El presidente Martín Vizcarra ha, por fin, aparecido. Ha ido al Congreso y ha protestado por la insólita conducta del Parlamento de encarpetar la reforma política, a pesar de que más del 70% de los ciudadanos la apoyan.
Protestar es un gesto, como dice Rosa María Palacios, pero, constitucionalmente, vale cero, puesto que el presidente del Perú, de acuerdo con la Constitución, tiene la facultad de plantear una “cuestión de confianza” y hasta ahora no lo hace, a pesar de que el Congreso obstruye una importante reforma política para que el Perú, después de casi 200 años, deje de ser una republiqueta de muy baja intensidad democrática.
Ya no es tiempo de protestas sino tiempo de acción constitucional. Que el presidente Vizcarra le dé al Congreso un plazo perentorio para aprobar la reforma política, anunciando:
Primero, que si el Congreso no cumple este plazo o intenta cumplirlo, distorsionando totalmente los decretos leyes de la reforma política, planteará una moción de confianza para que el Legislativo autorice al Ejecutivo a aprobar estos Decretos Leyes.
Segundo, si el Congreso rechaza este pedido de confianza, de acuerdo con la Constitución, lo disolverá y convocará a elecciones.
Disolver al Congreso de acuerdo a la Constitución no es un golpe de estado, no es que Vizcarra se quede en el poder porque esto sería una total violación de la Constitución, puesto que Vizcarra al disolver el Congreso tendrá a convocar a elecciones.
En conclusión, disolver el Congreso será un acto constitucional para hacer más democrático al Perú, respetándose así los resultados del referéndum donde el 80% de los peruanos voto por la reforma política.
Estamos ante el peligro de que el Congreso no solo demore y deje de adoptar la reforma política, sino que también la apruebe desvirtuando los proyectos de ley del Ejecutivo. Vizcarra y su Primer Ministro tienen que actuar.
Hasta ahora, parece que el presidente Vizcarra y su Primer Ministro no se dan cuenta que con el encarpetamiento insólito de la reforma política o con la posible desvirtualización de su esencia, este Congreso se está burlando de la voluntad general del 80% de los peruanos expresada en un impecable referéndum, cuyo resultado, no fue otra cosa, que un repudio del pueblo a un Congreso en el cual no se sienten representados.
Vizcarra y su Primer Ministro, a pesar, de tener a su favor la Constitución y todavía el apoyo de una gran parte de la población, se comportan hasta como dos trágicos personajes de Shakespeare, que no saben escoger entre el bien y el mal. Entre el pueblo peruano; que apoya la reforma política, como se demostró en un referéndum impecable, y un Congreso que vive de espaldas al pueblo, obstruyendo la reforma política y blindando a corruptos.
Si el presidente Vizcarra y su Primer Ministro siguen protestando y no invocan la Constitución, perderán el apoyo de la población, serán impopulares y la historia los marcará como dos políticos pusilánimes, que no pudieron lograr una reforma política que fue respaldada, nada menos, que por más del 70% de los peruanos.
Esperamos que esto no pase y que le den un plazo perentorio al Congreso para aprobar la reforma política, plazo que de no cumplirse será interpretado como una cuestión de confianza con todas sus consecuencias.