En la noche del 7 enero de 1950, como una señal de haber concluido la tarea, Chabuca Granda puso para la eternidad, en su cuaderno de canciones, su firma junto a la letra de su quinta composición, “La flor de la canela”. Había concluido el proceso de hechura de aquella canción que es ahora un himno artístico del Perú.
Chabuca Granda explicó al periodista Joaquín Soler que la trilogía del viejo puente, el río y la alameda se la debe al sacerdote Bernardo Cobo. Este jesuita había nacido en España en 1582 y había muerto en estas tierras en 1657, después de una fructífera producción intelectual. Escribió, por ejemplo, el libro La historia de la fundación de Lima, cuyo capítulo 11 es: “Del río, puente y alameda”.
Chabuca Granda dijo que escuchó sobre la obra de Bernardo Cobo en una espléndida charla del historiador Raúl Porras Barrenechea, en la que él pidió piedad para el río, el puente y la alameda de una ciudad sin lluvias.
Aquellas palabras inspiradoras del Raúl Porras se “enjirafaron” al tímpano de Chabuca Granda en un homenaje que el Club de Leones le hizo a ella por su cuarta canción: “Tun tun, abre la puerta”. Su primera composición fue “Lima de veras”; su segunda, “Callecita encendida”, y su tercera, “Zaguán”.
Las palabras de Raúl Porras fueron el detonante para la creación, y esto se juntó con la grata visita de su amiga limeña de raza negra doña Victoria Angulo, quien vivía cruzando el puente o detrás del puente o “bajo el puente”, en el distrito del Rímac. Al despedirse, su amiga le dijo: “Hoy me voy a pie, hija”. La artista recordó aquello de piedad para el puente, el río y la alameda, y lo juntó con la imagen, la distinción, de la señora Victoria Angulo. Chabuca Granda decía que Victoria era tan elegante que Lima tendría que alfombrarse para que ella la paseara de nuevo.
Aquella noche, después de la despedida, Chabuca Granda terminó “La flor de la canela”. En aquel tiempo, la castellana alocución “la flor de la canela” ya no era de uso común. No es que el canelo tenga una flor: es una expresión antigua que significa “lo mejor de lo mejor, lo más exquisito”. Sin embargo, para la artista, la canela siempre fue su talismán.
Chabuca Granda quería que se atesorase lo más bello de la ciudad, que se protegiera y se recuperase lo más hermoso de Lima: sus puentes, sus casas, sus recuerdos, su alameda, en la misma línea del gran Raúl Porras Barnechea.
Cuando la canción estaba lista, Chabuca Granda la estrenó en una visita. Acudió en forma de agradecimiento a la casa de su amiga Victoria Angulo, una de las inspiradoras de la canción, y la entonó como obsequio de cumpleaños, el 21 de julio de 1950.
La canción no fue un éxito de inmediato. Hacia 1953, el trío “Los Morochucos” la grabó en disco de carbón y no pudo alzar vuelo. Un año después fue grabada por “Los Chamas”, y así fue como empezó a difundirse. Ahora, 50 años después, no hay intérprete que se respete que no cante “La flor de la canela”. El tenor que no sabía silbar, Juan Diego Flórez, por ejemplo, la interpreta de maravilla en los mejores escenarios del mundo.
Con el tiempo, Chabuca Granda se ha convertido en nuestra flor de la canela; pero ella siempre tuvo la humildad de la grandeza; es decir, no se lanzaba flores. Sus amigos poetas le decían: “Usted es poeta”. Ella respondía: “No, soy letrista”. Hablando de vates, Chabuca Granda solía decir que ella cantaba sobre las cosas que le llamaban la atención y que el tema del amor lo había dejado a los poetas. “A veces, el amor de los letristas es mal consejero, y yo soy letrista. Tengo imágenes poéticas, pero soy letrista. Buena letrista, si tú quieres”, le dijo a Joaquín Soler.
El observador Marco Aurelio Denegri, quien sabía lo que decía, sostuvo con toda seriedad que Chabuca Granda era un caso único, incomparable. Es cierto: podemos hurgar en nuestro presente y en nuestro pasado y no podremos encontrar una artista tan exquisita, tan gigante, tan integradora como Chabuca Granda.
Su nombre de registro fue María Isabel Granda y Larco. Nació el 3 de setiembre de 1920 en el asiento minero Las Cotabambas Aurarias, en Apurímac, en una casita de madera forrada con papeles, a cerca de 4 000 metros sobre el nivel del mar, y siempre llevó su vida con altura.
Celebramos hoy los primeros 100 años de su vida. Cuando nosotros ya no estemos, de aquí a 50 años, de aquí a 400 años, los peruanos de entonces sí hablarán de nuestra flor de la canela. Es una flor que no se marchita.
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