La miss Magaly, después de diez años como maestra de inicial, tuvo que cambiar las aulas por un rincón de su cuarto; y el contacto directo, por la mensajería de Wasap. Ella ya no asiste al colegio, pero su trabajo continúa: hoy más que nunca, el celular y la laptop son prótesis que le ayudan seguir enseñando y aprendiendo.
El año escolar del 2020 empezó dos semanas tarde, un seis de abril, pues el Ministerio de Educación tardó en definir las medidas a implementar para evitar contagios masivos de la COVID-19. La decisión final fue transmitir el programa Aprendo en Casa a través de diversos medios, para tener una mayor llegada a nivel nacional, un hecho sin precedentes. Con esa decisión se planteó un nuevo reto para los maestros peruanos, quienes hoy, en su día, siguen el progreso de sus alumnos desde sus casas, con el estrés constante de la virtualización y la falta de contacto directo, pero también con la frente en alto y la pasión por la enseñanza más firme que nunca.
La apresurada inmersión tecnológica en la que se ha visto envuelta la miss Magaly es un proceso de constante aprendizaje y estrés. Ella ama la enseñanza, por eso, desde el principio decidió que debía explicar las actividades que dejaban en el programa y desarrollar sus sesiones como en la escuelita de San Martín de Porres en la que trabaja. Su mandil, su sonrisa y una que otra locura entre videos caracterizan su nueva forma de trabajo, el mismo que ha debido mejorar sobre la marcha, y que sigue en constante evolución.
Aprendiendo en casa
La miss Magaly dice que ama enseñar a niños de inicial, y que este encierro es uno de los mayores retos de su carrera; ambas afirmaciones pueden ser confirmadas chequeando su extenuante rutina y sus esfuerzos para que los videos sean tan entretenidos como eran sus clases presenciales, de dicho ejercicio surge una tautología que guía sus días de cuarentena: Educar = Pasión.
La miss Magaly prepara una trilogía de videos diarios en los que desarrolla, de manera creativa, una explicación de las actividades con indicaciones didácticas y divertidas, es decir, a través de juegos y canciones como los que solía usar en las aulas de su colegio “Medalla Milagrosa” de San Martín de Porres. En el primer video, ella canta y da la bienvenida con su mandil jean de blondas verdes en los bordes que parece restarle edad y quitarle el estrés; en el segundo video, explica la primera actividad haciendo uso de los materiales que ha preparado con antelación; en el tercer video, explica la segunda actividad y detalla un pequeño juego que luego sus niños han de realizar entre risas y jolgorio. Una vez terminada la grabación, con un “hasta lueguito, chicos”, sigue el tedioso proceso de enviar los videos con la caprichosa velocidad del internet a todos los padres, a través de la mensajería instantánea de Wasap. Después de eso, solo queda esperar la llegada de los videos y fotos que demuestran el trabajo de sus niños. A las seis de la tarde inician las videollamadas en las que la miss Magaly juega y hace jugar, conversa y debate animosamente con sus pequeños. Esas videollamadas suelen terminan con un “miss, extraño mucho mi colegio y jugar con mis amiguitos”.
“Lo básico no más”, solía decir la miss Magaly cuando le preguntaban por sus conocimientos tecnológicos; no conocía el Zoom, las videollamadas de Wasap o Messenger, ni la edición de videos. Su habilidad ha mejorado con el paso de los días. Ahora puede decir “lo básico y un poquito más”. Además, su capacidad para condensar información en videos de 2:50 minutos (máximo permitido en Wasap) también ha mejorado significativamente.
La miss Magaly ha tenido que adaptarse, como muchas maestras de su colegio, a este “ritmo de trabajo distinto”, pues según ella, los días laborables de 6 horas ya no existen. Ahora trabaja todo el día, pero casi no lo siente. Su rutina la definen las grabaciones, la recolección de evidencias, y la planificación de los videos del día siguiente.
Set de grabación
Un pequeño espacio del cuarto de la miss Magaly se ha convertido en un modesto set de grabación. Con un fondo verde agua y una alfombra de juegos para niños, este lugar parece un pedacito del aula Amorosos de cinco años, en el que ella iba a dictar clases a sus veintidós niños, en un principio.
