A 52 años de la muerte de José María Arguedas, ese suceso envuelto siempre en el inmenso dolor y la ternura, las fechas importantes de su producción han pasado casi desapercibidas. Sin embargo, los honores a su nombre y su memoria se dan desde espacios cada vez más amplios.
- Oye, ¿a cómo sale esta edición centenario de Los Ríos Profundos?
- A un par de Josemas nomás te las dejo, para que te la lleves ahorita.
Es el caso de la nueva colección de billetes del Banco Central de Reserva del Perú que saldrá pronto al mercado. De ahora en adelante, el rostro de Arguedas paseará por lugares donde nunca antes anduvo. Desde aquellos valles sagrados conocidos como billeteras, a las pampas del bolsillo interno de la casaca, las manos color de río de algún cambista, y hasta esos parajes inhóspitos ubicados debajo del colchón.
El tayta circulará en los billetes de 20 soles y le acompañarán un cóndor que recuerda al wamani que escoltaba al danzaq Rasu Ñiti, y la Flor de la Cantuta, una de las más hermosas y representativas de nuestra tierra.
Este año también se conmemoró el natalicio número 110 del emblemático narrador andahuaylino. Dos de sus novelas, además, cumplieron años especiales este 2021. La primera de su importante producción, “Yawar Fiesta”, ha cumplido 80 años desde su publicación; y su novela póstuma, inconclusa, “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, ha festejado sus bodas de oro.
La particularidad de estas fechas no es más que una excusa para celebrar la vida atribulada e intensa y la obra integradora, vital de quien marcó para la eternidad las letras nacionales. Su visión enaltecedora de toda expresión cultural autóctona y también, claro, su partida, dejaron una huella inmensurable en quienes tienen la certeza de que el cambio para bien llegará algún día.
En el año 1921, cuando se cumplía el primer centenario de la proclamación de la independencia por estos lares, el pequeño Arguedas, con apenas 10 años, acababa de escaparse del hogar de su madrastra, donde su hermanastro Pablo lo trataba como a un pongo de su propiedad a su servicio. El malvado de Pablo, según propia confesión cruda de José María, había hecho que aquel niño le pidiera a Dios “que le mandara la muerte” después de que un plato de sopa tirado por la mano de su hermanastro le impactara en la cara, junto con un indolente “ni para comer sirves”. Pablo también habría obligado a Arguedas a presenciar la violación a una mujer, hecho que le generó al pequeño mayores traumas imborrables.
Luego de huir de aquel lugar, llegó junto a su hermano Arístides a la quebrada de Viseca, ahí donde finalmente, luego del desarraigo y los abusos, pudo ser feliz. Es justamente esa etapa de su vida la que el autor recordaría siempre como la fuente de su inspiración. Ahí, sus protectores: Don Felipe Maywa y Don Víctor Pusa y la servidumbre indígena, entre ellas la “materna” cocinera Cayetana, le brindaron esa “ternura impagable” con la que viviría por el resto de sus días.
El tayta cumplió su rol de “puente entre dos mundos” a cabalidad, pues buscó siempre la armonía entre los dos mundos a los que pertenecía. El arraigo a su terruño y la necesidad de contarle al mundo de la sabiduría de sus cuidadores en Viseca y de denunciar las injusticias que cometían las élites poderosas, que dañaban la dignidad y las vidas de los oprimidos en las serranías convirtieron a su prosa en inmortal.
Es cierto, que mucho otros podrían reclamar el título de Novelistas del Bicentenario, entre ellos, deberían estar, sin objeción Mario Vargas Llosa con sus excepcionales primeros libros o Manuel Scorza con esa epopeya andina bellísima que es Redoble por Rancas, llenecita de poesía, denuncia y héroes andinos nunca antes vistos, pero reales.
Pero Arguedas narró la vida, las pasiones, las necesidades y costumbres de los habitantes de la sierra desde adentro y las dualidades y conflictos a las que se enfrentaba la sociedad peruana en plenos procesos migracionales y de globalización.
Y yendo más allá, Arguedas tiene eso que hizo que la gente lo quisiera tanto: la identidad quintaesenciada del ande, de ese espacio geográfico, que muchos tuvieron que dejar forzados por la falta de oportunidades, pero que todo el mundo recuerda con amor.
Al autor de Los Ríos Profundos le hace falta su título. Nada más. Para que pueda descansar en paz, para que no se le olvide, para que la historia sepa quien fue aquel hombre que tanto amó a su patria, esa misma que ha cumplido 200 años y que él agasajaría con la más pura alegría.