Cerca al hospital Santa Rosa de Pueblo Libre, en plena avenida Bolívar, ciudadanos de todas las edades, con mascarillas y con distanciamiento social, esperan horas infinitas para ser atendidos.
Estos peruanos tienen otra opción y lo intentan, porque, a unas cuadras del hospital se levanta el enorme edificio de la Clínica Centenario, donde Fujimori hacía “teatro peruano japonés”.
Lo intentan, pero vuelven a la avenida, porque en esta clínica la consulta cuesta 180 soles y, si alguien quiere hospitalizarse por algo grave, tiene que depositar 30 000 soles.
El médico Jesús Valverde le ha contado a la revista “Hildebrandt en sus Trece” que en el hospital Dos de Mayo los pacientes que se contagiaron con el virus ocupan el 70 % de la capacidad del nosocomio.
Este hecho se puede estar repitiendo en los otros hospitales. Los hospitales están en emergencia.
La revista citada trae, en su última edición, un párrafo alarmante: La Defensoría del Pueblo informó que en el hospital Cayetano Heredia existe una presunta “pérdida de cadáveres por covid-19“.
Las cifras de muertes en hospitales crecen. Los pobres se están muriendo en sus casas y Vallejo es siempre pertinente: “Crece la desdicha, hermanos hombres, / más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece / con la res de Rousseau, con nuestras barbas; / crece el mal por razones ignoramos / y es una inundación con propios líquidos, …”
Los neoliberales, que impidieron que la inversión en salud suba de ese magro 3.2 % del PBI, ahora se hacen ricos porque todos tienen que ver con las clínicas.
Vizcarra hace lo que puede, pero no puede mucho con la gente que tiene. La ministra de Economía, por ejemplo, es la candidata de la Confiep.
Sin embargo, mientras los que gobiernan realmente siempre lo hacen las cosas pensando en ellos mismos, abajo crece la ayuda mutua, la mano amiga. No hay el “sálvese quien pueda”, se ve solidaridad.
La esperanza es lo último que se pierde cuando se pierde la última esperanza, dijo el poeta.