Un clásico del cine hindú de 1954, producida por el reconocido cineasta Raj Kapor, narra la historia de Belú y Bhola, una pareja de niños menesterosos que perdieron a su madre durante la peste y son obligados a pedir limosna en las calles por una inescrupulosa tía que se apropia del dinero obtenido, lo cual da el conmovedor título de “Mendigar o morir” a la impresionante película.
Sin embargo, pese a su tierna edad, ellos sienten que mendigar constituye una cruel humillación a su dignidad y deciden hacerlo solo para comprar escobilla y betún, y trabajar lustrando zapatos, hasta que una tarde de torrencial lluvia no pudieron llevar dinero porque los clientes naturalmente se ausentaron y la tía los botó de casa; a partir de lo cual empieza una larga y triste lucha por la sobrevivencia para no morir de hambre, jurando jamás volver a pedir limosna.
Salvando diferencias, ese honroso impulso de dignidad ante el peligro de morir por inanición y enclasutrados por la obligada cuarentena sanitaria, es lo que impulsa a miles de humildes ciudadanos en las principales ciudades del Perú de estas últimas semanas a salir en busca de 20 o 30 soles de recurseo que les permita parar la olla del día, ya que ningún bono les llega o el que llegó es insuficiente para soportar 90 días de encierro, tampoco pueden caer en la mendicidad.
Ahora los vemos perseguidos y arreados como ganado cerril de calle en calle, y en la zozobra de que no les sea arrebatada su mercadería, todo lo cual constituye una afrenta a su autoestima de ciudadanos y hombres o mujeres de trabajo. Es cierto que vulneran las normas sanitarias del aislamiento y de cuarentena y generan focos sociales infecciosos contra ellos mismos; pero, lamentablemente, es obvio que cuando el hambre aprieta se pierde la ponderación del peligro ante el mortal virus, echando a andar el instinto de supervivencia solo con las propias y raleadas fuerzas.
Ellos son los que no tienen empleo formal, sueldo, gratificaciones, CTS, AFP, seguro de salud y viven del “cachuelo” diario. Y cuando lo consiguen, es solo por tres meses y como “colaboradores”, “terceros” o “locadores de servicios”, que son viles coberturas legales para esconder el vínculo laboral, sumirlos en la precariedad, y tenerlos como mercado barato de mano de obra al escoger.
Son la consecuencia natural de las privatizaciones de mercader que realizó Alberto Fujimori y la “flexibilización” inmisericorde de las leyes laborales para atraer inversiones, generar crecimiento, pero no desarrollo ni calidad de vida, porque si el informal no trabaja hoy mañana muere de hambre.
Ahora vemos que esa precariedad laboral es el caldo de cultivo de la pandemia, lo peor es que el contagio masivo seguirá creciendo como bola infecciosa de nieve, ya que el gobierno de Martín Vizcarra está disponiendo el reinicio gradual de las labores productivas y de servicios, en medio de la cresta interminable de contagios, que ya pasa los 200 mil, pero que en realidad debe ascender al millón sumando los no testeados.
La informalidad y emprendedurismo divinizados en los últimos 40 años, parecen ahora crueles dioses griegos que, como Saturno pintado por Goya, matan y devoran a sus propios hijos y no para evitar que éstos los reemplacen, sino por hambre.
Es curioso, irónico y paradójico que, habiendo enriquecido a Europa y al mundo entero con el oro y la plata extraídos vorazmente de las entrañas de los Andes peruanos durante más de 500 años, por miles y miles de toneladas, el 70% de nuestros ciudadanos ahora tengan que elegir fatídicamente entre propalar el virus mortal o morir por inanición, en un país que se jactaba de ser modelo de crecimiento y modernidad en pleno Siglo XXI.
Dicen que no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, pues el virus ya nos está pasando factura de lo que no se hizo en 200 años de vida republicana, particularmente en los últimos cuarenta, en donde se priorizó el cemento y la coima, pero no el aprovechamiento soberano de nuestros recursos naturales, el empleo digno, la calidad de vida ciudadana, ni la salud.
Pero llegará el momento de los balances y determinación de responsabilidades en el implacable tribunal de la historia, que ya saltan a la vista, y se escriben en cada estertor de asfixia y agonía de las preciosas vidas humanas que nos arranca esta cruel pandemia y que, como lo sienten sus seres queridos, jamás debemos olvidar.