Conocí a Armando Manzanero en octubre del 2007 en Madrid. Ambos estábamos hospedados en el Hotel Cuzco, nada menos: hotel a todo dar, y solo le faltaba Machu Picchu para estar completo. Los dos asistíamos a un encuentro convocado por la Casa de América.
Yo había bajado a tomar el desayuno y me lo encontré ante una mesa. Me senté tranquilamente a conversar: ¿por qué no si, aún ahora, lo único que me queda del periodismo es la impertinencia? Tipo simpático, natural y chispa. Por supuesto, lo llevé a tema obligado: Javier Solís.
Yo sabía que Javier había grabado cuatro boleros de Manzanero, como «Me soñé muerto» (¡ay!) y «Que no te cuenten», ideal para tiempos de elecciones. El yucateco me contó que fueron amigos y que Javier le aconsejó: «Enano -me decía ‘enano’-, graba tus propias canciones». Así lo hizo, por sabia indicación de El Más Grande.
Manzanero alborotó a Lima cuando llegó en 1968, si no me equivoco. Yo fui a oírlo en su presentación en Radio Libertad, pero no pude entrar: no había dónde ni cómo. Su fama era tal que hubiese ganado las elecciones presidenciales del Perú, incluso siendo mexicano.
Lamento su muerte. Tiene canciones muy bonitas, de muchos géneros. Sin embargo, en sus últimos años se prodigó demasiado en regrabaciones y en dúos con gente que nada tenía que hacer en la música romántica, pero el «show business» es ansí (sic).
Es el momento de recordar a Armando Manzanero y de olvidar a Luis Miguel.