Octubre no solo es congestión vehicular por la procesión del Señor de los Milagros. Es también un mes a compás de tres cuartos y repiques de guitarra porque hoy, día treinta y uno, celebramos a la Canción Criolla.
Es una paradoja. No tan confusa como la del "Gato de Schrödinger", ni tan simplona como los acertijos de un pasquín. Representa la contradicción más tradicional de la historia limeña: un estilo constituido por el mestizaje y la asimilación, que declara lo más puro de un pueblo, su diversidad.

El acta de nacimiento está perdida entre debates académicos y rimas cantineras del centro de Lima. La figura del criollo conforma una construcción social establecida hace cuatro siglos. Su antigüedad no la hace olvidable, al contrario, le da vigencia. Un escolar capitalino podrá olvidar en quince años cualquier novela de Vargas Llosa, pero jamás un "[…] y se llama Perú/ Con P de patria […]", cantado con la picardía negra de Arturo ‘El Zambo’ Cavero.

El vestigio más tangible del génesis criollo se ubica en las primeras escenas del siglo pasado. Aunque, si escarbamos con la devoción de un arqueólogo en las huacas de la musicología, podremos encontrar que los ritmos y técnicas de ejecución conocidas son el resultado de un proceso evolutivo, cuyo carbón de arranque fue la mezcla de la idiosincrasia musical española, india y africana durante la colonia.
Las radios nacionales en señal FM han reducido a la música criolla a unos espacios de pocos minutos al día en su cajón de programaciones, mezclándolas con boleros y uno que otro estilo rebuscado. Los malagradecidos hijos enviaron al asilo de los formatos especializados a todo lo que se relacione con criollismo. Pero, en toda familia siempre hay vástagos que valoran la herencia de los progenitores.
Han pasado 74 años desde que Manuel Prado Ugarteche declarara al último día de octubre como Día de la Canción Criolla. Este estilo fue marginado en sus inicios, para años más tarde ser adoptado por la burguesía y las clases sociales expropiadas de su aristocracia que necesitaban recordar el hedor de absurdo poder agotado, o quizá lo hicieron para verse ‘más chics’. Esa hipocresía ha navegado con éxito por los océanos de las décadas y ha encallado en nuestro muelle 2.0 libre de gluten para acogerse de lo ‘vintage’ y ‘único y diferente’.

Como ya para el ‘anda vete’, el criollismo no es pasado ni futuro, es el presente. Perdurará porque su destino es reinventarse.