La miss Magaly tuvo que arrinconar todos los muebles a la mala, y hoy, ella se levanta todos los días con el escenario armado a su costado, como para recordar lo que la mantiene cuerda: la enseñanza. Quizás sueña con poder retornar a las aulas, sin ningún riesgo latente, mas la realidad está ahí al levantarse: hoy también toca grabar.
En la parte alta del ropero hay una lámpara prestada con un foco más potente que el del cuarto, su reflejo se ve en los lentes de la miss Magaly al grabar los videos. Sobre una mesa, al frente, está el pequeño trípode, siempre estable a comparación de Adrian, su hijo, quien al principio fungía de camaraman inexperto y tembloroso.
En el fondo del set de grabación hay un papelote con imágenes que cambian cada semana; en una esquina está el sello de Aprendo en Casa y las indicaciones del lavado adecuado de manos. Al frente, en el ropero, estratégicamente ubicado, reposa un panel pequeño, con las pautas para que la miss Magaly no se olvide de nada al grabar.
Madre, hija, maestra
Magaly Lluque Aguilar es madre soltera, hija que ama a sus padres y maestra por vocación. Vive con su hijo, Adrian, quien le ayuda a grabar y editar los videos, y sus padres, Leonila y Jesús
Su hijo es estudiante de periodismo, y, para él, su madre es un claro ejemplo de que la pasión es el factor que determina la felicidad de una persona, “mi madre es feliz siendo maestra, porque ama lo que hace, y lo sé por el tiempo y el cariño que le dedica a todo lo que realiza en su profesión, desde las amanecidas haciendo sus sesiones, hasta los extensos e incontables cursos virtuales en los que participa, siempre con las mejores calificaciones”. Su independencia y su inmensa dedicación son las causas de la admiración que siente Adrian por su madre; además él conoce de cerca el trabajo de su madre, hace un año escribió esto como una semblanza de su recorrido para llegar al mismo colegio donde él estudiaba, y ella enseñaba: “Estudié en un colegio casi olvidado, San Francisco de Asís se llama, y está ubicado en las faldas de uno de los cerros que comparten Ventanilla y Ancón. Mi viejita empezaba a ejercer su carrera ahí. Recuerdo claramente el trayecto y el frío inclemente. En el carro, mamá y yo nos sentábamos en la última fila, este avanzaba y uno no podía evitar la llegada del sueño. Yo me acurrucaba, como un ser indefenso sobre la áspera textura del maletín que mi viejita ponía sobre sus piernas. Estoy seguro de que esa era una imagen digna de retrato”.
Su madre tiene 78 años, y su padre, 82. Ellos tienen 54 años de casados y 8 hijos; Magaly Lluque es la cuarta, y es quien cuida y se hace cargo de los viejitos queridos por toda la familia. Ellos se divierten mucho estos días al ver y escuchar a su hija dirigirse a los niños tan naturalmente como si ella misma fuera una niña de nuevo, como cuando ella jugaba en la sierra, y sus padres la observaban.
Fue en el pueblo de la sierra de Huaral llamado San José de Baños, ubicado en el valle del río Chancay, a 3 500 metros sobre el nivel del mar, donde Magaly Lluque empezó a descubrir el mundo, acariciada por la brisa otoñal, y templada al frío por las indolentes ráfagas de viento, con granizada y/o lluvia, en los inviernos del pueblecito. Cuando empezó la primaria, y debía ir a su escuela, el trayecto de ida y vuelta, a pie, le tomaba aproximadamente dos horas. Con lluvia o ese calor seco característico de la sierra, la pequeña Magaly asistía todos los días a sus clases.
