Con su cara de José Saramago ―ahora, trotamundos de otros mundos―, la tortuga va cortando la manigua del aire. Algo malo habrá vislumbrado a lo lejos, y ya no le conviene llegar; o tal vez ya lo ha visto todo pues vivir doscientos años en el tiempo es como terminar caminando en círculos en el espacio. La tortuga es el cucú que saca la cabeza del caparazón para dar una hora cada siglo. La tortuga siempre es virtuosa porque, aun si emprendiese el mal camino, nunca avanzaría demasiado.
La tortuga es un prodigio de la mecánica pues es el único animal que se mueve poniendo la primera marcha y la marcha atrás a la vez. Cuando ya entra en confianza y la observamos, la tortuga se toma su tiempo y el nuestro. Esperar a que la tortuga llegue no solo es una larga espera: es una paronomasia entre ‘tortuga' y ‘tortura'. Políticamente, la tortuga es conservadora ya que nunca ha podido ser de avanzada. En la geometría del tiempo, la tortuga es la distancia más larga entre dos puntos.
Parece mentira que la tortuga haya sido una ninfa griega, pero debemos creerlo pues todo puede ocurrir en la mitología ya que es falsa. Las ninfas eran diosas de menor cuantía; o sea, nunca pasaban de los cuartos de final en el Olimpo, el que, como su nombre lo indica, era muy dado a las carreras. Las ninfas solían ser demasiado numerosas, lo que devaluaba un tanto su condición divina. Francamente, hay que cuidarse más, y, aunque uno no exista, debe pensar en el futuro de la imaginación ajena. Aun así, la ocupación de las ninfas era muy codiciada, y, en los años 40 de la Antigüedad, las madres decían a sus hijas pobres pero honradas: «Serás lo que debas ser o, si no, serás ninfa».
Cierto día, Zeus y Hera decidieron regularizar su situación y convocaron a todos los dioses y a todos los seres humanos a su boda. Quien no acudió a la corte celestial fue la ninfa Quelone, por pigricia (pereza) o por un mal entendido orgullo republicano. Recordemos que la política es muy sucia, como bien saben quienes la embarran. Para castigar el desacato de la supradicha ninfa, el dios Hermes lanzó a Quelone con su casa a un río, donde la ninfa evolucionó de pronto hasta convertirse en la primera tortuga de la que la imaginación tiene memoria. La casa de Quelone se convirtió en su caparazón, estadio techado para un solo jugador. De Quelone derivó quelonio (¿o fue al revés?). Este caso enseña cómo la etimología se da la razón a sí misma.
Seamos sinceros: las tortugas son seres extraños, mas esto les pasa a todos los seres, incluso a los que no son extraños. Las tortugas intrigaron a los chamanes, personas tan autosuficientemente equivocadas que dan ganas de seguirlas para ver en qué terminan. En La rama dorada (capítulo LII), Sir James Frazer revela que chamanes caribes vetaban el comer tortugas para que nadie adquiriese su lentitud ―prevención que, sospechamos, difundían las tortugas―. Esa prevención equivale a declarar que la tortuga tiene prisas de caracol y alma de expediente.
La tortuga es tan longeva que, en vez de observarla para averiguar la evolución de las especies, don Charles Darwin debió preguntarle cómo ocurrió aquello, tan complicado, lleno de árboles genealógicos. La tortuga es, al fin, solo un animal metafísico con apariencia terrena; es decir, como nosotros. Choca esa pata, tortuga.