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Ortografía es cortesía

Al fin y al cabo, la cortesía es un adorno indispensable de la civilización.
Víctor Hurtado Oviedo
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Víctor Hurtado Oviedo
Estudió Historia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es miembro correspondiente de la Academia Peruana de la Lengua. Reside en Costa Rica y trabaja...

Don Jean-Jacques Rousseau fue un tanto incómodo, de ubicación asaz difícil, como ese florero azul eléctrico, con geranios fucsias de plástico, que nos regala un sobrino aquejado de estética maligna. Uno no sabe dónde poner aquel florero pues todo lugar huye de él como si el mal gusto fuese la causa de la expansión del universo. Hay floreros que se parecen a los milagros en que son imposibles, pero existen ―curiosamente, solo para quienes creen en los milagros―.

Monsieur Rousseau era maledicente y murmurante, capcioso y caprichoso, malpensado como un psicoanálisis, y tan incordio que su delirio de persecución no quería alcanzarlo. La cortesía no estaba entre sus muchos talentos, según juraban sus enemigos (los recuerdos de los enemigos convierten a los héroes en personas reales). Pese a sus rarezas de una antigua arcadia que no hubo, Rousseau lanzó, en el absolutismo, preguntas que solo se responden con la democracia. Pueden tenerse malos modales y buenas ideas, pero su conjunción no es muy agradecible.

Debido a su común amor por la filosofía, Rousseau conoció al plácido escocés David Hume. La amistad ―o lo que fuere― duró poco: debido a "la paranoia de Rousseau", este rompió acremente con el afable David (Alfred Ayer: Hume, capítulo I). Quizá por esta mala experiencia, Hume formuló después un elogio de "los buenos modales: un tipo de moralidad menor, concebida para facilitar la vida en común". Así consta en su Investigación sobre los principios de la moral (37), libro que ―de paso sea dicho ― torna a Hume en el filósofo de la ética del siglo XXI pues él basó los impulsos morales en las emociones: los seres humanos somos éticos porque la compasión nace con nosotros; y lo confirman hoy la neurobiología y la inteligencia emocional.

El gregarismo nos es natural y traza normas (ayudar, no mentir, no matar...) impresas en el cerebro como emociones innatas (Marc Hauser: La mente moral, I). Las religiones no las inventaron. Entre esas normas está la cortesía, velo sutil que cubre el trato. La cortesía es tan "inútil" que su persistencia sería imposible si no fuese necesaria para convivir. Alguien pregunta aún para qué sirve la ortografía. Si no fuese necesaria para comprendernos por escrito, sería siempre indispensable para tratarnos como gente. Al fin y al cabo, la cortesía es un adorno indispensable de la civilización.

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Estudió Historia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es miembro correspondiente de la Academia Peruana de la Lengua. Reside en Costa Rica y trabaja en el diario La Nación desde 1994. En 2020 publicó Otras disquisiciones, un libro que recopila sus artículos referidos al uso del lenguaje.