Creemos profundamente que la muerte de todo ser humano nos afecta, porque nos encontramos unidos a la humanidad entera y el tañer doliente de campanas tendrá siempre algo de nosotros, como hace mucho diría el poeta John Doone. A todos nos ha impactado y conduele, como es natural, el inesperado suicidio de Alan García, y lo entendemos como una real tragedia personal y familiar que enluta a sus seres más queridos, amigos y partidarios.
Sin embargo, García no fue un ciudadano común y corriente, fue dos veces presidente del Perú, y el político más destacado de los últimos 40 años. Como ya han adelantado sus futuros biógrafos, respiraba política las 24 horas del día, y en tal sentido, es muy cierto que su deplorable acto de suicidio constituyó su última acción política, orientada a evitar el encarcelamiento primero, y pasar a la posteridad después.
Es entonces con riguroso sentido político que debemos analizar la carta que ha dejado antes de morir, así como el sentido de las declaraciones y discursos de sus más cercanos compañeros y cultores mediáticos, encaminados a glorificarlo y convertirlo en un mártir de la democracia.
“Los contratiempos del poder”
Lo primero en que debemos reparar, es en la fácil subestimación que hizo de las graves imputaciones que pesaron sobre él desde su primer gobierno: “por los contratiempos del poder, nuestros adversarios optaron por la estrategia de criminalizarme durante más de 30 años”. Con la habilidad comunicacional que lo distinguió, redujo a simples “contratiempos del poder” los cargos de enriquecimiento ilícito, la coima de $200 millones de dólares del Tren Eléctrico (declarada ante un fiscal por Sergio Siragusa y depositada en cuentas de las islas El Gran Caimán), el caso de los Mirage, del BCCI, el Dólar MUC, y los múltiples entuertos incriminados que logró salvar por prescripción, gracias a los 9 años en que fugó a Bogotá y París.
Por supuesto que también encubre con ese edulcorado eufemismo de “contratiempos del poder” a los $ 24 millones en sobornos por el Metro de Lima, y parte de los $ 48 millones por la Interoceánica Sur, pagados por Odebrecht durante su segundo gobierno, y que son investigados por el Equipo Especial Lava Jato de la Fiscalía, así como los $100,000 por una supuesta conferencia, con dinero de la Caja 2 de esa empresa, valiéndose de un contrato ficticio.
Hacía ya varios meses que su propio ex viceministro de Comunicaciones, Jorge Cuba, había declarado ante el Ministerio Público que “Jorge Barata tenía un acuerdo con Alan García, porque era política de Odebrecht pagar comisiones por las grandes obras”; y eran de público conocimiento los 22 viajes al interior que hicieron Barata y el exmandatario para supervisar obras.
A todo eso el expresidente García refiere que lo criminalizaron por más de 30 años; cuando lo que aparece de las investigaciones son hechos objetivos y debidamente sustentados que lo cercaban día a día, como el hallazgo de depósitos a nombre de personajes de su entorno íntimo (léase Gonzalo Monteverde, Miguel Atala, y Luis Nava e hijo), así como triangulaciones sofisticadas de cuentas internacionales en Andorra y Panamá. Lo que debió decir es que durante 30 años se criminalizó la gestión de obras y recursos públicos, y que ahora vivimos una etapa histórica de destapes y develamiento de responsabilidades que acabará con los principales responsables en la cárcel.
“Miserable existencia”
Antes que él recibieron mandato de detención Ollanta Humala, Nadine Heredia y Keiko Sofía Fujimori, respecto de los cuales García escribió despectivamente en su carta: “He visto a otros desfilar esposados guardando su miserable existencia”. Es de entenderse que la rivalidad con los dos primeros lo llevó a calificarlos con desprecio, pero la última ha sido su aliada incondicional durante su segundo gobierno y en los últimos años desde el Parlamento, donde, a través de Rosa Bartra y compañía, evitó a toda costa vincularlo a los sobornos de Lava Jato; sin embargo, con sorprendente altivez, García calificó también de miserable a su existencia. Tome nota la susodicha.
Desprecio tanático
Pero la displicencia más furibunda fue dirigida contra los que él consideró que lo “criminalizaron” durante más de 30 años: “Les dejo mi cadáver como muestra de mi desprecio a mis adversarios”. Obviamente que sus adversarios son los que clamaron justicia durante ese largo tiempo de opresión de la verdad, sobre todo, los millones de indignados ciudadanos de este país que ganan el pan con el sudor de su frente y que nunca se resignaron al triunfo de la impunidad.
Ni en las escenas de suspenso de Alfred Hitchcock, las observaciones del horror que registra Stephen King en su Danza Macabra, o los misteriosos acontecimientos de la Rue Morgue que narra Edgard Allan Poe, encontramos algo parecido a ese sentimiento macabro de usar el propio cadáver como instrumento sangrante de venganza y desprecio, luego de ultimarse con una de las balas de su Colt 38.
