Mi abuelo Felipe Ramos, de 73 años, recibió la primera dosis de la vacuna de Pfizer la mañana del lunes 10 de mayo, luego de una cola de 2 horas y 20 minutos. Los adultos mayores que acudía a vacunarse en vehículo apenas se demoraban 20 o 30 minutos en el Parque Zonal Mayta Cápac de San Martin de Porres.
Había una cola para los que llegaban en carro y otra para los que llegaban a pie. Mi abuelo Felipe esperaba con paciencia su turno. Un rato se sentaba. Un rato se paraba. Menos mal, ese día estaba nublado. Su esposa Yolanda lo esperaba en casa. Estaba contenta, era su mejor regalo de cumpleaños número 69. Felipe, su esposo, pasó a formar parte de los más de 2 millones de vacunados contra el virus en el país.
Un día antes, el domingo mi abuelo Felipe recibió una llamada de un amigo muy cercano. Su paisano, de aproximadamente 80 años, le incitó a no vacunarse repitiendo las informaciones falsas sobre las vacunas. Mi abuelo, sin hacer caso a aquellos datos inexactos, se preparó para la vacuna, desde el día que vimos en internet la fecha de su vacunación.
Las informaciones falsas sobre las vacunas abundan y se difunden en las redes sociales. La televisión de señal abierta también hace lo propio, como Willax. Esta campaña de desinformación del “agua destilada”, sumados al caso “Vacunagate” y, en parte, la falta de transparencia del laboratorio Sinopharm, impidieron que se vacunen 2,5 millones de ciudadanos en el Perú.
Mi abuelo, sin embargo, recibió muy seguro el “Formato de Consentimiento informado para la Vacunación contra la COVID-19” y luego de ayudarlo a completar sus datos, firmó y dijo: “firmé mi sentencia de vida”.
Seguíamos en la cola, de casi 400 metros. “Ya no llega, ya no llega”, repetía una señora angustiada al ver la fila interminable junto a su mamá. La mayoría estaba con un familiar para apoyarlos en el proceso de vacunación. También, para asegurarse que no les inyecten jeringas vacías como ocurrió en Colombia, México y horas más tarde en el Perú.
Hasta el momento tres son los casos reportados: uno en el vacunatorio de la Universidad Agraria de La Molina, otro en Santa Anita y otro en el Campo de Marte. El viernes 14, el viceministro de Salud Pública, Gustavo Rosell, y el superintendente nacional de Salud, Carlos Acosta, presentaron los resultados sobre la investigación de la vacunación con jeringas vacías. “Ellos (los involucrados) han reconocido su error en los tres casos y lo catalogan como error humano por diferentes factores”, indicó Rosell. Dijo, además, que el informe se enviará a la Secretaría General del Ministerio de Salud para iniciar un proceso administrativo sancionador, conforme a la ley.
Otros casos siguen apareciendo. El Gobierno Regional del Callao investiga una denuncia de jeringas vacías que apareció en las redes sociales. Por ello se recomienda acompañar al adulto mayor en su proceso de inmunización. El personal de Salud está en la obligación de mostrar la jeringa con la dosis. Caso contrario: podrán reclamar para ser atendidos de inmediato.
Un adulto mayor, de la misma edad de mi abuelo, recibió atención rápida en la cola. Él se tropezó con un hueco en plena vereda. Dos señoras gritaban por ayuda. Exigían que lo auxilien y le lleven a vacunar en una silla de ruedas o en un auto. El señor logró levantarse. Tenía dolor en el brazo y las piernas.
Mi abuelo recordó cómo se cayó el señor. “Se fue de cara hasta el piso”, contó. Antes de subirse al auto del serenazgo, el señor lesionado y muy molesto dijo “reclamaré porque no deben exponernos de esta manera. Si saben que en esta zona vendrán a vacunarse, al menos deben cercar las veredas rotas”. El clima se calmó y la esperanza continuaba.
Ancianos esperaban al inicio de la fila, sentados en el piso, mientras que su acompañante hacia la cola. Los de más de edad o los que tenían alguna discapacidad tenían ingreso preferencial, pero hay siempre quienes quieren ingresar sin hacer la cola.
Las más de 200 personas, que estaban delante de nosotros, ingresaron y se vacunaron. Era el turno de Felipe. Me preguntaron si mi abuelo tuvo contacto con pacientes contagiados o si tuvo algún síntoma en las últimas dos semanas.
Mi abuelo no escucha por el odio derecho. Me preguntaba de manera frecuente qué decía el personal de Salud. Tuve que gritarle las preguntas y él respondió fuerte “no, ninguna”. “Tu abuelo tiene 96 % de saturación, está apto”, dijo el médico.
“Tengo mareos”, se quejó mi abuelo en el área de monitoreo. Habían pasado solo siete minutos desde que le inyectaron. Se calmó, pero se agarraba el brazo. Para distraerlo, le puse una canción de los Negritos de Pomabamba.
Pasaron 20 minutos y estábamos listos para regresar a casa, luego de estar casi tres horas en aquel vacunatorio de San Martín de Porres. Ahí, se vacunaron, según el personal de la municipalidad, cerca de 1 000 adultos mayores. En el Perú, hay 1 millón 300 mil adultos mayores entre 70 a 79 años. Los asegurados en EsSalud en ese rango de edad son más de 540 mil. Mi abuelo integra ese grupo. En casa, mi abuela, mi prima y mi hermana nos esperaban curiosas y felices. Felipe mostró a su esposa su carné de vacunación. Era un regalo no envuelto. “Ahora faltas tú”, le dijo enseñándole su algodón pegado en el brazo izquierdo. Luego de un par de horas, se cumplió lo que nos dijo el taxista: “Tendrás un fuerte dolor de brazo, como mi padre”. Tomó una pastilla para el dolor y continuó en la celebración por los 69 años de mi abuela.