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Este artículo es de hace 5 años

"La izquierda será protagonista en el 2021, sin duda; pero no se trata de ir solos"

Sergio Tejada dice que, a veces, extraña el Parlamento. Asegura que el hecho de ser el presidente de la Megacomisión para investigar a García le dificultó alejarse del nacionalismo. Ahora vuelve a la pelea.
Jorge Millones

Algunos se distanciaron de él cuando fue elegido congresista y tuvo que comerse algunos sapos por presidir la Megacomisión que investigó a Alan García. Creyeron que el joven músico punk, rebelde y militante se había traicionado; sin embargo, el tiempo se encargó de poner las cosas en su lugar, pues sigue militando en la izquierda, cree en la democracia y continúa enamorado del rock. El sociólogo y excongresista Sergio Tejada ha publicado dos libros, uno sobre Juan Bustamante y el otro sobre la Megacomisión. Tiene las ideas claras y el optimismo para seguir luchando contra los corruptos.

—¿Extraña ser congresista?

—A veces sí. Extraño el debate, proponer ideas y el contacto con la gente, recoger las demandas que se lograba desde mi despacho. 

—Le tocó el preludio de lo que sería el pasado Congreso fujimorista de mayoría absoluta: agresivo, obstruccionista, de blindajes.

—Con todos los problemas que tuvo el Congreso en el que yo estuve, sin duda, fue mejor. Pudimos hacer algunas cosas positivas, otras quizá no tanto, pero lo que vino después, fue un Congreso dominado por una mayoría corrompida que lindaba con el fascismo a quienes no les importaba destrozar el país.

—¿Cuál fue el momento más difícil como congresista? 

—Cuando tuve que tomar decisiones sobre mi permanencia en el partido de gobierno. Siempre he sido muy orgánico, respeto mucho las decisiones colectivas aunque, a veces, no me gusten. Pero hubo momentos de tensión muy fuertes que me llevaron a pensar si ese era el camino que quería seguir. La Ley Pulpín, llega, por ejemplo, en medio de un paquete totalmente regresivo, incluso contra las reformas que el propio Ollanta Humala había impulsado: como la Ley de Seguridad en el trabajo, que Ollanta la impulsa y luego quiso retroceder; igual con el retroceso en materia ambiental. Ahí era inviable seguir, pero fue una decisión que me tomó mucho tiempo.

—¿Alguna vez recibió presiones desde el gobierno?

—En varios momentos. Yo fui parte de la Comisión Política y después del Comité Ejecutivo Nacional, en ambos espacios sí se podía discutir, pero luego (Ollanta y Nadine) se volvieron muy intransigentes. Ya en el gobierno querían tener una bancada muy obediente, en lugar de una bancada democrática y comprometida con un proceso. Eso no me gustaba.

—¿Logró atisbar el viraje de Ollanta Humala respecto al modelo y los grupos de poder?

—Desde que nombró a Castilla en el MEF ya nos olíamos que se iba a moderar en el aspecto económico. Sin embargo, veíamos voluntad de cambio en el aspecto social. Nos pareció que había dejado atrás el modelo de los países andinos (Ecuador y Bolivia) y se enfocó más en el modelo brasileño. Impulsó programas sociales importantes como Pensión 65, Beca 18, el SAMU, el Plan Esperanza, buenas reformas en Educación. Entonces, estábamos en una disyuntiva, "Ollanta parece que sí quiere avanzar en materia social, pero en el tema económico ha cedido". Como yo era bien orgánico, trataba de entenderlo como un proceso que en algún momento se iba a destrabar. 

—Luego llego le tocó presidir la Megacomisión…

—La Megacomisión marcó todo mi periodo parlamentario. No podía estar tan preocupado por ese tipo de giros del gobierno cuando tenía una tarea, que era investigar a una mafia, ahora podemos decirlo. Eso también me frenaba mucho en algunas decisiones, yo sabía que por reglamento del Congreso si renunciaba a la bancada ipso facto quedaba fuera de la Megacomisión, no había nada más qué hacer ahí. 

—¿Alguna vez tuvo miedo cuando presidió la Megacomisión?

