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Este artículo es de hace 3 años

Leves monstruos

Somos leves monstruos, y —según genetistas imaginativos —para engendrar esfinges solamente necesitaríamos una muy larga sucesión de casualidades en nuestros descendientes.
Víctor Hurtado Oviedo

Con realismo inverosímil, Franz Kafka nos miente: él tenía «un animal curioso, mitad gatito y mitad cordero». Tal posesión es notable, pero también es una versión doméstica y sucinta del Minotauro, la Esfinge y las sirenas (primero, mujeres-aves; después, mujeres-peces). Más kafkiano que aquella simple cruza resulta cierto inquietante ser que huye del ojo ajeno. Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero lo registran con humor en su Manual de zoología fantástica en el capítulo «Fauna de los Estados Unidos».

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Tal es el Hidebehind (el que se esconde detrás). «Por más vueltas que diera un hombre, siempre lo tenía detrás, y por esto nadie lo ha visto», juran Borges y Guerrero; pero añaden, con floja noticia, la gracia del invento: «Ha matado y devorado a muchos leñadores».

Lo atroz no esté tal vez en aquel Hamlet de la zoología, dubitante entre ser gato o cordero, sino en el otro ser, que nadie ve y que insinúa una angustia más obscuramente kafkiana: la meta inalcanzable; el espejismo tan burlón; la vida como un cúmulo de arena que no podemos coronar; el fracaso de un viajero, quien nunca llegará a su destino porque algo siempre lo retrasará. Cuando se descabalgaba del rimbombo de sus versos, el poeta José Santos Chocano acertaba con la lírica a la filosofía.

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El siguiente fragmento del poema «¡Ahí, no más!» alude a un indígena que una y otra vez contesta al aedo cuando este le pregunta por la distancia que le falta para llegar a un punto (tal vez cuando llegue el poeta, el punto ya sea un punto muerto):

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¡Oh, Raza fuerte en la tristeza,
perseverante en el afán,
que no conoces la fatiga
ni la extorsión del «más allá».
—Ahí, no más… —encuentras siempre
cuánto deseas encontrar;
y, así, se siente, en lo profundo
de ese desprecio con que das
sabia ironía a las distancias
una emoción de Eternidad…

El que no llega a la distancia, la distancia que no llega…: esto sí es una pesadilla, y no un gato acorderado. No hay centauros ni quimeras, pero estamos los humanos. En su libro El viaje a la felicidad, Eduardo Punset recuerda que todos los humanos somos mutantes. Nacemos con 300 cambios genéticos lesivos, que nos infligirán miopía, cáncer y otros males; pero también nacemos Mozart o san Francisco, en parte por nuestra dotación de genes.

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Somos leves monstruos, y —según genetistas imaginativos— para engendrar esfinges solamente necesitaríamos una muy larga sucesión de casualidades en nuestros descendientes. Asombramos a la biología, y a ella le cuesta creer que aún no volemos con nuestras propias alas.

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Víctor Hurtado Oviedo Colaborador de EL PERFIL
Estudió Historia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es miembro correspondiente de la Academia Peruana de la Lengua....