Los loros son animales de palabra. Los loros no entienden lo que pronuncian, según las malas lenguas. El loro es la manera que nuestra voz ha encontrado de mirarse en el espejo. El loro nos caza la palabra al vuelo. El loro es la grabadora que inventó la evolución de las especies. Cuando los loros aprenden a hablar, los encerramos en jaulas porque saben demasiado de nosotros. Un loro es un disco que se rayó en la misma palabra ajena: en esto se parece a los fanáticos.
El loro es apolítico, aunque frecuenta la mordida y trepa. Si un loro fuese político, ante periodistas impertinentes, también pediría que le repitan la pregunta, aunque el loro lo haría para imaginar una respuesta. Dentro de su jaula en forma de cúpula, el loro es un semáforo que se quedó en verde. Después de un rato de repetir y repetir palabras para que un loro las aprenda, ya no sabemos quién repite para que aprenda el otro.
Les importamos tan poco, que los loros aprovechan nuestra presencia para hablar solos. El loro está mal informado: dice siempre lo mismo y les extiende la pata a todos porque ignora que ya pasaron las elecciones. Apena ver que, con el pico bajo las alas, el loro busca el papel del discurso que se le olvidó en la casa. Los loros dicen tan pocas palabras, que deberían pronunciar los brindis: al menos el loro, sabe cuándo debe cerrar el pico