Cuando Martín Adán se presentó en el Palacio de Gobierno con la camisa sebosa y su sempiterno gabán mugriento, pero de finísimo casimir inglés, los ujieres lo creyeron inofensivo y extraviado orate. No obstante, el verdadero motivo de la visita del vate fue el expreso llamado del entonces presidente de la república José Luis Bustamante y Rivero para ofrecerle el puesto de secretario de prensa.
Transcurría el año 1945, y Bustamante y Rivero, candidato de la coalición partidaria del Frente Democrático Nacional, asumía la Presidencia de la República, mientras que Martín Adán se había vuelto a alojar en el Hospital Larco Herrera, donde llevaba un régimen libre para desintoxicarse de cuando en vez. Así pues, luego de instalarse, Bustamante mandó llamar al Manicomio en busca de Rafael De la Fuente Benavides (nombre real del vate), para acordar una reunión.
El poeta recibió con naturalidad la noticia y, al día siguiente, se dirigió con su habitual y desaliñada vestimenta al Palacio de Gobierno. Calzaba sus zapatos acostumbrados al aserrín y su sombrero achatado cuando ingresó, a las nueve de la mañana, por la puerta de desamparados ante la vista contrariada del secretario de la conserjería. Este le preguntó: "¿Qué desea, señor, sí?", a lo que respondió Adán: "El presidente me ha mandado a llamar". Habría que ver la cara del ujier.
Como era de esperarse, ningún mensaje fue transmitido al presidente, y las horas pasaron para Martin Adán, quien, fiel a su estilo, se había sentado sobre su gabán cuidadosamente doblado y su aplanado sombrero de ala media. Un reloj de pie situado frente a él, que cantó a las 11 de la mañana, lo sacó de ese vaivén de su pensamiento que discurría entonces entre Melgar y unos sonetos inéditos.
Se levantó, desdobló su abrigo y, con un par de puñetes, le dio forma al sombrero; luego se acercó al ujier y le dijo: "Dígale al presidente que lo he estado esperando hasta las once. Hágale notar que llegué a la hora exacta. Lamentablemente el almuerzo lo sirven en el Manicomio a las doce del día y mientras tomo el ‘eléctrico’ de aquí a la Magdalena, llegaré con las justas". Y se marchó.
Esa misma tarde, Bustamante ordenó que llamaran nuevamente a De la Fuente y que le dijeran que al día siguiente lo recogería el automóvil presidencial a las nueve de la mañana. Probablemente, Martín Adán fue el primer poeta que se subió alguna vez a aquel coche escoltado por un par de motocicletas; él, cual niño, se regocijaba en dicha posibilidad.
Terminado el viaje y el recibimiento, el presidente y el poeta se volvieron a encontrar en el despacho de Bustamante. La amistad de ambos ya había cumplido una década, pues, en 1935, el poeta trabajó para el jurista en el departamento legal del Banco Agrario de Arequipa (este fue su único empleo formal, que duró, a duras penas, un mes).
"Dígame, José Luis, ¿en qué lo puedo servir?", preguntó Rafael De la Fuente cruzado de piernas y estirado de brazos en un largo sillón. Bustamante le hizo ahí la propuesta: "Le ofrezco el cargo de secretario de prensa de la presidencia. Cuando usted guste me podrá asesorar y yo le haré algunas consultas si tiene a bien apoyarme. Pero lo importante es que podrá escribir aquí con el sosiego que necesita. Quiero un poeta en palacio", dijo Bustamante levemente emocionado. "Además ganará el sueldo que crea merecer, y contará con un asistente y una secretaria. Dispondrá también de una habitación agradable con vista al jardín de este palacio".
Rafael De la Fuente Benavides miró serio a Bustamante, luego tomó su abrigo, puñeteó el sombrero y respondió: "Eso, mi querido José Luis, es como pedirle a Belmonte que regrese al ruedo". El presidente quedo desilusionado y el poeta, de entonces veintisiete años, agradeció y se fue.
La poesía hecha carne había pasado aquella vez por el salón dorado y, fiel a sus principios bohemios, menospreció la propuesta de un trabajo estable y una vida acomodada, y se regresó al manicomio a seguir trabajando unos sonetos que dos años después fueron acreedores al Premio Fomento a la Cultura, y que tras tres años más de espera, vieron la luz como libro con el título "Travesía de Extramares (Sonetos a Chopin)" (1950).
112 años
Martín Adán, cuyo natalicio número 112 se conmemora hoy, fue una figura de incuestionable relevancia en el panorama cultural peruano del siglo XX. Aunque por nuestros días se conozca y juzgue mucho más su accidentada biografía de bohemio contumaz que su producción literaria, hay sucesos que merecen una cuidadosa revisión pues ayudan a entender al ser humano detrás del extravagante personaje que andaba ‘tropezando, siempre tropezando’.
El escritor y crítico literario José Antonio Bravo publicó en 1987 el libro Biografía de Martín Adán, un pequeño y cuidadosamente escrito repaso de la vida de Rafael de la Fuente Benavides, en el que desfilan los sucesos que marcaron al poeta y sus anécdotas más emblemáticas, entre ellas, la que dio origen a esta nota.
Martín Adán, el precoz autor de "La casa de cartón" (1928) que, en palabras de Antonio Cornejo Polar, es un "relato introspectivo, una crónica de ambiente y una aventura estilística de primerísimo orden", fue para la poesía peruana tan importante como lo fue Eguren, su amigo entrañable, e incluso César Vallejo.
Su obra es tan diversa que Marco Martos, en su ensayo Una arquitectura de palabras, lo considera un poeta Biblia. A Martín Adán se lo puede encontrar uno en las alturas de Machu Picchu, "fronda y aire de mi vida", o en el mar de Barranco, "El mar es un alma que tuvimos, que no sabemos dónde está, que apenas recordamos nuestra -un alma que siempre es otra en cada uno de los malecones".
Su poesía en la cima de la literatura y su vida en la sima del alcoholismo y el olvido. Una dicotomía atrayente, pero injusta, que es de por sí dolorosa. Es momento de volver a él, para recordar su grandiosa, aunque críptica obra, y darle vida de nuevo a aquel hombre "sin pasado, con un futuro excesivo".