Fue un incidente doloroso el que hizo que sus padres decidieran mandarla a Lima a terminar de estudiar: la maestra Elva Morales, del colegio de la comunidad campesina, le dio el castigo de arrodillarse en chapas metálicas. Magaly conoció allí la cara más cruel de la educación a la antigua en el Perú. Ya en Lima, al iniciar el quinto grado de primaria, tuvo que soportar las muestras de discriminación y racismo en su contra, era la “recién bajada”, como llamaban a los migrantes llegados de la sierra peruana allá por los años 80 (es duro saber que esta nefasta práctica aún sigue vigente y palpable, cuarenta años después). Sin embargo, fue la maestra Nely Pizarro, del colegio Herman Busse de la Guerra, quien le dio una mano para pudiera adaptarse y aprender en el monstruo de mil cabezas que es Lima, y que era el sistema de enseñanza.
La maestra Nely Pizarro le mostró a Magaly el lado humano de la enseñanza, un lado casi maternal que inspiraba confianza y no terror, y que le dio la esperanza de que no todo maestro debe ser autoritario e indolente, sino, más bien, protector e inspirador. Es por esa maestra que, cuando a Magaly Lluque le preguntaban qué quería ser de grande, ella respondía: “¡quiero ser profesora!”. Nely Pizarro fue su modelo a seguir.
Demasiado humana
Magaly Lluque tiene constantes dolores de cintura, porque cuando se cansa del escritorio va a la cama, ahí se sienta encorvada, pero cómoda, excepto al levantarse, claro. También tuvo dolores de cabeza mientras se adaptaba al nuevo ritmo de trabajo: las reuniones diarias con las colegas, las videollamadas, los errores al grabar y la comunicación con los padres. Esto último por la necesidad de hacer que ellos se adapten y apoyen a sus hijos, pues, ahora más que nunca, su intervención es importantísima, y en un inicio, lograr esa meta fue complicado. De un tiempo a esta parte, los padres han comprendido y se han adaptado a la estrategia.
A los dos meses de iniciado el año escolar, Magaly le contaba a su hijo cada vez que se enteraba que algún familiar de un alumno había sido infectado con la peste. Fueron cinco las familias que tuvieron al menos un infectado. Cuando los padres dejaban de pasar los videos de sus hijos realizando las actividades, ella ya sospechaba lo peor. La incertidumbre que experimentaron tan duramente las familias, debido a las situaciones críticas que atravesaron, fue una sensación que compartió Magaly Lluque, como si fuera miembro de ellas, pues trató de acompañarlas, al menos de manera virtual, haciendo seguimiento a cada caso, para saber cómo iban evolucionando.
Por eso, Magaly Lluque recalca mucho la labor del maestro, en este contexto. Según ella, los maestros, ahora, se han convertido en un importante soporte emocional para sus niños y los padres, pues la situación demanda que los maestros, por la constante comunicación que mantienen con las familias, aconsejen, acompañen y brinden información valiosa para preservar la salud y prevenir enfermedades físicas, como la COVID-19 y psicológicas, como el estrés, la depresión y demás. Por supuesto, ella cuenta con el apoyo emocional imperecedero de sus padres y su hijo, quienes están muy orgullosos de la miss de inicial que hace de todo por sus niños.
Nostalgia
Al ser consultada sobre qué es lo que extraña más de su antigua rutina, la miss Magaly, contesta: “cualquier cosa es mejor que estar encerrada todo el día, extraño el ruido de los carros, correr de un lado a otro, para que pueda alcanzarme el tiempo, regresar por las noches y comprar el cheesecake de maracuyá que vendían en la Primera de Pro, para llevarlo a casa y compartir, las reuniones y conversaciones con mis colegas”.
Cuando le preguntan qué extraña más de su trabajo como maestra prepandemia, la miss Magaly no lo duda, y responde mirando con cierta nostalgia hacia su actual rincón de grabación: “Extraño la comunicación normal con los niños”, su tono de voz cambia, ahora habla como si contara un bello recuerdo de infancia, “cuando tenía a mis niños frente a mí, podía saber cómo se sentían, y apoyarlos, tratar de ayudarlos, ahora se me hace difícil, pues es casi imposible conocer sus estados solo a través de una pantalla. Extraño, también, reír con ellos, jugar, cantar, explorar. Nosotros solíamos realizar proyectos donde ellos poco a poco iban logrando aprendizajes. Extraño ver sus caritas de satisfacción cuando lograban hacer algo por ellos mismos, y los tiernos abrazos que espontáneamente me brindaban”.