Sebastián Salazar Bondy falleció el domingo 4 de julio de 1965, a las diez de la mañana, en el hospital Rebagliati de Jesús María. Tenía apenas 41 años.
Aquel día apareció su último artículo en el suplemento “El Dominical” del diario El Comercio. Se trata de una reseña literaria sobre Los geniecillos dominicales, la segunda novela de Julio Ramón Ribeyro, que había aparecido el 14 de junio.
«Sin duda, todo libro es un libro menos dentro del autor antes que un libro más en su ficha bibliográfica», así empieza el texto crítico titulado “Una nueva novela de Ribeyro”. En él Salazar Bondy destaca la capacidad narrativa del Flaco para proyectar imágenes poderosas con fluidez. Subraya la facilidad con la que reconstruye a la “clase media declinante” a través de su posición socioeconómica, su estado físico y su espiritualidad.
Para el crítico literario y periodista cultural, Ribeyro tuvo, probablemente, la necesidad de escribir este libro, que había ganado el Primer Premio del Concurso de Novela Peruana, convocado por Expreso y Populibros, en marzo de 1965. La razón: en sus páginas se percibe “una obsesiva identidad profundamente ligada al periodo de su adolescencia y su juventud”. Algunos de estos hechos reales, observa Salazar, se resisten a fusionarse con la ficción, lo que deviene en una frontera que es fácil de reconocer conforme uno se adentre en la lectura.
En la reseña, Sebastián lamenta las erratas del libro: «Las páginas 170, 171 y 172 repiten las 164, 165 y 166, lo que no parece falla de compaginación, ya que la foliación es diferente, sino de tira». Continúa: «Esta errata hurta un episodio —la de la vuelta de Ludo a Estrella— y rompe el ritmo del relato poniendo al lector ante sucesos consumados. Ojalá este de impresión haya sido enmendado oportunamente y no aparezca sino en el ejemplar que la ha tocado al cronista».
En una carta dirigida a su amigo Wolfgang A. Luchting, fechada el 21 de julio de 1965, Julio Ramón se pronuncia sobre la defectuosa edición de su novela. «Te confieso que me encontraba muy deprimido, al borde de una verdadera quiebra moral. Todo ello debido a la pésima impresión que me causó Los geniecillos, editados en forma tan indecente, lo que resaltaba sus defectos y hacía invisible sus méritos», argumenta.
Cuenta también que había leído el artículo del autor de Lima la horrible. De hecho, resalta que el crítico haya notado esa falta de integración “entre los elementos autobiográficos y los elementos de autoficción”, que significa “la más grande falla de este libro”. Días antes, en una misiva a su hermano Juan Antonio, el Flaco se refiere a la mencionada reseña: «Leí también el artículo del finado Sebastián sobre mi novela. A pesar su brevedad lo considero justo. Las críticas que hace me parecen fundadas».
«Si se considera Los geniecillos dominicales como un libro menos dentro del autor, su creación y su publicación están justificadas», así concluye el texto crítico titulado “Una nueva novela de Ribeyro”. Esta no fue la primera vez que Sebastián Salazar Bondy escribía sobre la obra del Julio Ramón Ribeyro. En 1955, había escrito sobre Los gallinazos sin plumas en el desaparecido diario La Prensa; en 1964, sobre Las botellas y los hombres y Tres historias sublevantes en el suplemento El Dominical.
Sebastián Salazar Bondy y Julio Ramón Ribeyro vivieron en la urbanización limeña de Santa Beatriz. Pertenecieron a la generación del 50. Se parecían facial y físicamente. Sin embargo, Ribeyro nombró un aspecto que los diferenciaba: «Sí, ambos somos flacos y naringones, aunque yo carezco de esa chispa criolla que caracterizaba a Sebastián».