Don César, aquí en esta comarca, que usted dejó hace un año, la gente está llena de miedo porque el presidente de la República, en su último informe, confirmó cinco muertos por el ataque del coronavirus, que enluta a miles de familias en casi en todos los países del mundo.
Estamos en quincetena y usted sabe que ni por el cólera de 1991 se han tomado medidas tan drásticas en el país. En algo estamos mejorando. Don César le cuento que el especialista en inmunología Alfredo Miroli dice que se trata de un virus de 200 nanómetros de peso y que si un contagiado pronunciara con énfasis, por ejemplo, la frase: “¡Fuerza, volveré!”, las partículas de la saliva infectadas pueden volar hasta un radio de dos metros; en cambio, sostiene, el virus que contagia el sarampión puede expandirse en el mismo caso en un radio de 10 metros.
El médico menciona, don César, que el pesado coronavirus puede vivir alojado en algunas superficies, sobre todo, lisas por tres días o más, y que por eso es importante lavarse las manos con jabón porque son los dedos los que están en constante contacto con los ojos, los agujeros de la nariz y la boca, ventanas por donde puede entrar el mal al cuerpo. “Por la piel el virus no entra”, sostiene el doctor y recomienda tranquilidad y cuidado. Pero usted sabe, don César, cómo son los peruanos y, además, es seguro que nada de lo que le digo es novedad para usted, porque estoy convencido que después de haber fallecido usted siguió ejerciendo el periodismo con dignidad.
Un joven, de casi de 20 años, que está muy ilusionado porque está por terminar su primer libro, me preguntó hace un tiempo: “¿Quién es César Lévano?“. No supe qué contestar porque sabía que la pregunta venía con truco pues el muchacho ya había leído incluso su libro de poemas, gracias a un texto que la periodista Ana Núñez había publicado en “El Dominical” de “El Comercio“.
Permanecí en silencio un rato y luego le dije algo así: Era un poeta de 92 años que seguía ejerciendo periodismo y enseñando.
—¿Enseñando?
—Sí, cuando sacamos “Perfil”, por ejemplo, nos dijo con serenidad: Hay que trabajar con responsabilidad, optimismo y alegría.
El muchacho, don César, se quedó en silencio y antes de despedirse, con una sonrisa, soltó esta casipregunta: “¿Alegría?”.
Hay mucha gente, don César, convencida de que usted es un hombre adusto. Tal vez crean eso por su cara de huancaíno rudo. Pero yo trato de decir que las caras engañan y cuento algunos pasajes de su vida. Me gusta mucho recordar la respuesta a una jueza que veía un caso judicial suyo por su trabajo periodístico.
—¿Cuántos años tiene usted? —le preguntó la magistrada.
—Tengo 85 años.
—No los representa.
—Es verdad, mis amigos me calculan 84.
Le cuento también, don César, que mucha gente que no lo ha conocido en persona me pregunta por usted, como para compararlo con otros periodistas. En esos casos me apoyo en los famosos y digo casi de memoria:
“Mariátegui construyó una frase bella para Vallejo. Se puede usar para Lévano: ‘Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y su ánima. Su mensaje está en él. El sentimiento (proletario) obra en su arte quizá sin que él lo sepa ni lo quiera’”.
También cito a Víctor Hurtado Oviedo: “Lévano es un genio que sería insoportable si tuviese la vanidad que le corresponde”; y si insisten con las preguntas saco a César Hildebrandt: “Lévano, como otras figuras estelares, no deja sucesores”. “Amaba a Bach tanto como a Acosta Ojeda y podía leer a Goethe en su idioma original”.
Bueno, don César, reciba usted un gran abrazo. Yo seguiré aquí en casa aprendiendo los misterios de eso que llaman “trabajo remoto” y tratando de soportar su ausencia.