Al referirse a Juan Domingo Perón ya muerto, el famoso escritor Jorge Luis Borges, entrevistado por el gran periodista César Hildebrandt, dice del político argentino: "Un rufián muerto sigue siendo un rufián. Y un cobarde muerto no es un valiente. La muerte no beneficia tanto. Aunque yo en una milonga digo: no hay cosa como la muerte para mejorar la gente".
Esta milonga la aprovechan ahora, que se ha muerto Alberto Fujimori, gente impresentable que está en el Congreso y políticos que tienen llegada fácil a los medios tradicionales de color naranja. Nadie se alegra de la muerte ni la festeja. Pero Fujimori no es un santo ni un salvador ni un héroe ni el mejor presidente que haya tenido el país.
Fujimori ha robado a manos llenas, ha corrompido a medio mundo junto con Montesinos. Ha mandado a matar estudiantes de manera salvaje. No debemos olvidar a los alumnos y al profesor de La Cantuta y a los vecinos de Barrios Altos, al niño de ocho años y el caso Pativilca.
Fujimori ha vendido a precio de ganga casi todas las empresas nacionales de los sectores más estratégicos y en el proceso comercial sumario su familia y sus cómplices se han hechos millonarios y ahora viven a cuerpo de rey en zonas residenciales de la capital.
Fujimori ha dejado en su gestión de diez años que el narcotráfico crezca de modo alarmante y las consecuencias de esa maldad las estamos pagando nosotros ahora: inseguridad ciudadana, robo a mano armada, sicariato, mafias que se pelean entre ellas todos los días.
Fujimori ha sobornado a los dueños de los medios de comunicación de todos los tamaños para que los periodistas apoyen su proyecto político por dinero. Un recuerdo de esto son los diarios chicha y la televisión basura cuyos ecos podemos verlos hasta ahora.
Fujimori ha traído al Perú la fórmula gansteril de las AFP, que a todas luces es un robo del que se benefician pocos a costa de trabajadores de todos los tamaños y todos los colores. Fujimori les ha quitado derechos elementales a los trabajadores que ahora tiene que laborar más de doce horas diarias muchas veces sin beneficios de ningún tipo y otros se han ido del país para siempre y sufren mucho en el extranjero. No se ha muerto, pues, un salvador. Ha fallecido un dictador que ha envilecido la política, un autócrata que frenó al terrorismo con terrorismo.