En los últimos tres meses, el Producto Bruto Interno del Perú cayó en un 30,2 %, señala el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), una caída que superó a otros países latinoamericanos. Alrededor de 6 millones 720 mil ciudadanos han perdido su empleo entre abril y junio, según INEI. La ministra María Antonieta Alva nos da una señal de esperanza cuando menciona que nuestra economía está en recuperación, pero otras instituciones como el Banco de España nos la quita nuevamente cuando manifiesta que las economías de Latinoamérica no se recuperarán hasta por lo menos el 2022. A eso le sumamos la encuesta realizada por el Banco Mundial a mil hogares peruanos entre mayo y julio de 2020, el cual mencionó que: “En uno de cada cinco hogares encuestados, algún adulto se saltó una comida debido a falta de recursos en el último mes”. Entonces, solo queda una opción: ayudarnos.
Hasta hace algunos meses no se hablaba de ollas comunitarias. Es más, el término no era tan conocido. Lo más cercano probablemente eran los comedores populares. Aquellos espacios donde asistían jubilados, madres de familia sin un trabajo estable que debían alimentar a sus niños, o, simplemente, esos lugares en los que los políticos ponían el ojo para hacer campaña política y mostrarse como candidatos “del y para el pueblo”.
Sin embargo, el ser humano siempre ha buscado la manera de sobrevivir ante una situación de peligro. Es una reacción natural. Pero como toda ley natural, siempre el más débil la tiene más difícil o en otras palabras, el más fuerte sobrevive. Así, frente a esta pandemia, muchas mujeres que viven en asentamientos humanos de distritos como Villa María del Triunfo y San Juan de Lurigancho, han organizado una manera de ayudarse entre sí para cubrir su alimentación: las ollas comunitarias.
Vecinos que comparten la misma cocina, o en muchos casos, la misma olla sobre una “hornilla” de leña, para alimentar a un público que, por causa del receso en la economía del país, los ha dejado sin trabajo, sin dinero, por tanto, sin comida.
“A las ocho de la mañana empezamos a cocinar, entre vecinos nos apoyamos. Cuando se cocina menestras se necesita de cinco a seis personas, y cuando toca guiso, solo cuatro”, menciona Marissa Hancco Aguilar, la señora encargada de las ollas comunitarias en el asentamiento humano Nueva Jerusalén en San Juan de Lurigancho (SJL). “La comida la solventamos mediante donaciones y por nosotros mismos, pagamos dos soles por plato. Diariamente se cocinan 80 platos, de allí sale para cocinar nuevamente”, añade.
Marissa, de la Junta Directiva de Nueva Jerusalén, junto a sus vecinos inician la olla común a las ocho de la mañana y terminan a las 12:30 p.m. Así ha sido desde que inició la cuarentena aquel 15 de mayo de 2020. Cada semana la Junta Directiva que lidera Marissa realiza las compras en el mercado y ordenan los víveres para luego utilizarlos. “El joven José- representante de la ONG Techo Perú- empezó cocinando en el local, luego nos motivamos y así estamos hasta ahora”. Marissa señala también que la única autoridad que los ha ayudado en ocasiones es el ex alcalde de SJL, Jesús Navarro.
Si bien es cierto que la pandemia de la COVID-19 ha demostrado las deficiencias del gobierno, falta de altruismo de la clase media alta y el egocentrismo de la mayoría. También es cierto que ha sacado el lado más humano de muchos peruanos que cuidan de otros como de ellos mismos y están convencidos que con la unión se puede paliar el terrible impacto del coronavirus en los más vulnerables.