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Este artículo es de hace 4 años

Una derecha hambrienta de poder y una izquierda más desunida que nunca

El Frente Amplio, de Marco Arana, acaba de confirmar su vocación suicida al descartar cualquier alianza con otras agrupaciones apelando a un purismo del que, en verdad, carece.
Efraín Rúa

Jaqueada por los últimos acontecimientos políticos, temerosa de que los estragos del coronavirus cambien el humor nacional, la derecha apuesta todas sus cartas en las elecciones generales que se avecinan.

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Los alineamientos de última hora anuncian no solo la angurria de los candidatos y de los partidos políticos que se alistan a participar en las elecciones del 2021, revelan también la estrategia de la derecha golpeada por los escándalos de corrupción que comprometen a los partidos que compraron con ingentes fondos de campaña. De allí que los traspasos de última hora se asemejen a las contrataciones de los equipos de fútbol que se disputan las figuras que han quedado libres.

Hernando de Soto, Fernando Cilloniz, Roque Benavides son las nuevas estrellas de un elenco al que tenemos que sumar a George Forsyth, Julio Guzmán, Daniel Salaverry, Daniel Urresti, además de la reina de la tienda naranja Keiko Fujimori, que se juega su tercera postulación a la silla de Pizarro. 

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Lamentablemente, el despliegue de los conservadores tiene su eco también en las agrupaciones de izquierda. El Frente Amplio, de Marco Arana, acaba de confirmar su vocación suicida al descartar cualquier alianza con otras agrupaciones apelando a un purismo del que, en verdad, carece. 

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A nadie le debe sorprender el alineamiento de la derecha. Desde hace 30 años los viejos partidos cayeron en una profunda crisis debido al fracaso de sus propuestas programáticas y doctrinarias, arrasados por los vientos neoliberales que llegaron del norte, bien aceitados por la maquinaria del FMI y el Banco Mundial.

Desde entonces fuimos testigos no de debates doctrinarios o programáticos, sino de disputas personales, transfuguismo y cambios de camiseta. Sujetos sin las calidades de sus antecesores se hicieron dueños de los partidos o de los improvisados movimientos, alentados por la legislación electoral fujimorista, que buscó fracturar a los movimientos que podían convertirse en alternativa a su propuesta.

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Envueltos en una maraña corrupta, la compra y venta de partidos y de políticos se hizo constante. La mayor disputa era por el deseo de convertirse en los mejores servidores de los grupos de poder que manejan al país. Odebrecht, el Banco de Crédito, Yanacocha, cada grupo de poder tenían agentes en Palacio de Gobierno, el Parlamento, la Sunat, el MEF, las fiscalías y el Poder Judicial.  

Y ahora la derecha teme que ese castillo se derrumbe si es que los que llegan a Palacio no responden a sus intereses, en un contexto en que la ciudadanía está hasta el cuello con los escándalos de corrupción, mientras cuenta sus más de 60 mil muertos por la pandemia. 

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El neoliberalismo, el sistema que hizo de la búsqueda del poder y del dinero la fuente de los deseos de los personajes públicos de este país, está en crisis. Basta con recordar a los presidentes imputados por delitos penales: Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala y PPK. Martín Vizcarra podría ser el siguiente en la lista. Por supuesto, tampoco debemos olvidar a la alcaldesa Susana Villarán.  

De allí que no debemos sorprendernos de esta versión renovada del ‘mercado persa’ en la que partidos sin doctrina ni programa se ofrecen a probables candidatos con aspiraciones a llegar a la casa de Pizarro. A Forsyth, De Soto, Cilloniz, Benavides, Guzmán, Salaverry, Fujimori o Urresti los une la misma visión de las cosas, porque ellos no están interesados en cambiar el modelo económico vigente, algo en lo que sí deberían estar pensando los partidos que se reclaman de izquierda.

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A nadie le ha sorprendido que De Soto diga una verdad más clara que la milanesa: “Somos la dupla que va a manejar este partido”, en referencia a su apuesta con el empresario Carlos Añaños Jerí, con el que piensa monitorear al movimiento Avanza País. De este modo, el economista que ha hecho de la promoción de la formalidad su lema de bandera durante más de 30 años y que, por ello, ha sido patrocinado por los lobbies empresariales de dentro y fuera del país, ahora se lanza de lleno a la política.

Las apuestas de Forsyth por Restauración Nacional y la de Cilloniz por Todos por el Perú dejan en evidencia que los partidos y movimientos que cuentan con inscripción electoral se han convertido en simples vientres de alquiler, pues no tienen ni doctrina ni programa que defender, salvo el apetito por llegar al poder. 

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Lo único que pueden ofrecer estos partidos y movimientos es más de lo mismo: promoción de las inversiones mineras, políticas promercado y agroexportación. Nada de mayores impuestos a los que más tienen, promoción del agro de consumo, generación de empleo o pensión universal, unas propuestas que deberían ser recogidas por los sectores de izquierda, que tiene la obligación de presentar no solo una lista unitaria sino un programa de cambio al país.

Los discursos efectistas, huecos, sobre ‘inseguridad ciudadana’ o devolución de los aportes a la ONP y la AFP’, deben ser reemplazados por una política que se comprometa a reforzar las partidas a sectores estratégicos como educación, salud y seguridad ciudadana, así como una reforma verdadera del sistema de jubilación que satisfaga las expectativas de la gente, que tampoco quiere ‘el oro y el moro’.

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El momento exige una reforma profunda del Estado que se financia con una de las tributaciones más bajas del continente (14% del PBI), una cifra que no le permite cumplir con sus obligaciones tal como ha quedado demostrado en la presente pandemia.

Las cosas no pueden seguir igual y tienen que cambiar. Y tiene que cambiar también el elenco de los que han tenido la sartén por el mango, es decir los responsables de la política económica que ha beneficiado a los grupos de poder. Así que le toca a la izquierda asumir ese programa y emprender las reformas que se necesitan. Hay que revolucionar al Estado, desde dentro.

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Vizcarra, PPK, Humala, García, Toledo o Fujimori no son ejemplo de nada. Tendrá que haber libre mercado, pero también pago de impuestos, derogación de exoneraciones tributarias, aliento a la industria y al trabajo, no a los oligopolios, como ha ocurrido hasta hoy. El gasto social tendrá que ser compensado por aquellos que más ganan.

Si la izquierda entiende que es necesario tomar el gobierno para iniciar las transformaciones que necesita el país, deberá dotarse de un programa y de una propuesta unitaria, que no repita los vicios del neoliberalismo y sus viejos partidos. Y deberá convencer a la gente que solo podrá haber economía de mercado con consumidores y no con mendigos en las calles, con ciudadanos que reclamen sus derechos, con hombres educados para transformar el país.

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De allí que hay que lamentar la decisión del Frente Amplio (FA) que decidió emprender un camino autárquico promoviendo la candidatura presidencial de Marco Arana. También el alineamiento de Fuerza Ciudadana con el Partido Morado. Habrá que decirles que el apetito de poder también mata.

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Esta es una columna
El análisis y las expresiones vertidas son propias de su autor/a y no necesariamente reflejan el punto de vista de EL PERFIL
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