El oficio de la docencia universitaria anida y se procesa escondido en cada cerebro humano en contacto con otros más lúcidos, para luego desplegarse como una fuerza que actúa con ejemplaridad.
La Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la vieja Facultad de Letras, formó y albergó una estirpe de maestros que evocarlos caminando entre sus alumnos y verlos pasar raudo a sus aulas, suscitan recuerdos y atizan el optimismo.
José Antonio Russo Delgado ejerció la docencia por más de tres décadas que concluyó los años ochenta del siglo XX. El solo decirlo de este modo quizá suene muy lejos, pero no. Estudió derecho, economía y filosofía, se dedicó a la docencia en filosofía con pasión insobornable y espíritu cuestionador.
Regresó a San Marcos, su Alma Mater, después de un largo destierro cuando los universitarios estaban en la primera fila de las reivindicaciones en un país injusto con hondas cesuras entre ricos y pobres que sigue tal cual como dicen las madres pisoteadas abrasadas a la bandera peruana que la sienten suya. Ya apartado definitivamente del APRA, volvió para impartir lecciones en tantas materias que me atrevo a señalar algunas en calidad de modesto testigo.
Desarrolló asignaturas de psicología, filosofía antigua y moderna con talento y competencia, remitiéndose siempre a las fuentes que había investigado con rigor, vocación y método. Su texto de psicología fue el más editado en solo un año cuando esta disciplina pertenecía a la filosofía y las lecciones duraban un año.
El profesor Russo impartía lecciones sobre lo que había investigado como todo universitario que toma su trabajo en serio. Planteaba cuestiones que le suscitaban empeño porque escondían problemas irresueltos, lejos de hacer chistes para divertir a fin de ganarse el favor de los alumnos.
Es difícil entender en qué momento se convierte el oficio del docente universitario en una vocación de entrega a una tarea sin contar el sueldo y las dificultades. Quizá el profesor Russo las adquirió en sus días y noches de destierro y cuando hacía docencia en Guatemala, México y Nueva York.
Leía como parte del corpus de sus apasionantes clases magistrales sus apuntes de los griegos Heráclito y Parménides en el entendido de que compartía con sus alumnos sus traducciones cotejadas que enriquecían capítulos de sus libros en proceso. Y los momentos culminantes de sus clases estaban matizadas con sus apasionantes y profundas reflexiones apoyadas en Parménides: “Pues te diré bien, escucha con atención mi palabra, cuáles son los únicos caminos de investigación que se puede pensar; uno: que es y que no es posible no ser; es el camino de la persuasión (acompaña, en efecto, a la verdad); el otro: que no es y que es necesario no ser”.
Sus reflexiones no eran improvisaciones del profesor atareado para llenar un vacío impelido por la urgencia de cumplir. Constituían parte de sus investigaciones y de las hasta hoy opacas asambleas neuronales producidas en las meditaciones para sus lecciones.
El hecho de observar que alumnos visitantes de paso por Lima solo para escuchar algunas de sus clases era para sus alumnos motivo de orgullo y autoestima. Algunos profesores al oír los comentarios decían: “El profesor Russo pelea con los textos” y era cuando les veía imitarle cómo empuñaba sus apuntes a veces hasta estrujarlos.
En aquellos años, los alumnos de San Marcos, como ahora, venían de todos los rincones del Perú con el anhelado propósito de lograr una educación superior que los padres soñaban para sus hijos. Quizá a esto se deba que los padres de algunas provincias alquilen buses para que sus hijos vengan a Lima durante estos días de marchas para apoyar a San Marcos.
Este sentimiento sanmarquino que ondea en provincias es prueba de que vive en el estudiante peruano, en sus maestros, en la comunicación social la vocación compartida de la promesa peruana de una vida mejor.
José Antonio Russo hizo carne de esta promesa porque nunca faltó clases y con puntualidad estoica esperaba en el paradero presto a subir al ómnibus de la universidad que tomaba la ruta de la avenida Venezuela. Y en una oportunidad, cuando subió presuroso se puso de pie una alumna para cederle el asiento.
Ruso la miró y dijo: “No señorita gracias, siéntese”. Ella muy cortés insistió porque sabía de quien se trataba y su réplica se oyó “Tome asiento señorita o me bajo”. Se hizo un silencio. Los comentarios durante los espacios entre clases eran para hablar acerca de su modo de ser y del respeto a sus alumnos. Sin dejar de bromear y comentar otras muchas anécdotas.
El inicio de los años académicos en San Marcos eran acontecimientos que permitían conocer a profesores destacados de planta y visitantes. Motivo de regocijo intelectual imperdible.
En los años que iniciaba mis estudios recuerdo que hizo una clase magistral titulada “Información, formación y transformación” publicada en la revista Gaceta Sanmarquina de 1966. Leer no digo estudiar estas clases del memorable profesor Russo constituirían motivo de aprendizaje de cómo puede ser productiva una vida universitaria y cómo es posible educar con el ejemplo.
Los gobiernos que hemos tenido han sido y son ejemplos degradantes que dañan la cultura por su incapacidad para construir provocando en cambio la apraxia general. Algunos intonsos llegan incluso a la propalar la desorbitada idea de que “Pedro” inventó la delincuencia económica, le robó y desfinanció al Estado que PPK, el “Chino ladrón y asesino”, “El cholo de Harvard”, el militar “cosito” y el finado empalidecen. Dejando en claro que nada justifica lo que hizo.
Como José Antonio Russo Delgado han pasado por San Marcos maestros cuya ejemplaridad resuena. Pareciera que el olvido fuera un oficio deliberado para eludir variables ocultas no elucidadas que reclaman escrutinio. Es imperativo volver a Augusto Salazar Bondy, Emilio Barrantes, Emilio Choy, Carlos Araníbar, Alberto Escobar, José Matos, Jorge Bravo, Julio Cotler, Augusto Tamayo Vargas, José Tola, Oscar Valdivia, Bramont Arias, etc., etc. para retomar el hilo de sus reflexiones y eludir a las imposibles Escila y Caribdis en buscar un camino adecuado para el Perú del siglo XXI.