—No diría exactamente miedo, pero sí llegué a estar un poco paranoico, muy alerta todo el tiempo. Incluso ahora, cuando voy por la calle siempre estoy mirando a todos lados, viendo quienes van alrededor. Había que cuidarse, definitivamente. Algunas amenazas recibí, veladas, por redes sociales desde los troles de forma explícita. Siempre pensé que mientras más público fuera, mientras más saliera a los medios, más les costaría hacerme daño. Igual intentaron atacarme en alguna oportunidad. 

—¿Puede recordarnos? 

—En algún un evento presentamos algunas conclusiones de la Megacomisión y había un grupo de apristas distribuidos entre los asistentes. Estábamos con gente del IDL y en un momento se pararon buscando pelea, y, efectivamente, se produjo una pelea. Un grupo venía hacia mí y los agentes de seguridad me dicen que salgamos, que habían pedido refuerzos policiales y nos dicen que en la  puerta había más gente esperándonos, tuvimos que salir por una puerta trasera. Esto demuestra claramente que nos buscaban agredir físicamente.

—Las comisiones que investigaron casos de corrupción (Cateriano, Diez Canseco, Pari) arrojaron diversas y escandalosas conclusiones. ¿Sospechó alguna vez el enorme y complejo mecanismo de corrupción que habían establecido las grandes empresas?

—Sí. En su momento yo no dudé que estábamos frente a una enorme maquinaria de corrupción, con mecanismos muy sofisticados para ocultar el dinero, para garantizar que nadie hable, comprando o atemorizando testigos. Pero cuando estalla el caso Lava Jato, aparecen las colaboraciones eficaces y se empieza a desentrañar el monstruo y de todos los que han ido cayendo. Parecía que García tenía el sistema más sofisticado porque ha sido más difícil encontrar la huella del dinero. Se habla de las loncheras, de algunos pagos en la banca de Andorra; yo creo que se irán descubriendo más cosas, pero sin los proceso de delación premiada no se hubieran sabido. 

—Los casos de los ochenta, BCCI, los Mirage, etc, quedaron fuera…

—Así es, estaban fuera de nuestro alcance. La Megacomisión solo investigó su segundo gobierno. Nosotros estiramos un poco todo para investigar la casa de García comprada entre 2012 y 2013, pero ya estábamos fuera del mandato. 

—En su libro El reino de la impunidad, cuando Alan García estaba pidiendo asilo en embajadas usted manifiesta su molestia porque sentía que García se iba a escapar. ¿El caso García se volvió un tema personal?

—Mientras duró la investigación, traté de ser lo más objetivo posible. Pero ya después, al sustentar los informes, cuando nos atacaron, cuando empieza la guerra sucia, se vuelve un tema personal tener que defender mis informes, mi trabajo. Soy de la generación que creció con la crisis que produjo el primer gobierno de García y que, además, vio como este fugó del país sin ser juzgado. Entonces, sí llevaba esa carga, esa frustración y ver que se podía ir de nuevo me generaba una frustración enorme. Pero ahí intervinieron una serie de factores que evitaron el asilo y eso fue determinante en la historia posterior. 

—¿Qué creía que García pensaba de usted?

—Tengo la impresión que yo era un enigma. Él no me creía capaz de enfrentarlo, creía que yo era un simple sicario a las órdenes de Ollanta y Nadine. Para él, ellos habían elegido un jovencito para seguir sus órdenes. Pero la verdad, es que hasta tuve poco apoyo de Ollanta y Nadine. En algunas ocasiones se interesaron, por supuesto. Me preguntaron "¿qué hay de los colegios emblemáticos?", "¿qué hay de los narco indultos?, ese es un tema fuerte", pero después estuve prácticamente solo. García me había mapeado. Tal vez decía: "¿Quién es este muchacho? Es nieto de un exministro mío". Porque mi abuelo fue exministro de Salud de García en dos oportunidades. Imagino que para él era difícil entender por qué no le tenía miedo o por qué estaba tan empeñado en sacar adelante mis informes. Para él yo era solo un sicario sin cabeza propia. 

