¿Lo volverías a hacer? No, ya lo entiendo; no fue la mejor decisión. Quiero vivir.
Bruno quiso seguirla, pero tenía la aguja del suero clavada en la vena de su brazo derecho. Además, la enfermera ahí presente se lo impidió y a él solo le quedó llorar. Se sentía un completo idiota y lamentaba el maldito momento en que decidió echarse una canita al aire.
Pepín regresó a su casa feliz a pesar de todo, decidido a soportar los correazos de su padre. Había perdido su bicicleta, pero pronto tendría novia. Esa noche empezó a sentirse adulto.
Oyendo hablar a los habitantes de la casona, Cucho se enteró de que la peste mataba más a los mayores de edad y no tanto a los jóvenes. Entonces se le vino a la mente su suegra. “Te fregaste, vieja”, pensó. Y a pesar de la cuarentena, salía de casa…
Las mujeres chillaban histéricas, escandalosas. Avergonzada, doña Hilda trataba de cazarlos desplazándose a gatas de aquí para allá, ignorando las protestas. Al cabo de un rato, solo consiguió recoger los cadáveres de sus cuyes pisoteados.
Después de un rato dejaron de sentir los ruidos, pero entonces sucedió otra cosa: al llegar a una subidita, de pronto se apagó el motor y la moto se detuvo. "La gasolina", dijo Lucho. "¿Y ahora?", respondió Tito, alarmado. "Dame la botella". “¿Cuál botella?”. “La que te dije anoche que…
Al cabo de unos minutos, Dora vio reaccionar a su niño, mejorarle el pulso y la respiración. Los ojos del pequeño recobraban lentamente el brillo y la fiebre comenzó a bajar. "Llévelo a su casa y que descanse", le dijo el médico.
"Diógenes taxeaba y Desiré continuaba con su negocio callejero. Todo lo que ella ganaba, era para enviarlo a su país. “Mi familia pasa hambre allá, mi vida”, decía".
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