El mundo es de los jóvenes. Ellos son los que llevan la voz cantante y aparecen siempre en el momento indicado. El 2020 será recordado también como el año en que millones de jóvenes peruanos protestaron contra Merino y sus ministros que creían que iban a hacer de las suyas en Palacio de Gobierno. Pero no solamente querían que Merino se fuera, sino exigían, exigen, que las cosas cambien de verdad.
Se organizaron desde sus pantallas y les importó un pepino lo que podían decir los medios tradicionales. Desconfiar de la prensa corporativa fue uno de sus méritos y la aprendieron en los tiempos en que el traidor Humala quiso imponer la Ley Pulpín.
Los jóvenes se trajeron abajo a la Ley Pulpín e hicieron retroceder a Merino, a Ántero, a Sheput y a otros sinvergüenzas.
En Chile los jóvenes dieron el ejemplo; en Bolivia también. Los miserables, los dictadores, son odiadores de los jóvenes porque estos suelen tener razón. Los dictadores asesinan a los jóvenes.
La tarde del 2 de octubre de 1968, militares mexicanos, esbirros del dictador Gustavo Díaz Ordaz Bolaños, asesinaron a decenas de jóvenes cuando estos se alistaban para una marcha de protesta que partiría de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.
La BBC recuerda este hecho así: "Cientos de soldados rodearon el sitio. Cuando los estudiantes anunciaban que se cancelaba la caminata para evitar violencia, inició una balacera contra la multitud".
Nadie sabe cuántos jóvenes fueron asesinados aquella tarde maldita. Algunos hablan de más de 40.
El sábado 14 de noviembre de este año, Jordan Inti Sotelo Camargo, de 24 años, y Jack Bryan Pintado Sánchez, de 22, fueron asesinados cuando protestaban cerca del Parque Universitario. A inicios de este mes, Jorge Yener Muñoz Jiménez, de 19 años, perdió la vida en medio del paro de trabajadores agroindustriales en la provincia de Virú, en La Libertad.
Sagasti debe ayudar para que los responsables de estas muertes paguen sus culpas. Se comprometió en el Congreso ya con banda presidencial; pero las palabras no bastan. Él tiene poco tiempo para hacer cosas. No podrán hacer grandes obras; pero sí puede ayudar a garantizar un proceso justo para que se haga justicia. No son todos los policías, son algunos malos policías que obedecieron a los que querían quedar con el poder.
Hay que escuchar a los jóvenes. Ellos no son el futuro. Son el presente de este país de infortunios. Tienen todo el derecho del mundo de poner a su sitio a lo que quieren perjudicar al país. Los jóvenes, la generación del bicentenario, nos han dado una gran lección este año de tragedias. Optimismo y lucha.
Imagen: Urpi Portuguez Palacios muestra la obra de su padre Bruno Portuguez.