Camino real, antología de Juan Gonzalo Rose.

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Pasemos brevemente a la tercera sala, que nos falta visitar: el bien, el valor más caro al viejo Platón. Quien dice “bien” dice “justicia”; quien dice “justicia” comienza a decir “César Lévano”. Sus ideas de bien y de justicia son tan bellas que son buenas. No digamos que César lucha “por sus ideas”, sino que lucha “con sus ideas”, “junto a sus ideas”: fiera y dulce compañía, como los ángeles de la guarda, que consuelan y rearman al agonista imprescindible –Bertolt Brecht dixit–.

Para expresarlo con pocas letras: César Lévano es un porfiado; sí, pero recordemos que “porfiado” deriva de “fe”; en su caso, de la fe encendida en su infancia al lado de su abuelo de nobleza proletaria, de su padre inmovilizado por las torturas, de su madre ejemplar –”Solo la muerte interrumpió su ternura”, escribió César–. Luego, la dureza del Perú fue la piedra que afiló la espada de su verbo y lo llevó a la cárcel una y otra vez: “Cliente frecuente” dirían hoy los publicistas. No lo venció la cárcel, sino viceversa, y salió de ella aun más convencido de que, cuando el mal está hecho, falta hacer el bien. César Lévano –”vida y obra”, como dicen de los santos– es, pues, la conjunción de la verdad, la belleza y el bien.

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El gran problema de elogiar a César Lévano es que uno ya no puede ser original. Así como todo se ha dicho de don Quijote, todo se ha dicho también de este quijote nuestro. Así, podría yo reiterar el asombro que irradia su erudición tan memoriosa. Cierta vez, en la revista “Marka”, en 1980 (en la prehistoria pre-Internet), mencioné a César que había leído un artículo sobre una edición del siglo XIX de la Comedia de Dante (la que Petrarca apodó “Divina”): ¡para qué lo hice! Su respuesta fue confirmarme que sí, que esa edición existía; que se había impreso en el año de tal en la ciudad de cual, y que incluía grabados de Zutano y notas de Mengano. La rara conjunción de sapiencia y claridad de César Lévano hace recordar un encomio de Alfonso Reyes dirigido a Teofrasto, discípulo de Aristóteles: “El mucho saber no le embarazaba el estilo”.

Dejemos a Platón en su sueño de siglos. Quisiera pergeñar ahora dos ideas: César-héroe y César-vida cumplida. Para elaborar esta conferencia leí libros dedicados a los héroes. Algunos libros eran tan tediosos, que hacían su lectura precisamente heroica; mas casi todos aludían a los “grandes héroes” que dormitan en pie y en bronce en las plazuelas, convertidos en perchas de palomas de la paz: bien por ellos, aunque hayan hecho la guerra.

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Sin embargo, hay otros muchos héroes no cristalizados en el bronce; ellos motivaron a Ralph Waldo Emerson a escribir en su libro Hombres representativos: “Los grandes hombres están más cerca de nosotros; los conocemos a simple vista”. De este humano mármol de heroísmo está hecho César Lévano, suerte de Job profano sobre quien el demonio de la adversidad descargó sus golpes de pobreza y orfandad; de invalidez física y prisiones; de noble desempleo y amenazas de muerte terroristas.

A todo, César Lévano respondió con dignidad. Le dijo a Paco Moreno: “Al día siguiente de la captura [su primera carcelería], cuando me dieron mi primera paila, no sabía con qué comer. Tenía una cajita de fósforos y la usé como cuchara. Nunca me he asustado, ni me he amilanado ni me he puesto a llorar. Siempre me he sobrepuesto”. Dije que la adversidad descargó golpes sobre César Lévano, y aquí es imposible no recordar los versos finales del poema Hierro, de José Martí:

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“[…] La dicha es una prenda

de compasión de la fortuna al triste

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que no sabe domarla: a sus mejores

hijos desgracias da Naturaleza:

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¡fecunda el hierro al llano, el golpe al hierro!

César Lévano afrontó miles de golpes férreos gracias a la comprensión sin límites de Natalia Casas, su fina y cálida esposa; a sus cuidados debemos agradecer el milagro de la obra escrita del maestro. Al fin, ninguna prueba ha amargado a César Lévano. Como los sabios epicúreos, mantuvo la serenidad de ánimo, la ataraxía, y nos ha regalado siempre su buen humor, el don amigo de su risa. Bien lo ha calificado César Hildebrandt: “Es un aristócrata del proletariado”.

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Queda mucho por decir. Por suerte, jóvenes discípulos recuperan y publican, en libros y en la Red, escritos del maestro: relumbres de un mar inagotable. Hoy, quienes lo hemos conocido, le agradecemos su ejemplo intelectual, su señorío ético, como el de las antiguas presencias vigilantes que nos hacen mejores.

En el prólogo de Antropología e historia, libro póstumo del venerable Emilio Choy, Pablo Macera sentencia: “Muchos arqueólogos se abstuvieron de cometer ciertos actos únicamente por respeto a la opinión de Choy”. Quizá sorprenda que esta benévola censura tiene alcurnia. Así, dos siglos antes de nuestra era, los epicúreos se corregían entre ellos amonestándose: “Actúa siempre como si te viera Epicuro”. Doscientos años después, el mismo consejo daba Séneca en su carta vigesimoquinta a su amigo Lucilio: “Vive como si tuvieses encima la mirada de algún varón virtuoso”. Pues bien, hoy, ese varón virtuoso, ese afable censor involuntario, es César Lévano.

Ahora, en su alta edad, César puede estar satisfecho de su vida cumplida: de la respuesta que dio a la “invitación a la vida heroica” formulada por su maestro José Carlos Mariátegui, con quien es lícito compararlo en dignidad. Acabo estas digresiones citando a un buen amigo de César Lévano, el historiador Jorge Basadre, quien pronunció un panegírico en honor del intachable liberal Francisco de Paula González Vigil –un santo en un corral de fieras–. Dijo Basadre sobre Vigil: “Ninguna de las lacras de los viejos lo cogió: la majadería, la inercia, el erotismo, la mezquindad, la hiel, el pesimismo. Ennobleció el oficio del hombre”.

Gracias por su obra, gracias por su vida, maestro César Lévano.

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El análisis y las expresiones vertidas son propias de su autor/a y no necesariamente reflejan el punto de vista de EL PERFIL
Sobre la firma
Estudió Historia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es miembro correspondiente de la Academia Peruana de la Lengua. Reside en Costa Rica y trabaja en el diario La Nación desde 1994. En 2020 publicó Otras disquisiciones, un libro que recopila sus artículos referidos al uso del lenguaje.
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