El pez gato se cayó del techo cuando pretendía caminar sobre el agua. Desde entonces, el pez gato se quedó a vivir en el agua repartiendo sus siete vidas entre los siete mares. El pez gato tiene de gato que también come pescado, pero, a diferencia del gato casero, su hábitat natural es la pecera del mar. En vez de quedarse mirando los peces de colores de una pecera, el pez gato se metió en ella. En las azules noches del mar, el pez gato maúlla al pez luna —o sea que no hay nada nuevo bajo el Sol—.
Al pez gato también lo llaman «bagre», pero, según dicen en los pasillos del mar, al pez gato le displace aquel nombre y lo considera «malsonante». El pez gato suele emplear este cultismo para impresionar a las sirenas; empero, fracasa: ellas nunca lo escuchan, pues las sirenas siempre pasan corriendo sobre las ambulancias del mar. El pez gato halló la palabra «malsonante» en el diccionario académico, mas comprobó con pena que nadie más lo lee porque, para los peces, los libros son papel mojado.
El primer retrato que se conoce del bagre es un bajo relieve del año 2750 a. C., hecho en Egipto. El pez gato aparece allí de perfil porque es egipcio. Como se ve en sus retratos de piedra, en el antiguo Egipto, toda la gente esperaba a alguien o estaba por irse. En aquel entonces, la gente iba de lado pues acababa de inventar el tango, y también permanecía de lado para que la contraten ya que los candidatos solo necesitaban publicar su perfil. El problema eran las fotos de los pasaportes pues en ellas se notaba quiénes se orientaban a la derecha y quiénes a la izquierda. De más está decir que de centro no había nadie en el antiguo Egipto, ni siquiera delanteros.
Al bagre se lo llama «pez gato» porque usa bigotes cual los gatos cubiertos de pelos. Como en los viejos televisores, los bigotes de gato son antenas de conejo que apuntan a los ratones. Claro está, eso ya es un indicio de la evolución de las especies. Por cierto, apuntar con los bigotes está muy mal visto pues nunca debe señalarse a la gente; mas el pez gato no incurre demasiado en tan incivil conducta: él se dedica a electrocutar a los otros pues es uno de los pocos animales marinos que irradian electricidad para repeler amenazas y para cazar a otros pobladores.
Cuando ven al pez gato, los otros peces se van volando. Ante un pez gato, lo mejor es ponerse las pilas y fugarse: nunca llevarle la corriente. Por supuesto, también hay corrientes marinas, / mas no son las felinas. Las corrientes marinas son como las corrientes de aire, pero dentro del agua. Entonces, en el mar, hay que cerrar las ventanas para que el agua no se meta por el techo.
Otros animales que comparten tan chocante actitud con el pez gato son el pez torpedo y la anguila. Se ignora si el pez torpedo hunde a las ballenas. La explicación de por qué esos animales irradian electricidad es asaz compleja, pero se reduce al hecho de que su sistema nervioso puede acumular electricidad estática como las botellas de metal de Leyden, aparatos muy simples usados en el siglo XVIII, sobre todo en Leyden. Esas botellas funcionan con el mismo principio de los antiguos flashes de la fotografía, que acumulaban electricidad para lanzarla luego como un relámpago.
Aunque en el mar ya era bien sabido, entre las personas se ignoraba si era realmente electricidad la energía que lanzaban dichos animales, sobre todo porque no producían chispas. En el siglo XVIII era impreciso el concepto de la electricidad, ya conocida gracias a las máquinas electrostáticas, que sí creaban tales chispas.
La demostración de la propiedad eléctrica de la anguila fue un triunfo del físico John Walsh. Él puso una anguila en un recipiente con agua, y dos alambres semisumergidos y separados; al vincularlos Walsh con otro alambre, la anguila sintió el «campo eléctrico», se acercó a él, lo electrificó, y en el aire apareció una chispa; mas fue la segunda: la primera había nacido del genio de John Walsh. Años después, cuando les contaron cómo funcionaban las anguilas, lo motores eléctricos se quedaron de una sola pieza. A todo esto, ¿qué fue del pez gato? Sigue en los brazos de Morfeo sobre el sillón de Neptuno.