—García fue político muy hábil. Un experto en poner sobrenombres o acusaciones que acompañaban y manchaban a sus adversarios por la eternidad…

—Así es. La mejor fue lo de la "reelección conyugal" o la "pareja presidencial". 

—Pero a usted no lo motejó de esa manera.

—Me decía sicario, para él la investigación era una vendetta de Humala. Ahora sé que el exasesor de Humala, Luis Favre, le aconsejó que no se metiera con García, no sé por qué razones. Ollanta temía la polarización que podría ocurrir si se investigaba a García. Y eso, efectivamente ocurrió.

—¿Qué tipo de corrupción cree que se ha asentado en el Perú?

—Es una corrupción que encaja solamente en el neoliberalismo. Es una época de debilitamiento del Estado, de promoción excesiva de la inversión privada, de excesivo poder de empresas transnacionales que subordinan a los Estados. Grandes empresarios que se reúnen con presidentes, que deciden decretos de urgencia, que compran parlamentos. Si bien la corrupción es antigua, este tipo de corrupción es consustancial al modelo económico. Me preocupa mucho que se enfrente a esta corrupción sin tener claro que su origen está en el modelo económico. 

—Muchos estudiosos dicen que el neoliberalismo ha debilitado el sistema democrático…

—Sí, totalmente. Incluso tienen una doctrina en la que el presidente es un ente que atrae inversiones. Ahí el riesgo es enorme, porque pone al presidente directamente en tratos con poderosísimas empresas que no escatiman en conseguir sus resultados. Pero también hay que tomar en cuenta la otra corrupción que ocurre en las escuelas, los hospitales, la policía, se ha vuelto una cultura que todavía no se está enfrentando. Quizá porque se ve eclipsada por la corrupción de cuello blanco. Si tiene un líder como García, que hoy en día nadie duda de las cosas que hizo y que evadía la Justicia, el ciudadano lo ver como un modelo y también tratará de evadir la Justicia. No es lo mismo tener a Pepe Mujica de presidente que tener a Alan García. 

—¿Cómo ve la nueva y sorprendente composición del Congreso?

—Ha sido interesante el desligue del proceso parlamentario del electoral presidencial. Nos ha mostrado un país bastante fragmentado, con bancadas pequeñas y dispersas, un parlamento con bastantes dificultades para establecer acuerdos y un periodo tan corto. No me sorprende tanto. Quizá me sorprende la sobre representación de Acción Popular, del Frepap, aunque tenían un espacio. 

Con todo, la derecha ha sido la más derrotada. Sobre todo la derecha extrema que jugaba a construir un Bolsonaro, ha terminado aplastada. Los partidos que han entrado son un tipo de derecha que tratan de ubicarse en el centro, el Partido Morado, Acción Popular, Alianza para el Progreso, pero la ultra derecha ha sido derrotada. 

No diría que la izquierda ha sido derrotada, pues los porcentajes han sido bajos en todos los casos, la diferencia entre Juntos por el Perú (casi con un 5%) y Acción Popular es baja, considerando que AP ha sido el más votado. Entre uno y otro hay 5 o 6%, eso no es nada. Hemos visto, como en la caricatura de Carlín, a los enanos entrando al parlamento. 

—¿Cómo ve a la izquierda de cara al 2021?

—La izquierda va a ser protagonista, sin duda. Necesita, eso sí, construir instrumentos políticos. Es importante que Nuevo Perú logre su inscripción y el liderazgo en conducir la articulación de fuerzas políticas. Rearticular fuerzas que se definen de izquierda como el Frente Amplio o algunos temas que podrían sostener desde el antaurismo. Articular también movimientos regionales, movimientos sociales. 

—Usted se acaba de afiliar al Movimiento Nuevo Perú ¿Qué papel va a desempeñar?

—Quiero asumir la tarea de la inscripción, es fundamental. Se necesita una organización fuerte, un instrumento político que sea la columna vertebral junto a otras organizaciones. No se trata de ir solos. Sumar mi experiencia en el Parlamento, en la gestión del Estado y la lucha contra la corrupción. En lo que pueda aportar lo haré. 

—¿Volvería a ser candidato?

—Si es necesario, lo haré.

Esta entrevista fue realizada en febrero de 2020.

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