Si yo fuese rico, compraría todos los discos de «Luis Miguel» para quemarlos. No propugno la piratería, sino la música en defensa propia; además, quemar los discos malos es lo normal: es someterlos al calor de la crítica. También contrataría a «Luis Miguel» para formar un coro con los gallos de su voz y unas gallinas cluecas: el espectáculo se llamaría «El Chancho Trinador y The Gallinas All Stars».
Si yo fuera rico, pagaría una sobredosis de vitaminas para aplicarla a Gloria Estefan a fin de que, después de crecer, ella pudiese alcanzar las notas. En el caso contrario, debería arrojarse desde lo más alto de la escala musical. El horóscopo de Walter Mercado para Gloria Estefan sentencia: «Su voz no vale media Libra. Veo que pronto cantará usted con un coro de vacas flacas, de modo que debe ser más ahorrativa y comenzar por guardar silencio».
Si yo fuese rico, me conseguiría un enemigo para que sea profesor de canto de Marcántoni y Yénifer López (uno toca la inarmónica, la otra canta contrabajo, y juntos son un dúo desconcertista). Cuando terminara su misión imposible, a mi enemigo le regalaría novelas de Marcel Proust para que salga en busca del tiempo perdido.
Si yo fuera rico, haría un rodeo con Vicente y Alejasno Fernández ya que sus «versiones» son puro montaje. El potro y el potrillo son un par de bestias que no tienen admiradores sino relhinchas. El descenso de Vicente a Alejasno no habla bien de la evolución de las especies, y lo peor es que ese par es la prueba final contra el diseño inteligente. Según cuenta Alec Nisbett en la biografía Lorenz, el etólogo austriaco Konrad Lorenz ya sospechaba que el Homo sapiens estaba en decadencia, aunque él estudiaba gansos (no burros) y no había oído las canciones en las que ambos potros despotrican.
Si yo fuese rico, sería el empresario de la Sonora Santanera para enviarla con su «música» a otra parte. Ese montón de gritos es un coro de latas, y su música da la lata con versiones enlatadas. Ese desastre natural debería cambiar de nombre para que nadie lo confunda con la sagrada, la perfectísima Sonora Matancera. Si yo fuese rico, obsequiaría computadoras en las que solamente pudiera oírse Mi Redención, de la Matancera.
Si yo fuese rico, compraría discos de todas las películas en los que aparece Fred Astaire para disfrutar la mejor danza moderna. La gran danza moderna y contemporánea es la que aún alegra las películas musicales de los Estados Unidos, y el buen Fred fue el mejor bailarín del siglo XX según un dictum emitido por los celebérrimos Rudolf Nuréyev y Mijaíl Baryshnikov. Tal nos lo narra el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante en su libro Cine o sardina.
Si yo fuera rico, compraría libros que traten de la felicidad para enterarme de que el dinero no da la felicidad. A los pobres les encantaría saberlo porque están muy desinformados, pero a ver cómo hacen para comprar los libros que demuestran que el dinero, etcétera. Curiosamente, ningún libro demuestra que la falta de dinero tampoco da la felicidad, pero es que los pobres no necesitan leer libros para saberlo pues tienen una cierta intuición, un sexto sentido para estas cosas.En su libro La naturaleza de la felicidad, el antropólogo estadounidense Desmond Morris escribe que, «aunque el rico tenga mil veces más dinero que un pobre, es probable que en su vida privada solo sea 10 % más feliz... si es que lo es». Morris tiene razón. El dinero no compra la felicidad, sino la seguridad y la comodidad. Con dinero, usted estaría tan cómodo en la cárcel que habría que visitarlo para saber de qué nos privamos por ser tan honrados. Si usted falleciera, su tumba haría que los otros difuntos se muriesen de envidia. Nuestra conclusión es: lo único que el dinero no nos consigue es la felicidad, pero nos permite ir practicando ―eso sí―.