La palabra “condón” en la radiofonía argentina allá por las décadas del sesenta y el setenta implicaba una sanción memorable. Supongo que en el Perú, en aquellos tiempos ocurría lo mismo. La radio y luego la televisión trataban de practicar un lenguaje donde cada periodista o locutor se autocensuraba al extremo de dar mil rodeos para explicar cualquier hecho que pudiera tener evocaciones ligera o indirectamente eróticas.
En una oportunidad la súper diva de la televisión argentina Mirtha Legrand preguntó a sus invitadas, todas ellas esposas de famosos deportistas, cuáles eran las cábalas de sus maridos. La señora de Roberto De Vicenzo, célebre golfista, afirmó que su marido le hacía besar las pelotas antes de cada partido.
Mirtha Legrand azorada, e interpretando según sus preocupaciones más íntimas, le dijo. “¡Señora, estamos al aire!” y luego pataplum se cortó el programa y la diva soportó una larga suspensión y muchas críticas.
No es difícil imaginar la avalancha de burlas que se hubiese producido en aquel entones si hubiesen existido las intemperantes redes sociales de hoy. Demás está decir que De Vicenzo hacía besar las pelotas del golf a su cónyuge en la convicción que este amoroso gesto le aportaría suerte.
Hoy las cosas aparentemente han cambiado. Por fortuna hemos ido dejando de lado tanta estupidez y, aunque cayendo en algunos excesos, hemos liberado nuestro lenguaje y de esa forma hecho más directa la comunicación.
No digo que el mensaje de los medios de hoy sea más positivo que el de antaño, simplemente es más directo y más claro, lo que no significa que contribuya, como los programas destinados a radiografiar la farándula o a mostrar la anatomía de las y los jóvenes, a movilizar creativamente nuestras neuronas. Estos programas podrán excitar la sensualidad de los espectadores pero raramente serán capaces de estimular un pensamiento independiente.
¿Hasta cuándo –nos preguntamos- los medios de comunicación seguirán ignorando tan groseramente la responsabilidad social que les corresponde?