De joven leí una historia de la India que me gustó pero que nunca traté de poner en práctica. Me divirtió releerla ahora con 78 años y siento que ya no es tan difícil seguir las enseñanzas del maestro hindú. Durante la juventud es como pedirle peras al olmo pues, inconscientemente, la búsqueda del reconocimiento es un ejercicio tan cotidiano como agotador.
La historia que menciono es de autor anónimo y cuenta lo siguiente:
"Era un venerable maestro. En cuyos ojos había un reconfortante destello de paz. Solo tenía un discípulo, al que le impartía las enseñanzas místicas. El cielo se había teñido de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:
—Querido mío, acércate al cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos.
El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro.
—¿Qué te respondieron los muertos? —preguntó este.
—Nada, ni una palabra.
—En ese caso, amigo, vuelve al cementerio e insulta a los muertos.
El discípulo regresó al cementerio y lanzó improperios contra los difuntos. Después de unos minutos, volvió junto al maestro, que preguntó:
—¿Qué te respondieron los muertos?
—Nada —repuso el discípulo.
Y el maestro concluyó:
—Así debes ser tú: indiferente, como un muerto, a los halagos y a los insultos de los otros."
Y luego el maestro, que parecía presentir que esos hábitos serían moneda corriente en la comunicación masiva futura, sentenció: "Quien hoy te halaga, mañana te puede insultar y quien hoy te insulta, mañana te puede halagar. No seas una hoja a merced de halagos e insultos. Permanece en ti mismo más allá de unos y de otros".
Recordé esta historia cuando en 1972 ingresé a la TV rosarina como periodista. Allí una frase de Borges dicha a un colega me sacudió más que la historia. Las duras palabras de Borges se referían al periodismo: "ese oficio que solo sirve para el olvido y está condenado a desaparecer… ese arte de lo efímero y registro de bobadas".
De acuerdo, Maestro, y pena que no esté vivo para comprobar el triste ocaso que usted anticipaba.