El papa Francisco falleció hoy a los 88 años en su residencia de la Casa Santa Marta tras luchar contra una infección polimicrobiana vinculada a la bronquitis que lo aquejaba hace varias semanas y a la que se sumó una neumonía bilateral, que lo llevó a suspender su agenda del 14 de febrero al 23 de marzo. Aunque modesto, había retomado su actividad pública en los últimos días.
“Con profundo dolor tengo que anunciar que el papa Francisco ha muerto a las 7.35 horas de hoy. El obispo de Roma ha vuelto a la casa del Padre. Su vida entera ha estado dedicada servicio del Señor y de su Iglesia y nos ha enseñado el valor del evangelio con fidelidad, valor y amor universal y en manera particular a favor de los más pobres y marginados”, anunció el camarlengo, el cardenal Kevin Joseph Farrel.
Ayer, domingo de resurrección, el líder de la Iglesia católica había aparecido en el balcón del Palacio Apostólico para impartir la bendición Urbi et Orbi que otorgó la indulgencia plenaria. En lo que fue su último mensaje como sumo pontífice, Francisco lamentó la “voluntad de muerte” presente en los conflictos del mundo y clamó por la paz en regiones como Tierra Santa, Gaza, Ucrania, Siria, Líbano, Yemen, el Cáucaso, los Balcanes, África y Myanmar.
“Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes”, dijo en su mensaje, que fue leído por un asistente.
Francisco también exhortó a derribar barreras, cultivar la solidaridad, defender la dignidad humana y mantener vivo el principio de humanidad. Además, pidió “que nunca se debilite el principio de humanidad como eje de nuestro actuar cotidiano”. “Ante la crueldad de los conflictos que afectan a civiles desarmados, atacando escuelas, hospitales y operadores humanitarios, no podemos permitirnos olvidar que lo que está en la mira no es un mero objetivo, sino personas con un alma y una dignidad”, ageegó.
El pontífice argentino, cuyo nombre de nacimiento era Jorge Mario Bergoglio, se mantuvo 12 años al frente de la Iglesia católica, a la que le deja un legado de renovación y cambio que seguirá marcando el futuro de los más de 1 400 millones de católicos en todo el mundo.
Un pontificado que rompió moldes
Aquel 13 de marzo de 2013, cuando Jorge Mario Bergoglio apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro, nadie imaginaba el impacto que tendría en la historia. Como primer pontífice latinoamericano, primer jesuita y primer papa en elegir el nombre de Francisco, su designación representó una serie de hitos para la institución milenaria.
“Buenas noches”, fueron sus primeras palabras. “Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarme casi al fin del mundo”, continuó, rompiendo el protocolo y anticipando lo que sería un pontificado marcado por la sencillez y la cercanía.
Nacido el 17 de diciembre de 1936 en el seno de una familia de inmigrantes italianos en Buenos Aires (Argentina), Bergoglio tuvo una vida marcada por la austeridad y el servicio a los demás. Antes de su vocación religiosa, se graduó como técnico químico, pero el llamado de la fe lo llevó a unirse a la Compañía de Jesús en 1958.
Como arzobispo de Buenos Aires, era conocido por usar el transporte público y vivir en un modesto departamento, rechazando las comodidades del Palacio Arzobispal. Lo mismo hizo como líder de la Iglesia católica, eligiendo como su lugar de residencia la modesta Casa Santa Marta en lugar del lujoso Palacio Apostólico. También descartó los trajes pomposos y optó por una simple sotana blanca.
Eligió el nombre de Francisco inspirado en el santo de Asís, y cumplió esa promesa defendiendo incansablemente a los más vulnerables. Durante su pontificado, removió los cimientos de la institución y cautivó incluso a los no creyentes.
La reforma de la curia romana, la administración central de la Iglesia, fue uno de sus proyectos más ambiciosos. La constitución apostólica Praedicate Evangelium reorganizó por completo la estructura vaticana, permitiendo que laicos y mujeres ocuparan puestos de alta responsabilidad. “La Iglesia no necesita burócratas ni funcionarios, sino pastores apasionados”, repetía frecuentemente.
Sus posturas sobre temas como el celibato sacerdotal, la ordenación de hombres casados en regiones remotas y el papel de la mujer en la Iglesia provocaron tensiones con los sectores más conservadores del catolicismo. La publicación de su segunda exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia, que abría la puerta a que divorciados vueltos a casar pudieran recibir la comunión en ciertos casos, desató una de las mayores controversias de su papado.
El papa Francisco deja una Iglesia diferente a la que encontró: más abierta, más misericordiosa y más consciente de su papel en la lucha contra la pobreza y el cambio climático. La publicación de su segunda encíclica Laudato si’ transformó la defensa del medio ambiente en una misión moral para los católicos y Fratelli Tutti, la tercera, se convirtió en un llamado a la fraternidad universal en un mundo dividido.
Su preocupación por los migrantes y refugiados, manifestada en gestos como el viaje a Lampedusa y sus frecuentes visitas a campos de refugiados, marcó la agenda humanitaria de su pontificado. Su crítica al “capitalismo salvaje” y su defensa de una economía más justa y sostenible resonaron más allá de los círculos católicos.
Francisco fue un verdadero revolucionario con sotana. Enfrentó los problemas más espinosos de la Iglesia con valentía: luchó contra la pedofilia, reformó las finanzas vaticanas y abrió las puertas a grupos tradicionalmente marginados. Su famosa frase “¿Quién soy yo para juzgar?”, sobre la comunidad LGBTIQ+, será una de las más recordadas de su era.
A pesar de la resistencia del conservadurismo, Francisco mantuvo firme su visión de una Iglesia en salida, más misericordiosa y menos juez. Tendió puentes con otras religiones, medió en conflictos internacionales (como el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba), y demostró que la doctrina puede evolucionar sin perder su esencia.
Su última gran reforma fue la simplificación de sus propias exequias, eligiendo ser enterrado en Santa María Mayor, su amada basílica romana fuera del Vaticano, dentro de un sencillo ataúd de madera con un revestimiento interior de zinc, en lugar de los tradicionales tres féretros de ciprés, plomo y roble.
También decidió reemplazar la majestuosidad de los funerales papales por uno más simple, para “enfatizar aún más que el funeral del Pontífice Romano es el de un pastor y discípulo de Cristo y no de un hombre poderoso de este mundo”.
Precisamente, esos funerales se celebrarán esta semana en la Plaza de San Pedro, lugar al que llegarán líderes mundiales y cientos de miles de fieles que desean darle el último adiós al papa que cambió la historia.
El futuro de la Iglesia
Con el fallecimiento del papa Francisco, la Iglesia católica entra en un periodo de sede vacante. En pocos días, los cardenales se reunirán en cónclave para elegir a su sucesor, una decisión que determinará si se mantiene el rumbo reformista iniciado por Bergoglio o si la Iglesia tomará un nuevo camino.
Sea cual fuere, el legado del papa Francisco perdurará como el de un líder que intentó hacer más accesible y relevante una institución milenaria para el mundo contemporáneo.