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Nido de indios

Guillermo Giacosa
Por
Guillermo Giacosa
Rosario, Argentina (1942). Ha trabajado más de 30 años en distintos medios de comunicación de Argentina y Perú. Ha sido asesor del director general de la...

A propósito de un hecho violento provocada por una persona alterada y posiblemente enferma, volvió a la palestra el tema del racismo. El hecho sirvió para mostrar que esas posturas solo se pueden expresar con odio y que el odio, cuando se trata de casos aislados, a quien más rápido perjudica es al racista (psicológica y fisiológicamente) y no al teórico receptor de su odio.

Vale la pena agregar, a favor de la igualdad de los componentes de la especie humana que el cerebro tiene cien mil millones de neuronas y una capacidad potencial de diez elevado a la billonésima potencia.

Todos los cerebros humanos, salvo que haya taras, tienen esta capacidad. El color de la piel que cubre el cuerpo es ajeno a las virtudes del cerebro. Se puede ser negro, amarillo, blanco, cobrizo o azul, como algunas etnias del África, y ese hecho no hace ninguna diferencia.

Si yo, que tengo una piel blanca precisara mañana un trasplante de médula es posible que halle la médula compatible que me salvará la vida en un negro zulú, en un cobrizo aymara o en un amarillento japonés y no en una persona de mi color. El color de la piel se debe, originalmente, a razones geográficas.

En el África oriental, de donde provienen antiquísimos restos humanos, el sol cae de punta y es imprescindible una piel negra para protegerse de sus rayos. A medida que ascendemos hacia el norte la piel se va aclarando y en países como Egipto, Túnez o Libia hallamos personas que se asemejan cromáticamente a los habitantes andinos.

Pasamos al sur de Europa donde subsisten rasgos similares y a medida que trepamos en el mapa la piel se va aclarando pues los rayos solares van cayendo más oblicuamente y la piel toma el color necesario para aprovechar sus nutrientes.

Ya en el lejano norte, donde el sol es una fiesta infrecuente, fineses, noruegos, suecos, etc. son casi transparentes. Para ser más elocuente me internaré en el campo de las creencias para afirmar, sin temor a equivocarme, que Jesús, por ejemplo, no era blanco como suele presentarlo la cultura occidental.

Su piel debe haber sido de cobrizo a oscura y su pelo muy negro. Bolívar también era oscuro y hombres excepcionales como Gandhi, Mandela, Luther King tampoco obedecen a los patrones de los racistas que pululan en las redes sociales.

No debiera hablarse de razas sino de la especie humana y a su interior de la gama maravillosa de colores y culturas que debiera servir para enriquecer nuestra vida y no para hacer florecer nuestras miserias.

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Esta es una columna
El análisis y las expresiones vertidas son propias de su autor/a y no necesariamente reflejan el punto de vista de EL PERFIL
Rosario, Argentina (1942). Ha trabajado más de 30 años en distintos medios de comunicación de Argentina y Perú. Ha sido asesor del director general de la Organización de las Naciones Unidas (UNESCO) en temas de juventud y ha asistido a proyectos en África, Europa y América Latina. Ha publicado los libros Jugar a vivir (2005) y Sábados en familia (2008). Recibió el Premio Peter Berenson de Amnistía Internacional por su defensa a los Derechos Humanos.