Si eso sentía y maquinaba el exmandatario lejos del solio presidencial y en la meditada tranquilidad de su veteranía, entendemos ahora lo que sentía y motivaba en la intensa adrenalina del poder (a sus impulsivos 36 años de edad), teniendo a su mando la condición de jefe supremo de las Fuerzas Armadas y Policiales, en su afán de mostrar mano dura e imponer autoridad. Entendemos mejor lo que pensaba y sentía antes y después de que las inmisericordes descargas de metralla acabaran con la vida de 40 humildes campesinos en Cayara, 69 en Accomarca, 12 en Chumbivilcas, 63 en Umaru-Bellavista, 12 en Pomatambo y Parco Alto, así como de 300 reclusos en los Establecimientos Penales, durante su primer gobierno. En algunos de los casos anteriores se llegó al extremo de volar sus cuerpos con granadas y prender fuego a sus viviendas.
La masacre de 33 personas en Bagua, durante su segundo gobierno, es particularmente ilustrativa sobre los sentimientos de Alan García por la vida ajena, cuando días antes calificó a sus pobladores como “ciudadanos de segunda categoría”.
“Persecución fascista”
A estas alturas no cabe ninguna duda que el suicidio ha sido largamente planificado y, tal vez, coordinado con la cúpula partidaria; así se explica que en la carta García hable de “la dignidad de mis decisiones”, y desde el primer instante un sosegado Mauricio Mulder declarara que esa luctuosa acción era un “acto de dignidad”.
Desde ese momento Mulder inició también la campaña de poner a García en las páginas centrales del martirologio aprista, añadiendo en tono pontifical que ha sido víctima de “una persecución fascista”, y que ha asumido sus responsabilidades “frente al pueblo y la historia, no ante la Gestapo y grupos fascistas”. Sería largo de explicar, pero si de historia y fascismo se trata, nos viene a la memoria algunos pasajes de la biografía de Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda Nazi, escrito por Ralf Georg Reuth, quien refiere que las campañas electorales de 1930 y 1933, que permitieron el ascenso de Adolfo Hitler al poder, se llevaron a cabo bajo el lema de “LIBERTAD Y PAN”. Si han visto ese lema en algún local partidario, tal vez no sea pura coincidencia. Hay mucho por escribir sobre el tema.
Por su parte, el nostálgico ex aprista Alfredo Barnechea arengó iracundo contra “la mafia judicial en contubernio con el gobierno”, motivando exaltados gritos de odio como los de “Vizcarra asesino”, durante el velorio.
Lo cierto es que Mauricio Mulder y todos los que han seguido esa línea necesitan crear una persecución “fascista” y será su caballito de batalla de los próximos años, queriendo igualar forzadamente el suicido de su líder con el martirio de los apristas aurorales de Trujillo y Chan Chan, que ofrendaron sus vidas por el ideal de una gran reforma social, y no por cuestionamientos de latrocinio desde el Estado.
Una cosa es el mártir que entrega su vida por una causa noble, religiosa o política, otra el suicida que lo hace por el móvil egoísta de evasión o la búsqueda narcisista de gloria personal: “El suicida es el antípoda del mártir. El mártir es un hombre que se preocupa a tal punto por lo ajeno, que olvida su propia existencia. El suicida se preocupa tan poco de todo lo que no sea él mismo, que desea el aniquilamiento general”, explicaba el escritor inglés Gilbert Keith Chesterton.
El sitial
Alan García decía buscar la historia y la historia registrará su trágico final en la lista de los hombres de poder que se suicidaron para no enfrentar a la justicia. Estará junto al emperador Nerón que acabó con su vida para no enfrentar los cargos de corrupción que le imputaba el Senado romano; junto a Adolfo Hitler y Joseph Goebels que lo hicieron antes de ser capturados por las tropas Aliadas y llevados a juicio; a los otros jerarcas del fascismo que también decidieron ultimarse para no asumir los resultados de los juicios de Nuremberg: Hermann Goering, Franz Bohme, Johannes Blaskowitz, Rudolf Hess, y Emil Haussman.
También del bosniocroata Slobodan Praljac, que lo hizo cuando escuchaba la sentencia del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoeslavia, por crímenes de lesa humanidad en la Guerra de Bosnia (1992-1995), proclamándose inocente.
O tal vez más cerca de Ron Moo-Hyun, el expresidente de Corea del Sur, que en el 2009 se lanzó de un acantilado al descubrirse un soborno de $6 millones a través de su secretario personal.
Por la forma y circunstancias del suicidio, podría estar también cerca de Budd Dwyer, el extesorero de Estado en Pensilvania, que en 1987, y en plena conferencia de prensa, se disparó un tiro en la garganta con un revólver Magnum 357, un día antes de su sentencia por recibir un soborno de $300,000.
El sitial se lo ganó Alan García revólver en mano. Doloroso y elegiaco final para él, sus familiares y allegados; pero también para la justicia que podrá llegar a la verdad, pero nunca a la sanción.