A nueve días de las elecciones municipales, en el caso del gobierno local metropolitano de la capital del Perú, la situación es muy poco motivadora: propuestas repetitivas, cuando no plagios descarados; candidatos carentes de una visión integral de desarrollo de la ciudad-región, autoritarios o insípidos; explican el por qué por lo menos un tercio de los electores anuncian que votarán en blanco o viciado.
Quienes aparecen ocupando los primeros lugares en las encuestas miran por encima del hombro a la ciudadanía: tanto quienes se niegan a debatir y cuando lo anuncian ponen tantas condiciones que revelan que no les interesa hacerlo, como aquellos proclives a una visión policiaca que están más preocupados en hacer “show” y salvarse de la cárcel. En todos los casos, las propuestas son lo menos importante.
La situación es grave considerando que estamos en el tramo final de la gestión de un alcalde cuya razón de ser es “no importa que robe si es que se hace obra” y el hacer “oídos sordos” a los pedidos de la gente. Es el fracaso de una concepción y un estilo de gobierno que se burla de nosotros y pretende perpetuarse en el poder, como si se tratase de una sucesión dinástica, a través de la postulación del hijito de papá.
Sin embargo, al parecer quienes habitamos en Lima somos sufridos para el castigo y corremos el riesgo de que el nuevo alcalde sea alguien contrario a construir una visión integral del desarrollo y a actuar pensando sobre todo en la gente y no en sus negocios e intereses personales y los de sus socios.
En cualquier caso, resulta evidente que el nuevo alcalde tendrá poca legitimidad y, por lo tanto, la vigilancia ciudadana deberá ser un factor fundamental durante los próximos años.