Este artículo es de hace 2 años
Relato

Desiré

"Diógenes taxeaba y Desiré continuaba con su negocio callejero. Todo lo que ella ganaba, era para enviarlo a su país. “Mi familia pasa hambre allá, mi vida”, decía".

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Diógenes era un taxista cincuentón, gordo y casi calvo, cuyo aspecto no le molestaba a su esposa Claudia, y mucho menos a sus dos hijas, de cuatro y seis años. Y es que Diógenes poseía una que otra cualidad que compensaba sus imperfecciones físicas. Por ejemplo, su dedicación al trabajo. Salía a taxear temprano en la mañana, y cuando regresaba al anochecer le entregaba a Claudia toda la ganancia del día. Era cariñoso con los suyos, pero su comportamiento cambió cuando conoció a Desiré, una despampanante venezolana que vendía tizana y arepas en la esquina de una avenida céntrica. 

Desde que la vio por primera vez, Diógenes quedó prendado de la muchacha extranjera. Pasaba a menudo por esa esquina para verla. Bajaba la velocidad hasta que el semáforo se pusiera en rojo y ahí se demoraba todo lo posible. Un día ella se asomó por la ventanilla con su sonrisa amigable. “Cómprame, mi rey”, le dijo,  ofreciéndole sus productos. A Diógenes le gustó el trato amable y le compró una arepa. Desde entonces iba allí todos los días para comprarle. “Es que nadie las hace tan ricas como tú”, la alagaba. Cuando hubo más confianza entre ellos, se atrevió a pedirle su teléfono. Un día le invitó a salir y ella aceptó.

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Diógenes llegaba a su casa más tarde que de costumbre y con menos dinero. Y es que, en vez de trabajar, pasaba las horas cortejando a Desiré, y además gastaba con ella. Claudia notó su cambio de conducta y empezó a sospechar. Lo acosaba con preguntas y reclamos, pero solo obtenía negativas de él, aunque al final la infidelidad salió a la luz. Un hermano de Claudia lo vio acaramelado con la amante y no se quedó callado. Claudia lo echó de la casa, y Diógenes se llevó las cosas que pudo. Se fue a vivir con la novia venezolana.

Al principio, la relación iba viento en popa. Diógenes taxeaba y Desiré continuaba con su negocio callejero. Todo lo que ella ganaba, era para enviarlo a su país. “Mi familia pasa hambre allá, mi vida”, decía. Y convenció a Diógenes a que sacara un préstamo del banco para que comprasen electrodomésticos y vivieran más cómodos. “Te ayudaré a pagar, mi rey”. Y él sacó el préstamo con tal de tener contenta a su venezolana. Trabajaba duro para pagar las cuotas mensuales, tanto que dejó de ver a sus hijas. Claudia lo llamaba con insistencia para pedirle dinero. Él tuvo que cambiar su número de celular para que lo dejara en paz. Y así estuvo viviendo hasta que le llegó una citación del juez para que arreglaran el asunto de la manutención.

Una noche llegó Diógenes cansado al apartamento y lo encontró vacío: Desiré se había largado llevándose todo. El dueño de la casa le dijo que había venido una camioneta con un hombre de acento venezolano. “Pensé que usted lo sabía”, alegó. Diógenes no lo podía creer. La tipa lo había dejado en la calle y sin nada más que el auto y lo que llevaba puesto. No sabía qué hacer, dónde buscarla. También había desaparecido de la esquina donde solía vender.

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El apartamento a Diógenes le resultaba frío y deprimente sin Desiré. Los recuerdos de lo feliz que había sido allí lo entristecían. No tenía caso seguir ocupándolo cuando ni colchón donde acostarse había y tenía que dormir en el asiento del auto. Además, no estaba en condiciones de seguir pagando la altísima renta. Con los pagos al banco, ponerse al día en la manutención de las hijas para eludir la cárcel, y las pocas horas que trabajaba por andar buscando a su novia desaparecida (en algún otro semáforo tenía que estar vendiendo sus arepas), casi nada de plata le quedaba.

Después de tres días, venciendo su orgullo y la vergüenza, regresó a su antigua casa. Quería pedir perdón a sus hijas, pero Claudia lo largó sin compasión.

Desde entonces, Diógenes vivía en su taxi. En el vehículo dormía y se cambiaba la ropa, que mandaba lavar con una sobrina. Usaba los baños públicos para ducharse y hacer sus necesidades fisiológicas. Comía en puestos callejeros. Todavía sueña con encontrar a Desiré.

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