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Este artículo es de hace 3 años

La odisea de un parto

Recién pudo dar a luz a su pequeña, luego de la visita a tres hospitales. Elena Torres, mi madre, que ya cumplía sus 40 semanas de embarazo, se negaba a ser atendida por problemas de documentación.
Lucero Vásquez Torres

El reloj marcó las doce y media cuando la fuente se rompió, mi madre estaba en la habitación y llamó a mi tía. Era la madrugada del 6 de agosto y Elena Torres, mi mamá, venía lidiando con contracciones cada vez más dolorosas y frecuentes que habían empezado desde algunos días atrás. 

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Al romperse la fuente, mi mamá empezó con su labor de parto y con ayuda de mi tía Teresa, mi tío Jesús y mi padrino José, buscaron un taxi para emprender el viaje rumbo al hospital Marino Molina de EsSalud. Mi madre mantenía la calma, pues había llevado clases de psicoprofilaxis durante el embarazo, curso donde se brinda preparación física y psicológica para los padres que esperan un bebé.

Después de algunos minutos mi madre y sus tres acompañantes, llegaron al hospital, ubicado en el distrito limeño de Comas. Al entrar al área de emergencias, a mi madre le proporcionaron una silla de ruedas para que pueda esperar sin complicaciones. 

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Mi tía se acercó al área de recepción para iniciar el trámite y ahí empezó la tragedia. El hospital se negaba a atenderla porque el sistema indicaba que mi mamá no contaba con seguro. Unos meses antes, mis padres habían conversado acerca de mi nacimiento y se había decidido que yo me atendiera en EsSalud. Mi padre empezó el trámite de aportación en su trabajo; sin embargo, la empresa solo lo había inscrito, más no había derivado los pagos a EsSalud, medida que desencadenó un problema que afectó a mi madre el día de mi nacimiento.

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La desesperación empezó a invadir a mi madre y a mi tía, que conversaron rápidamente para pensar que harían.  Decidieron ir al hospital Sergio Bernales de Collique, puesto que era el más cercano. Había pasado más de una hora, desde que a mi madre se le rompió la fuente. Ella seguía perdiendo líquido, aunque en pequeñas cantidades, pero esa era mayor preocupación, debido a que dentro del vientre yo necesitaba ese líquido para seguir viviendo.

El tiempo pasaba y a las dos de la madrugada, mi madre ingresaba al área de emergencias del hospital Sergio Bernales de Collique. Los doctores que la recibieron le hicieron un rápido análisis e indicaron que la situación era grave. Las horas pasaban y mi madre ya estaba en trabajo de parto sin ser atendida. Al ingresar a una sala de observación, un obstetra indicó que se tenía que proceder a una cesárea de emergencia e indicó a los enfermeros, practicantes y técnicos, que prepararan a mi madre para la operación.

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En ese momento, comenzó la frustración y la tristeza, puesto que mi madre deseaba que yo nazca por parto natural, pero pensó que igual lo importante es que nazca sana, así que accedió y firmó los papeles. Ya lista para entrar a la sala de operaciones, mi madre solo esperaba su turno, mientras me hablaba y trataba de mantener la calma. Solo quería tenerme en sus brazos y saber que estaba bien, además le invadía la duda ya que hasta ese momento no sabía que sexo tenía su bebé. Tenía preparados dos nombres, que había buscado en compañía de mi papá desde algunos meses antes, si se trataba de un varón sería Gabriel y si resultaba mujer se llamaría Gabriela.

La tranquilidad volvía de nuevo, mientras mi madre pensaba que ya por fin podría estar feliz junto a su pequeña; sin embargo, la ilusión se cayó de pronto, frente a otra adversidad. Un técnico, entró minutos después a la sala donde ya estaba lista mi mamá y le indicó que en ese hospital tampoco podían atenderla. Mi madre se quedó sin palabras, el hospital no podía encargarse de su situación. En el sistema, mi madre figuraba como asegurada y el hospital al atenderla podría meterse en serios problemas. No la dejaron sola, los altos directivos del hospital escribieron y sellaron una carta para indicar la situación del porqué tenía que ser únicamente atendida por el seguro.

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Los minutos pasaban y la situación era desesperante. Nuevamente, con otro taxi, mi madre, mi tía, mi tío y mi padrino, volvían al primer hospital con la carta en mano y esperanzas de que todo resultara, pero no fue así. De nuevo, en el hospital Marino Molina y con una carta que exigía atención pronta a mi madre, mi tía se acercó a recepción. No resultó. Mi familia, en ese momento, ofreció correr con todos los gastos y costear por completo el proceso, con la intención de que nos atendieran, pero aun así no hubo una respuesta positiva.

A los segundos, una responsable del hospital, que ya se había enterado de la situación, salió a ver a mi familia que aún seguía buscando respuestas. “Por favor, llévela inmediatamente a otro hospital, aquí no será atendida”, fue su respuesta final, luego de haber mencionado también que ya se trataba de un embarazo de riesgo y debía ser atendida con urgencia porque estaba perdiendo el líquido amniótico.

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No había más que hacer, el hospital no la iba a atender. De nuevo en un taxi y con los ánimos un poco apagados, mi familia emprendía el viaje hasta el Instituto Nacional Materno Perinatal, lugar donde estaban seguros de que mi madre sería atendida

El viaje era largo, llegaron a las 4 y media de la madrugada. En el hospital, mi madre fue revisada y a las 5 de la mañana ya estaba en una Sala de Monitoreo, a cargo de un obstetra. El líquido amniótico, había cambiado su color, ya no era transparente, sino medio amarillo, lo cual indicaba que mi madre ya había perdido mucho y de continuar así, podría asfixiarme dentro del vientre.

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Mi madre finalmente fue atendida, le administraron los medicamentos necesarios y estaba constantemente acompañada de enfermeros. Estaba prevista una cesárea, debido al trajín de la madrugada, mi madre no había dilatado lo suficiente. Ella esperaba en una sala junto a más madres que solo estaban separadas por una delgada tela. Se escuchaban llantos, gritos y se sentía la desesperación, pero, aun así, mi madre mantenía la calma.

El médico a cargo de la sala pasó a revisar si todo se encontraba en orden. Al llegar a mi madre, ella le expresó sus deseos de no tener una cesárea, puesto que además no había llevado el proceso necesario desde días antes para tener una cesárea óptima. El doctor observó el estado de mi madre, ella mantenía la calma y había seguido cada instrucción planteada. 

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Después de pensarlo por unos segundos, el doctor accedió. En ese momento, anuló la orden de cesárea y encargó a dos técnicos, llevar de nuevo a mi madre a una sala de monitoreo. Hizo falta algunos medicamentos para acelerar la dilatación, unas dosis de suero y en pocos minutos, mi madre pudo dar a luz. 

 “Es niña”, exclamó la obstetra y mi madre lloraba de emoción. Nací a las 7 de la mañana, un 6 de agosto del 2003, con una leve debilidad debido al líquido amniótico que había perdido dentro del vientre. Mi madre y yo tuvimos la suerte de haber logrado ser atendidas a tiempo para evitar la tragedia. Por fin, después de casi 7 horas, Gabriela arribó a este mundo.

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