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Este artículo es de hace 3 años

Justiniano, el taxista

Tenía 32 años e iba con un solo pasajero en su Volkswagen cuando de pronto, una tanqueta de la tropa del Ejército se pasó la luz roja haciendo que chocara con la llanta trasera de aquel monstruo.
Gabriela Luyo Alcarráz

Si vas de emergencia al hospital, a la universidad o al trabajo, la mejor opción siempre será un taxi. Los taxistas dispuestos, incluso, a escuchar tus problemas mientras serpentean las locas calles de la ciudad. Por ello considero que los taxistas han sido desde siempre, las personas de las mil y una historias. 

Hace unas semanas, conocí a un hombre que lleva en esta profesión cerca de medio siglo. Justiniano es un taxista de 62 años. Nació en Arequipa en 1960 y al año fue traído a Lima por sus padres. Se puede decir que es limeño de corazón pues la tierra arequipeña nunca lo vio crecer lo suficiente. 

Justiniano fue un joven lleno de ilusiones que quería estudiar mecánica automotriz, pero la vida lo llevó por otro destino. Su novia quedó embarazada y todos esos planes se vieron frustrados. Con el deber de mantener a un hijo decidió aprender a manejar gracias a sus hermanos mayores quienes eran choferes de micro. 

Justiniano el
Justiniano lleva casi medio siglo en el oficio de taxista. Con 62 años lleva mil y una historias que contar pues su vida demuestra fortaleza y ganas de progresar.

A él siempre le ha gustado tener todo en orden, y no hacerle trampa a la ley, por ello sacó su brevete a los 21 años para comenzar en el oficio. Ha trabajado dos años manejando camiones, ocho años en el transporte público y luego como taxista hasta el día de hoy. Justiniano parece no quejarse de su trabajo, aunque sus ojos demuestren el cansancio de un trabajo poco valorado y sus manos las arrugas de los años frente al volante.

Le pregunto sobre sus accidentes como chofer. Mira al cielo desde la ventana del auto y parece estar viviendo nuevamente aquellos días complicados. Regresa al presente y con un poco de dudas sobre si contarlo o no empieza su relato. 

Me dice que uno de los que más impotencia le ha dejado en toda su vida como taxista ocurrió en 1992, durante la dictadura de Alberto Fujimori, unos meses después del autogolpe. 

Tenía 32 años e iba con un solo pasajero en su Volkswagen cuando de pronto una tanqueta de la tropa del Ejército se pasó la luz roja haciendo que chocara con la llanta trasera de aquel monstruo. Miró desconcertado a su alrededor y un dolor en el vientre empezó a surgir porque en el impacto se había golpeado fuertemente el abdomen con el timón. Apenas empezaba a asimilar el golpe cuando varios soldados se bajaron de la tanqueta, abrieron la puerta de su carro y lo sacaron a empujones. Me cuenta que uno de ellos tenía una botella de alcohol y comenzó a bañarlo del líquido al mismo tiempo que intentaba darle de tomar el licor. Justiniano se resistió a lo que le estaban haciendo y por ello lo golpearon en la cabeza con el arma que cargaban. 

Luego de ello los saldados se fueron, llegaron unos policías y lo pasearon por varias comisarías lejanas mientras dejaba un poco de su sangre en cada una de ellas. Al ver la cantidad de aquel líquido carmesí brotar de su cabeza, fue llevado al hospital María Auxiliadora donde le cocieron el golpe abusivo de uno de esos soldados. 

En el hospital dijeron que había sido producto del accidente, pero él sabe que esos siete puntos no fueron causados por ello. Luego fue operado porque uno de sus intestinos había sufrido varios daños. Mientras tanto, su esposa lo esperaba afuera con la preocupación de no volver a verlo. Y sus tres hijos le rezaban a aquel hombre que, dicen, habita en los cielos, permitiera que su padre salga bien de la operación. 

Justiniano ha pasado por varios accidentes. Una vez, en el mismo año que el anterior suceso, por la avenida Abancay se subió un sujeto extraño con dos maletas y pidió ser llevado a Montenegro, entonces un lugar agreste de San Juan de Lurigancho.

Lo convenció de llevarlo por 60 soles, que en aquel tiempo valía muchos más que ahora, y lo hizo manejar por unas desconocidas calles. Mientras se acercaba, nuestro amigo chofer notó que varías cabezas de personas salían como de sus escondites, él se asustó y notó rápidamente que eran, según sus palabras, “terrucos”. 

Justiniano el
Justiniano no ve a su esposa hace años porque ella vive en España. Por ahora, cada vez que la extraña, coge su celular, lo prende y en la pantalla aparece la foto sonriente de su compañera de vida cuando tenía 20 años.

El hombre le dijo: “no te va a pasar nada, tú llega al sitio que ellos te van a escoltar”. Los “terrucos” llevaban maletas con municiones. Felizmente no le ocurrió nada malo, aunque el sabor amargo de aquel día le ha quedado hasta hoy pues intuye para qué fines llevaban las balas.

Justiniano está cansado, se frota los ojos y los cierra fuertemente varias veces. Su esposa y una de sus dos hijas están en España. Piensa reencontrarse con ellas allá, pero dice que aún tiene cosas por hacer, como terminar de construir su casa. 

Justiniano confía en que el tiempo le alcanzará y que vivirá tanto como su padre quien logró vivir 104 años. Por ahora, cada vez que siente el vacío de su compañera de vida, coge su celular, lo prende y en la pantalla aparece la foto sonriente de su esposa cuando tenía 20 años.

Dice que no le alcanzaría un solo día para contar todo lo que ha vivido. Asegura tener suerte pues, por ejemplo, nunca se ha contagiado del virus. Cree que la vida lo ha tratado bien a pesar de algunos problemas. Me dice con felicidad en sus ojos que el haberles dado educación a sus hijos es su mayor regalo. 

Mira las calles, ve los autos pasar y suspirando les recomienda a todos los choferes como él, que siempre duerman bien, que trabajen sus ocho horas porque, aunque quieran llevar más dinero a casa siempre será mejor que lleguen ellos sanos y salvos.

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