Gracias a la crisis, que ha durado tanto, podríamos llegar a una deplorable conclusión: los pronósticos de muchos economistas demostraron tener una kilométrica exactitud. ¿Quién sabe…? Tal vez cabría apelar a otros profetas, a otros gurús, que nos adivinen el futuro pues el pasado ya nos tiene hartos contándonos que él siempre fue mejor. Aplicadas a la economía, las metáforas del Oriente nos confundirían igual, mas con fino lirismo:
―Maestro Abla Baba, ¿debo vender o comprar acciones?
―Cuando las grullas del tiempo tornen al enigma de las almas puras, relumbrarán ese norte y este oeste.
―¡Qué lucidez la suya, maestro! Venderé todo. Ahora dígame: ¿abrirá el mercado a la baja?
―Quien de grande brinca cielos, de pequeño salta montes.
Es posible que tal ciencia no nos ayude mucho, pero tampoco nos sirvió la otra, la de las estadísticas. No aprendemos, y el pasado siempre nos lleva por delante. Total, gurú es gurú, y el futuro nunca llega, y, si llega, siempre es otro. La conciencia de que existe el tiempo nos induce a pensar que hay pasado y futuro; mas, stricto sensu, solo existe el presente, la mera punta del alfiler del tiempo. Algunos han interrogado a la cartomancia, a la geomancia y hasta a la nigromancia para que les hablen del futuro como de unos primos que nunca les escriben. Los más prácticos intentan adecuar el presente al futuro y cultivan el arte de que usted vote por un candidato. Otros, más inquietos, procuran ir del presente al futuro: en el fondo, cambiarían las incertidumbres de hoy por las de mañana.
Supongamos que salimos de la Tierra casi a la velocidad de la luz y que volvemos con esa prisa tras 40 años de paseo. Al llegar, la Tierra habrá envejecido 60.000 años. Esta sería una forma de viajar al futuro. Tornar al pasado sería más difícil, pero no imposible según el físico William Hiscock: solamente deberíamos crear «agujeros de gusano» por los que iríamos como en un subterráneo del espacio-tiempo. Aunque ingeniosa, tal hipótesis adolece de un desdoro estético: muchos podrían entrar en dicho agujero, pero a nadie le gustaría que le tomen una foto saliendo de un agujero de gusano. En fin, hoy, todo ello es la física de la literatura fantástica. Lo sin duda imposible es revertir el tiempo de todo el universo: rebobinar la cinta de la historia para que Colón viaje hacia atrás y para que nosotros volvamos al puerto de la infancia. Lo hecho, hecho está, y la memoria es nuestra única máquina del tiempo.